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La princesa de Mok

 

 

 

Ana Canti

 

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© Ana Canti

© La princesa de Mok

 

ISBN digital: 978-84-686-9040-7

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

 

 

 

 

1
La niña de la aurora boreal

 

 

En un mundo lejano, entre elevadas montañas cual gigantes dormidos que se erigen en torno a un extenso y apacible lago, de agua dulce y cristalina, crece una hermosa niña de nombre Aurora. La rodean un significativo número de criaturas: enanos, gnomos y elfos.

Todo comenzó una mañana de frío invierno, cuando sobre el cielo de Mok aparecieron enormes cortinas luminosas de color verde esmeralda que se mecían rítmicamente, llamando la atención de todo el pueblo. Era la aurora boreal más linda que jamás nadie antes había visto.

Maravillosamente, las enormes cortinas luminosas parecieron introducirse en el lago congelado y el mágico espejismo desapareció. Al centro, en una pequeña canastita, envuelta en piel de oso había una graciosa niñita, su piel blanca como la nieve comenzaba a entumecerse, atrapada en un sueño agonizante, apenas sí se sentían los latidos de su corazón.

Con lágrimas en los ojos, llenos de felicidad, los reyes de Mok adoptaron a la niña como su única hija. Sus ruegos habían sido escuchados. El cielo los había bendecido. Con mucho cuidado, escogieron de entre las mujeres del pueblo a Safira, una joven mujer que recién había tenido un bebé, para amamantar a la pequeña y darle los cuidados que inicialmente necesitaba.

Safira era una mujer de nobles sentimientos, pequeña, de frente amplia y ojos traviesos. Cuando vio a la niña la quiso con todo su corazón. Conmovida por el hallazgo, tomó en brazos a la criatura y la cubrió con una manta de piel de oso. Ella reconoció a la hija de una consultante de las estrellas. Sobre su manita pendía una pulserita de oro con una rara inscripción en la que en una extinta lengua del norte estaba escrito «Fin del Mundo».

—¡Qué valiente que eres, pequeña! Te has aferrado a la vida. ¡Sobrevivirás! —le dijo susurrándole al oído mientras le arrancaba, suavemente, la pulsera, que arrojó al fondo del lago, ahogando con ella toda posibilidad de que alguien más pudiera descubrir su nombre.

Los pobladores nunca vieron a nadie llegar a reclamar a la pequeña niña, a la que por las circunstancias de su hallazgo llamaban la niña de la aurora boreal.

Cada día Aurora se hacía más grande y fuerte. Ella crecía, con las atenciones de una princesa, mas le encantaba salir y recorrer las calles del pueblo, donde era muy querida y acogida por todos.

Se conmovía del sufrimiento que ante sus ojos veía, se entristecía por algún minusválido o mendigo y llenaba de preguntas a sus padres, que no sabían cómo responder por qué no todos podían vivir bien.

Le gustaba caminar por el campo, recoger frutas silvestres y comérselas a escondidas. Coleccionaba hojas de diferentes formas y tamaños y las pegaba graciosamente en hojas de papel. Llena de alegría, se extasiaba contemplando el vuelo de las mariposas, después de haberlas perseguido por un buen rato.

En esas salidas, un día se encontró con un ser muy pequeño que raudo se escondía en el follaje. Ella, llena de curiosidad, lo siguió, pero no encontró a nadie.

—Niño, ¿por qué te escondes? ¿No quieres jugar conmigo? —le preguntó.

La criatura estaba asustada, pero ella, con la mirada limpia y el corazón sereno, lo tranquilizó. Solo tenía siete años y los vivía intensamente.

Con la inocencia propia de su edad y sin temor alguno se acercó a la criatura, que yacía escondida detrás del tronco de un grueso pino.

—¡Tienes la piel un poco extraña! —le dijo, dándose valor, pensando que era normal que hubiera criaturas pequeñas así de raras, con la piel gruesa y áspera, rugosa y oscura; con algunos pelos en el rostro.

—Soy un gnomo y vivo aquí —le dijo él. Sus ojillos vidriosos se movían nerviosos.

—Soy Aurora y también vivo aquí —respondió ella con calma.

—¿Jugamos a las escondidas?

Sus salidas eran siempre vigiladas, pero a ella le gustaba escaparse del control de sus padres para ir a jugar con sus amiguitos del bosque.

 

 

 

 

2
La guardiana de Mok

 

 

Una tarde, mientras Aurora jugaba entre las humedecidas y oscuras piedras de Mok, sin darse cuenta se introdujo en una galería de la montaña. Una extraña luz llamó su atención.

Grande fue su sorpresa cuando al acercarse vio que no se trataba de uno de esos gigantes gusanos luminosos que habitaban en las profundidades de Mok, sino de una graciosa piedra transparente de color rosado que brillaba intensamente. Sin atreverse a tocarla, la observaba con atención.

—¡Te gusta! —exclamó una voz suave y melodiosa que salía de la penumbra.

La niña dio un paso hacia atrás e hizo un esfuerzo por distinguir al ser que le estaba hablando.

—¿Quién eres? —le preguntó, un poco asustada.

—No temas —respondió la voz.

De entre las sombras apareció la silueta delgada y resplandeciente de una bella mujer que en la espalda portaba con gallardía un arco dorado y una bolsa llena de flechas. Sus grandes ojos dormilones expresaban calidez y ternura.

Aurora se frotó los ojos para verla mejor y abrió la boquita llena de sorpresa. Tímidamente y con una expresión de total ingenuidad, la miraba fijamente. Era un ser traslúcido, un espectro luminoso que se deslizaba por el aire, suave y ligero como una pluma.

—No te asustes, que no te haré daño —le dijo. Su nariz alta y recta realzaba su figura y le daba ese porte y esbeltez propios de una princesa guerrera. Sus labios finos y bien proporcionados se movían graciosos con seguridad y firmeza en cada palabra que emitía—. Es para mí causa de mucha alegría verte y saludarte —dijo el ser. Un nudo en la garganta de tanta impresión bloqueaba a Aurora—. Me llamo Hea —continuó diciendo—, y soy la guardiana de Mok. —Pero Aurora aún no salía de la impresión—. Y tú, ¿cómo te llamas? —le preguntó.

La niña tragó un poco de saliva, humedeció su garganta y después de un pequeño silencio le respondió:

—Me llamo Aurora.

—¿Siempre hay gnomos y elfos por estos lugares? —preguntó el ser.

El amor y la paz que Hea irradiaba dio confianza a la niña, que sintiéndose segura, respondió con naturalidad:

—No siempre, también hay personas.

—¿Te has perdido de tu casa?

—No. Estaba Jugando con mis amiguitos a las escondidas y esa piedra resplandeciente llamó mi atención. —Era la primera vez que Aurora veía un espíritu luminoso y exclamó—: ¡Tu apariencia! ¿A qué especie perteneces?

—En realidad soy un espíritu con apariencia humana —respondió Hea, y con su natural tranquilidad continuó—. Soy una entidad espiritual. Mucho tiempo atrás, muchísimo antes de que tú vinieras, éramos una comunidad muy unida y alegre. Mi pueblo no era muy numeroso pero vivíamos tranquilos y contentos hasta que fuimos atacados reiteradas veces por un grupo de salvajes y aprendimos a pelear. Nuestro equilibrio se rompió. La agresividad se elevó a niveles muy altos. Nuestro pensamiento de cada día era sobrevivir a la muerte que se esparcía por nuestro pueblo. El egoísmo era un recurso de sobrevivencia, la brutalidad y la fuerza era la cualidad de los vencedores. Yo era aún muy pequeña para comprender lo que sucedía. Sometidos por su tecnología de guerra nos convertimos en sus esclavos. Mi pueblo caminaba cabizbajo, sin sueños y sin futuro. La esperanza de los más jóvenes se debilitaba, fueron los deseos de venganza los que nos ayudaron a sobrevivir. Con el pasar del tiempo comprendimos que sólo nos hacíamos mucho daño y nuestro deseo fue transformar el odio en amor, la venganza en justicia, la guerra en la paz y el desaliento en ilusión y esperanza. Un grupo de jóvenes nos refugiamos en las antiguas cavernas y comenzamos una nueva civilización. Yo vigilaba la puerta de acceso a nuestra montaña. Fue así como me convertí en la guardiana de Mok. ¡Sígueme! —le dijo de repente. Al frente, el camino se mostraba oscuro y tenebroso—. ¡Coge mi lámpara! —le ordenó, señalándole la piedra rosada.