Hugo Chávez:
La presidencia mediática
ANDRÉS CAÑIZÁLEZ
@infocracia

A Elsa, por ser, estar y amarme. Y especialmente por ser motivación para concluir este ciclo de vida.

A América y Rodrigo, mis hijos, porque gracias a ellos trabajo por un país que tenga más y mejor democracia, en el que deseen vivir.

A Yolanda, mi madre, por ser mi primera maestra e inculcarme el valor del estudio.

La patria soy yo, y será televisada

Es verdad que el Presidente de la República usa de manera abusiva los medios de comunicación de masas. Y que para probarlo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) verificó que entre febrero de 1999 y julio de 2009 los medios radioeléctricos venezolanos transmitieron 1.992 cadenas presidenciales, que en total representan 1.252 horas y 41 minutos, lo que resulta equivalente a 52 días. ¡52 días, casi dos meses enteros, con la imagen y la voz del Gran Hermano persiguiéndonos en casas, clínicas, bares, escuelas, automóviles, plazas, en cualquier lugar donde haya un radio o un televisor, obligando a todo un país, por la fuerza, a escucharlo!

Igual es cierto que estos datos dan cuenta de una perversión, un abuso de poder y una privación flagrante de la libertad de cada ciudadano a elegir libremente, a la hora que quiera, qué tipo de programa de radio o de televisión sintonizar. Pero más importante aún es entender lo que está detrás de las cifras: que el actual Presidente de Venezuela literalmente gobierna desde la dimensión mediática y esto significa no solamente que use los medios abusivamente sino que desde ellos analiza situaciones, toma decisiones, destina fondos públicos, traza estrategias, regala bienes diversos, nombra y destituye autoridades, lanza amenazas de guerra y lo hace, todo, desde una puesta en escena que es transmitida en vivo y directo a todo el país.

Esa es la tesis fundamental de este libro que ahora presentamos, Hugo Chávez: la presidencia mediática, escrito por Andrés Cañizález, destacado investigador de las comunicaciones y activista de los derechos humanos, en el que acuña la categoría de presidencia mediática para designar un componente fundamental del modelo político autoritario, centralista, militarista y de culto a la personalidad que algunos hemos venido denominando neoautoritarismo o autoritarismo del siglo XXI.

Cañizález expone la indivisible relación entre dos fenómenos: la presidencia mediática y la personalización de la comunicación política, entendiendo que la segunda ocurre cuando las organizaciones políticas y las instituciones públicas dejan de representarse a sí mismas y pasan a ser representadas solo por un pequeñísimo número de actores –en el caso que nos ocupa por uno solo– que les confieren voz y rostro ante la opinión pública.

El peso creciente de lo mediático en la política ha ocurrido también en los regímenes democráticos. Pero cuando la personalización de la comunicación política se mezcla con el culto a la personalidad, el resultado es un coctel antidemocrático que apunta a reforzar a un emisor único, omnipresente y omnisciente. Y cuando esa voz única corresponde a la de un líder mesiánico, en el sentido weberiano del término, la mesa está servida para que la pesadilla orweliana comience a hacerse realidad.

Solo que en este caso no se trata de una figura que vigila y atemoriza a los ciudadanos desde el anonimato, como en 1984, sino de un showman con nombre y apellido que ha convertido al país en un inmenso plató en cuyo centro se halla él dispuesto a todo –a cantar, bailar, dar clases de física o de lingüística, narrar historias de su infancia, hablar de sus hijas– con el fin de mantener el encendido.

La presidencia mediática, nos explica Cañizález, no funciona a solas. Está acompañada de dos estrategias más que forman parte de un paquete que la llamada «revolución bolivariana» comenzó a aplicar, años atrás, como un instrumento perverso de control de la información. La primera, una política oficial de control sobre los medios privados, que ha sacado de juego a muchas empresas y a otras las ha obligado a entregar independencia de opinión para lograr seguir con vida. La segunda, la conformación de un descomunal aparato mediático oficial utilizado, no como medios públicos o medios estatales al servicio del país, sino como apéndices impúdicos del partido oficial y su gobierno.

Son las lógicas de los modelos neoautoritarios, a diferencia de los estatismos comunistas, en donde simplemente no existen medios privados porque todos están en manos del Estado o del partido único, que no es lo mismo pero es igual. Y de las dictaduras militares tradicionales, que simplemente recurren a la censura previa, el encarcelamiento de periodistas y la imposición de la autocensura. En el neoautoritarismo se aspira a niveles similares de control oficial de la información y la comunicación pero se trata de conservar un mínimo de maquillaje democrático, dejando con vida «libre» a algunos medios privados, especialmente los impresos, apropiándose, ya vía compra, ya vía expropiación, otros medios existentes para transferirlos en propiedad a grupos empresariales o asociaciones civiles leales al régimen.

La estrategia de tenaza queda clara. Con el control de los medios privados, hecho a través de la creación de un entramado legal y administrativo, más operaciones de intimidación violenta a periodistas y dueños de empresas de comunicación, se acalla la información crítica y la opinión cuestionadora. Con la red de medios estatales se crea un clima de opinión e información absolutamente favorable al gobierno. Y con la presidencia mediática se cierra el círculo del culto a la personalidad sobre el cual se erige el modelo del socialismo del siglo XXI.

Las tesis de este libro se quedarían cortas si Cañizález no se hubiese adentrado con agudeza en la dimensión cualitativa, los mecanismos de manipulación emocional y los rituales del discurso presidencial identificando tres de sus rasgos fundamentales: el decisionismo mediático, el personalismo y el bolivarianismo.

Del bolivarianismo y la obsesión por el pasado como mecanismo de establecer un paralelismo entre Hugo Chávez y los héroes de la independencia ya sabemos bastante. Bastante. Sobre el personalismo y narcisismo del jefe militar, el autor nos da cifras contundentes producto de su análisis de contenido. Pero es el decisionismo el que me parece el rasgo más ilustrativo de la ética del régimen.

Por decisionismo mediático nuestro autor entiende la manera individual, aleatoria, efectista, sin evaluación ni análisis de las alternativas ni del impacto real de las decisiones, grandes y pequeñas, que Hugo Chávez toma frente a las cámaras, naturalizando un modelo en donde la suerte, como en los programas de concurso televisados, juega un papel fundamental.

La operación es doblemente perversa. De un lado, porque tiene mucho de mal circo que explota los sentimientos y necesidades de los sectores populares. De la otra, porque ratifica a Chávez como amo del país y como el gran favorecedor que distribuye la riqueza nacional. Si una persona tiene la suerte de lograr algún contacto directo con el Presidente, de recibir la palabra en un Aló… o en una cadena, es muy probable que reciba algún beneficio inmediato: una beca, una operación en Cuba, un empleo, que el Presidente ordenará entregar a un ministro o un gobernador que se encuentra en el estudio estable o improvisado.

Una presidencia mediática siempre será el correlato de la arrogancia, la vanidad, el personalismo y el desprecio de los grandes jefes por las mediaciones democráticas y la participación real. Si no, miren Aló, Presidente, en donde, entre más tiempo pasa, hay más monólogo y menos diálogo. Creo que eso fue lo que Andrés, con este libro, se propuso que entendiéramos. Sospecho que lo ha logrado.

Tulio Hernández
Caracas, junio 2012

Notas

1. El Banco Mundial utiliza la categoría de gobernanza. A los efectos de este trabajo utilizaremos la gobernabilidad democrática como sinónimo de gobernanza.

2. En un estudio realizado a fines de la década pasada en Venezuela, se constató que la televisión era, para más del 80% de los encuestados, la principal fuente informativa y de entretenimiento (Bisbal, 1998).

3. Para un mayor desarrollo de la referida «metamorfosis» en materia de medios audiovisuales, ver Cabrera, 2010.

4. Traducción propia.

5. Traducción propia.

Contenido
La patria soy yo, y será televisada
Introducción
Capítulo I. Notas sobre gobernabilidad, políticas públicas y mediatización de la política
Gobernabilidad democrática y medios de comunicación
Variables de la gobernabilidad
Comunicación para la gobernabilidad
Gobernabilidad y populismo en Venezuela
Políticas públicas y comunicación
Las políticas públicas hoy
Políticas públicas de comunicación desde América Latina
Agenda política, agenda mediática
Medios y actores políticos
Centralidad comunicacional de la política
Presidencia mediática
Gobierno y comunicación
Mediatización y personalización de la política
La presidencia mediática
La hegemonía como propuesta oficial
Símbolos históricos y mitificación presidencial
Del uso de la historia
Historia y proceso político actual
El altar bolivariano
Capítulo II. Del mensaje populista en las políticas públicas a la presidencia mediática
Una gobernabilidad menguante
Calidad regulatoria y Estado de Derecho
Efectividad gubernamental y control de la corrupción
Tiempos de hegemonía comunicacional
Uso de las cadenas presidenciales de radio y televisión
Presidencia mediática
La diversidad temática de Aló, Presidente
El tipo de comunicación presidencial
Las políticas públicas en el mensaje presidencial
El mensaje populista
El mensaje personalista
Conclusiones
Referencias
Notas
Créditos

Introducción

Durante el gobierno de Hugo Chávez, en Venezuela ha pasado a ocupar un lugar privilegiado en el debate público el rol de los medios de comunicación. Desde el discurso oficial se cuestiona el rol político en los medios privados cuando estos ejercen la crítica, pero de forma simultánea se potencia lo que se ha denominado la hegemonía comunicacional del Estado, que justamente lleva al terreno de los medios la acción política y gubernamental.

El número de medios administrados por el gobierno aumentó significativamente entre 2002 y 2008. De acuerdo con diversos monitoreos de medios, los canales de televisión oficiales han tenido un evidente sesgo político, que incluso podría catalogarse de discriminación política, siendo que pese a ser bienes del Estado, y por tanto públicos, invisibilizan a una parte de la sociedad venezolana por no comulgar esta con el proyecto de la «Revolución Bolivariana» que encabeza Hugo Chávez.

Pero más allá de la consolidación de un aparato mediático estatal sin precedentes en la historia democrática de Venezuela, el presidente Chávez gobierna desde la dimensión mediática. Dos espacios son expresión de esta acción. Por un lado está el uso de las cadenas nacionales de radio y televisión, y por el otro su programa dominical Aló, Presidente. Durante sus extensas intervenciones mediáticas, el presidente no solo hace anuncios, sino que toma decisiones de política pública, cambia a integrantes de su tren ministerial, reprende a sus colaboradores, delinea las estrategias políticas de su partido, adoctrina a sus seguidores, etc. Se trata de un hecho sin precedentes en Venezuela en las últimas décadas: el presidente Chávez gobierna desde lo mediático.

Esta tendencia oficial pone sobre el tapete un rasgo importante del gobierno de Hugo Chávez: el personalismo. La presentación pública de las decisiones y acciones gubernamentales, sean de envergadura o de alcance reducido, recaen por igual en la figura del presidente. Muchas decisiones que impactan la política pública no parecen responder necesariamente a planes y programas previamente diseñados; las decisiones parecen inscribirse en la lógica de una puesta en escena televisiva, en la cual el conductor del espacio (el presidente Chávez) tiene un enorme poder para variar el libreto, hacer anuncios y tomar decisiones sin que hayan estado previamente consensuadas dentro del equipo de gobierno.

Durante la primera década de gobierno del presidente Chávez en Venezuela (1999-2009), predominan tres grandes tendencias en la interacción gobierno, política y medios, eje transversal de este trabajo: a) una política oficial de control sobre los medios privados; b) la conformación de un aparato mediático oficial; c) ejercicio de la presidencia desde lo mediático.

Ha sido en el espacio mediático en el cual se han tomado decisiones de envergadura para la vida nacional, y desde lo simbólico se construye la acción de gobierno.

Para realizar el análisis de este modelo de presidencia mediática se han tomado tres momentos clave en la consolidación de la gobernabilidad durante el prolongado mandato del jefe de Estado venezolano. Se trata de los momentos inmediatamente posteriores a tres consultas electorales en las que resultó legitimado, en los años 2000, 2004 y 2006. Se escogieron solo tres momentos para poder establecer un límite temporal, pero al mismo tiempo se seleccionaron fechas emblemáticas dentro del proceso político venezolano de la última década.

Se ha apuntado, en esta investigación, a establecer la categoría de presidencia mediática como modelo de gobierno en Venezuela durante el decenio 1999-2009. Este tema comprendió el desarrollo de tres ejes, en los cuales los conocimientos y métodos de la ciencia política resultaron cruciales: a) gobernabilidad y comunicación; b) diseño e implementación de políticas públicas; c) relación entre medios y gobierno.

Este trabajo se inserta en la intersección de varios campos de la ciencia política: sociología política, sistema político venezolano, historia política y políticas públicas.

En un primer momento se ha hecho una aproximación conceptual, se ha revisado el nuevo escenario político contemporáneo, a partir de la irrupción y preponderancia de los medios masivos. Diversos autores sostienen la existencia de un nuevo proceso, en el cual no solo hay una reproducción mediática del tradicional juego político, sino un propio replanteamiento. De forma sintética, los medios construyen/reconstruyen la agenda política, redefinen el quehacer político y en definitiva se convierten en la nueva plaza pública. Hay, como sostienen estudiosos del fenómeno, un nuevo simbolismo en marcha para la consolidación de la imagen política a través de los medios masivos. Clásicamente, en la democracia se consideraba a los partidos políticos como legítimos intermediarios entre el Estado y el pueblo; dicha intermediación es ejercida hoy, con intensidad e influencia diversa, desde la pantalla de televisión. Se encuentra en este trabajo una coincidencia con los autores que no encuentran en este proceso una disolución de la política, como muchos apocalípticos denuncian, sino que se está presenciando una reconversión de la política y de la esfera de lo público.

La política, en definitiva, pasa a constituirse desde lo mediático. De esa forma, los medios de comunicación masivos aparecen como lugares privilegiados para la acción política contemporánea.

Se hizo una revisión del concepto de comunicación política, cuyo papel luce crucial en la consolidación de un sistema de demandas sociales y respuestas institucionales. Para algunos autores, los medios de comunicación constituyen un canal de acceso al sistema, ya que permiten la transmisión de las demandas públicas, y simultáneamente difunden la adopción de las decisiones en materia de políticas públicas.

Para el análisis de la gobernabilidad se hizo uso de índices reconocidos como el del Banco Mundial. Este organismo multilateral presenta una aproximación completa, ya que para estudiar la gobernabilidad democrática, no solo se basa en la efectividad de gobierno, sino también en sus otras dimensiones: voz y rendición de cuentas, estabilidad política, calidad regulatoria, Estado de Derecho, control de la corrupción.

Tradicionalmente, como lo han recogido diversos estudiosos, el concepto de gobernabilidad implica dos dimensiones; en primera instancia, eficiencia y eficacia administrativa por parte de quienes gobiernan y, en la otra, el acatamiento de dicha gestión por los gobernados. En relación con la gestión de gobierno, y partiendo desde el contexto de Venezuela, se hizo necesario abordar el populismo. Lo que interesa en este contexto es el populismo estructural –en la democracia moderna, una dosis de populismo es necesaria– que caracteriza la presidencia de Chávez: inmediatismo (soluciones mágicas por decisionismo mediático), la ausencia del presente en su discurso, junto a la constante invocación del pasado o la proyección de un futuro prometedor.

El contexto actual de Venezuela representa un reto particular para el investigador social. Se trata de indagar en una realidad sobre la cual existen visiones diferentes, en muchos casos enfrentadas, producto de la aguda polarización política. Desde tal situación, se ha hecho un esfuerzo adicional a la propia investigación para estudiar y analizar los hechos sin aferrarse a opiniones y/o preferencias. La intención de objetivar, que tiene toda investigación –tal como sostienen diversos autores–, no puede soslayar por otro lado que cada proyecto tiene necesariamente un sello personal del investigador. Un trabajo de investigación en el campo académico, en buena medida, se construye a partir de la capacidad investigativa, que logra aprehender y aprender de otros autores, pero al mismo tiempo pone en práctica un modelo propio para analizar el objeto seleccionado de la realidad. Como puede leerse en las referencias y fuentes de esta investigación, el autor ha tenido una reflexión crítica sobre el fenómeno político-mediático durante la era Chávez.

Los diferentes elementos teóricos y contextuales que antecedieron a la investigación de campo, junto a la aplicación de instrumentos de análisis propios de la ciencia política, han permitido evidenciar que en Venezuela, en coyunturas políticamente estelares, en las que se ha reafirmado la legitimidad del presidente Chávez a través del voto, la dimensión mediática ocupa un lugar predominante para la generación de políticas públicas.

Capítulo I
Notas sobre gobernabilidad, políticas públicas y mediatización de la política

Gobernabilidad democrática y medios de comunicación

En la literatura de ciencia política está aceptada la existencia de una estrecha relación entre medios de comunicación y acción política. Se trata de un asunto que se desarrollará en extenso en un capítulo posterior. Por ahora se analizará el hecho de que los medios juegan un papel en doble dirección: por un lado, permiten la transmisión de las demandas públicas y, simultáneamente, son canal para difundir la adopción de las decisiones políticas.

Esta última dimensión de lo relativo al papel de la comunicación política nos lleva a otro aspecto central; se trata de la gobernabilidad democrática y su vinculación con la comunicación, y en particular con el mundo mediático.

Variables de la gobernabilidad

Di Tella (2004) entiende la gobernabilidad como «el control político e institucional del cambio social, indicando la posibilidad de orientar los procesos e intervenir sobre las variables, de programar objetivos y prever resultados». Se trata, a fin de cuentas, «de garantizar coherencia interna a todo proceso social en vías de transformación» (2004: 313). En cambio, para Di Tella, se llega a una situación de ingobernabilidad cuando «las variables decisivas escapan al control del gobierno y los objetivos perseguidos quedan relegados por consecuencias indeseables» (2004: 313). Entretanto, en la elaboración de su índice, una institución como el Banco Mundial, al estudiar la gobernabilidad[1] no se limita solo a la efectividad del gobierno, sino que también la ubica en sus otras dimensiones: voz y rendición de cuentas, estabilidad política, calidad regulatoria, Estado de Derecho, y control de la corrupción.

Tomassini (1996) plantea un concepto «pragmático» de gobernabilidad, y la define en función de «la habilidad del gobierno y de los distintos sectores sociales para combinar adecuadamente en un período dado tres grandes aspiraciones que han calado en la cultura cívica de esta época» (1995: 5). Este autor constata que hay aspiraciones sociales compartidas en estas direcciones: en primer lugar, establecer crecimiento económico basado en el mercado; en segundo término, alcanzar márgenes satisfactorios de equidad, igualdad de oportunidades y protección social; y finalmente, lograr grados crecientes de participación ciudadana en las decisiones políticas.

Tradicionalmente, el concepto de gobernabilidad democrática implica «por una parte, la dimensión de eficiencia y eficacia administrativa en quienes gobiernan y, por la otra, la dimensión de acatamiento de dicha gestión por los gobernados» (Koeneke, 1999: 22). Se trata, a fin de cuentas, de una relación de doble vía entre gobernantes y gobernados, y es en esencia base del sistema democrático. Está estrechamente relacionada la gobernabilidad con la gestión de gobierno y un mecanismo claro en tal dirección, desde nuestra perspectiva, es la generación de políticas públicas en un marco plural y democrático, asunto que se abordará en otro capítulo de este trabajo.

Tal como ha sostenido Koeneke (1999), la gobernabilidad democrática es necesariamente legítima, es decir, supone la aceptación tanto de los gobernantes como de sus ejecutorias por los ciudadanos. «Modernamente, las bases de esa aceptación son en lo fundamental legales-racionales, sin que ello excluya la presencia simultánea en menor medida de elementos tradicionales o carismáticos» (1999: 22).

La gobernabilidad «entraña, por una parte, la presencia y acción de decisores capaces de diseñar y ejecutar políticas públicas relevantes de manera eficaz, eficiente y transparente», y de forma simultánea supone, «por la otra, la aceptación o respaldo popular mayoritario a quienes llevan adelante esa gestión» (Koeneke, 2005: 229). Hay consenso entre los estudiosos en considerar que, cuando se hallan presentes ambas dimensiones, «tiende a hablarse de gobernabilidad plena» (Koeneke, 2005: 229).

Resumidamente, el concepto de gobernabilidad está referido al ejercicio del gobierno y a las condiciones para que esta función se pueda desempeñar con eficiencia, legitimidad y respaldo social. Partiendo de allí, entonces, aspectos clave para la gobernabilidad «se refieren a la institucionalidad política del Estado, al sistema político, a la cultura cívica, a las relaciones entre la economía y la política y a las formas, eficiencia y aceptación de los procesos gubernamentales, expresados en políticas públicas» (Suárez Casanova, 2002: 7).

Comunicación para la gobernabilidad

El papel comunicacional, en un contexto de gobernabilidad democrática, está estrechamente vinculado a la construcción de las agendas. En particular destaca la agenda setting, en lo que Herbert Koeneke (1999) apunta como la negociación de lo noticioso: «las relaciones complementarias aunque ambivalentes entre gobernantes democráticos y medios de comunicación reflejan una dinámica que ha sido caracterizada en una investigación reciente como la negociación de lo noticioso» (1999: 23).

En tal proceso confluyen al menos tres agendas: la pública –hecha a partir de demandas ciudadana–, la estrictamente mediática y una tercera de carácter gubernamental, con lo cual «se establece una tríada de influencias recíprocas entre medios, ciudadanos y gobernantes, que es la base de la democracia moderna» (Koeneke, 1999: 24). Se comparte el punto de vista de relativizar el rol de los medios en el contexto político. Nos son los medios de comunicación los todopoderosos ni infalibles que, según la teoría crítica de la comunicación, podían influir unilateralmente sobre la ciudadanía y el gobierno. «Ellos forman parte, más bien, de un tejido institucional que, en las democracias, contribuye a forjar la opinión pública, la cual, a su vez, tiene una clara incidencia sobre la gobernabilidad de un país» (Koeneke, 1999: 24).

Pero no puede perderse de vista que en el rol de «perros guardianes», en un sistema democrático con contrapesos al Poder Ejecutivo, los medios también han puesto límites al ejercicio político y gubernamental. Desde ese punto de vista, los partidos políticos ya no tienen la exclusividad en la configuración de los programas que interesan a la ciudadanía, y también está sometida al escrutinio público la elección de sus candidatos. Para Tomassini hay una clara contraposición entre la opinión pública y los partidos políticos, lo cual tiene como consecuencia que «los medios acotan el margen de acción del Poder Ejecutivo en la medida en que tienen una influencia determinante en la confección de la agenda pública, y por ende, de los programas gubernativos» (Tomassini, 1996: 19).

Entretanto, el sistema de indicadores que plantea el francés Guy Drouot (2004), denominado «Medios y una buena gobernabilidad», sirve de guía para construir la relación entre gobernabilidad y comunicación en un sistema democrático. Se apuntan a continuación los elementos presentes, según Drouot, los cuales desarrollaremos en otro capítulo de este libro: tres condiciones mayores: a) Sistema político pluralista: a1.- elecciones libres y sinceras; a2.- alternancia en el poder. b) Ámbito económicamente competitivo: b1.- la apertura del mercado; b2.- el equilibrio del mercado. c) Sociedad civil abierta: c1.- derechos y libertades consagrados; c2.- una toma de conciencia ciudadana. Tres condiciones internas para el universo mediático: a) Medios libres e independientes: a1.- la libertad de comunicación es por esencia plural; a2.- independencia de los difusores; a3.- independencia de los periodistas. b) Medios transparentes y responsables: b1.- transparencia de las estructuras: b2.- transparencia de gestión; b3.- responsabilidad social. c) Medios pluralistas: c1.- pluralismo externo; c2.- pluralismo interno.

Gobernabilidad y populismo en Venezuela

Cuando se discute académicamente sobre la gobernabilidad desde un país como Venezuela, es importante no dejar de mencionar un aspecto al cual la ciencia política le ha dedicado mucho trabajo: el populismo. Lo que interesa en este contexto es el populismo estructural que caracteriza la presidencia de Chávez: inmediatismo (soluciones mágicas por decisionismo mediático), discurso estatista de los derechos ciudadanos (Laclau, 2005), así como una suerte de limbo histórico en el cual el tiempo presente no parece existir, lo cual lleva a la invención o invocación de un pasado mítico y de un futuro paradisíaco, entre los cuales el presente no tiene lugar: el triste presente es un invento de los traidores y detractores (Welsch, 2007).

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