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Las Ciencias Sociales
y Humanas en la
Universidad de Antioquia

Avatares históricos y epistemológicos

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Title

Arcila Aristizábal, Zoraida

Las ciencias sociales y humanas en la Universidad de Antioquia : avatares históricos y epistemológicos / Zoraida Arcila Aristizábal. --

Medellín : Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, 2015.

214 páginas : (tamaño 300 kb). -- (FCSH. Investigación)

Incluye índice analítico.

ISBN 978-958-8947-07-5

1. Universidad de Antioquia. Facultad de Ciencias Sociales -

Investigaciones 2. Ciencias sociales - Historia - América Latina -

Libros electrónicos 3. Ciencias humanas - Historia - América Latina -

Libros electrónicos I. Tít. II. Serie.

LE300 cd 21 ed.

A1514478

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

  

Contenido

PREFACIO

[PARTE I]

1.  EL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA. TRES CASOS SIGNIFICATIVOS

México

Argentina

Colombia

La Escuela Normal Superior

Instituto Etnológico Nacional

Instituto Indigenista Colombiano

Relaciones entre Estado y Ciencias Sociales

Ciencias Sociales y otros espacios de referencia

Universidad de Antioquia. De los Departamentos del Instituto de Estudios Generales a la institucionalización de las Ciencias Sociales

Filosofía

Sociología

Trabajo social

Historia

Psicología

2.  EL APORTE DE LA INTELECTUALIDAD LATINOAMERICANA EN EL SURGIMIENTO DE NUEVOS DISCURSOS SOCIALES

Intelectuales y fundamentación metodológica y teórica en Ciencias Sociales

Luis López de Mesa

Luis Pérez Botero

Luis Eduardo Acosta Hoyos

Francisco Gil Tovar

Graciliano Arcila Vélez

Benigno Mantilla Pineda

Saturnino Sepúlveda Niño

[PARTE II]

3.  EL MODELO EDUCATIVO UNIVERSITARIO: UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA, AÑOS SESENTA

La apertura hacia una universidad moderna

Instituto de Estudios Generales

Ciudad Universitaria

Tres Departamentos: Humanidades, Ciencias Sociales y Antropología

Órganos de extensión y divulgación

Carlos Fonnseca Mejía, recuerdo de una labor

Crisis de los setenta

4.  LA FUNDACIÓN FORD Y EL APORTE AL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS SOCIALES. BASES IDEOLÓGICAS

Políticas culturales en la escena internacional

Versiones acerca de la Fundación Ford en la escena internacional

Proyecto Camelot en América Latina: un caso peculiar

5.  LA MODERNA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Una nueva visión ideológica de la Universidad

Reforma a la educación superior

Política educativa entre Latinoamérica y Estados Unidos: Principales reuniones

El informe Atcon

Reacciones del movimiento estudiantil respecto a las políticas educativas modernizadoras

CONCLUSIONES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

LISTADO DE TABLAS Y GRÁFICOS

 

Prefacio

Nuevos espacios para la institucionalización de las Ciencias Sociales se abrieron en el siglo XX en Colombia. La incorporación a la economía mundial generó modos de producción distintos y un nuevo dinamismo que se transmitió a la sociedad. El patrón social predominante se alteró con el incremento del volumen de trabajadores asalariados y con la formación de las clases medias urbanas, que en la segunda mitad de la centuria habrán de convertirse en la gran cantera para el reclutamiento de intelectuales1. Aspectos como el crecimiento urbano, la industrialización y el desarrollo del capitalismo determinaron la necesidad de establecer programas académicos sociales y humanísticos para conocer y entender el proceso de transformación social que se hacía visible.

El medio en el que comenzó a constituirse la vocación intelectual de estas ciencias fue la universidad —pública o privada— catalizadora de la formación de comunidades académicas interesadas en la investigación social. En el caso particular de la Universidad de Antioquia, procedente de una tradición educativa conservadora, la modernización del saber y la renovación de su estructura administrativa y física (en términos de infraestructura) fueron los retos a los cuales se enfrentaron directivos y docentes.

¿Cuáles fueron las condiciones generales y específicas de la emergencia de una nueva categoría de productores culturales alrededor de la Universidad de Antioquia? ¿Respondieron los intelectuales a una necesidad específica política y/o institucional? ¿En qué contexto tuvo lugar esta renovación intelectual y quiénes formaron parte de esa nueva élite? ¿Se constituyeron las Ciencias Sociales bajo el liderazgo específico de un personaje, teoría o financiador individuales?

La influencia externa proveniente de organismos internacionales que favorecían la modernización de la educación superior, suscitó un conjunto de acciones a favor de la institucionalización de las Ciencias Sociales y Humanas a nivel regional. Sin embargo, ¿es posible hallar iniciativas de parte de intelectuales nacionales?

Si bien el aporte de académicos colombianos fue importante para el desarrollo de la antropología, por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX, la presencia de extranjeros motivó el conocimiento de la cultura indígena por medio de la formación de etnólogos y la creación de institutos aptos para su estudio. Es el caso del etnólogo francés Paul Rivet2, quien arribó a Colombia en 1941 con el propósito de implementar una nueva forma de interpretación de la sociedad aún desconocida. Graciliano Arcila Vélez3 fue uno de los alumnos formados por Rivet, y quien posteriormente integró el cuerpo docente de la Universidad de Antioquia, donde se convirtió en un individuo clave para la formulación de la ciencia antropológica.

Indagar sobre la formación histórica de un nuevo grupo intelectual que propició la institucionalización de las Ciencias Sociales y Humanas, tiene el potencial de permitir acercarnos a los paradigmas metodológicos, teóricos y discursivos, así como a la comprensión de los objetivos iniciales de la conformación de áreas dedicadas a la reflexión e investigación de la realidad social, acompañadas de medios de difusión que las legitimaban.

La propuesta teórica del intelectual como élite cultural es tomada de la obra de Carlos Altamirano4. Referenciados como élites culturales, los docentes desempeñaron un papel decisivo no solo en el dominio de las ideas, del arte o de la literatura, sino también en la historia política. La tarea de impulsar la educación superior sobre la que el presente texto hace énfasis, pudo llevarse a cabo, afirma Altamirano “con la cooperación de nativos y extranjeros, que produjeron y ofrecieron conocimientos de diversa índole”5. Según lo expone este autor, en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los años sesenta y setenta, al lado del crecimiento demográfico, el desarrollo de las ciudades, la extensión del sistema de enseñanza y el afianzamiento de la educación superior, se incrementaron las profesiones intelectuales diversificando sus funciones6.

Los discursos producidos por los intelectuales se relacionan con un sistema de poder que legitima un orden social. “Sobre el fondo de esta prolongada continuidad que liga a la gente de saber con la estructura de la dominación social, se despliegan los cambios o discontinuidades en las modalidades de ese papel social y los discursos correspondientes de legitimación”7. El estudio del discurso como un fenómeno práctico, social y cultural con alta participación en la interacción social, es otra de las herramientas teóricas que sirvieron de referente, según la propuesta de Teun A. van Dijk,8 quien describe el discurso en distintos niveles de estructura, los cuales incluyen la sintaxis, la semántica, la estilística y la retórica, así como las características propias de la argumentación y la narración de historias.

Esta perspectiva permite realizar, por otra parte, un análisis de los textos a partir de los usuarios del lenguaje y el contexto. Es decir, “los usuarios del lenguaje utilizan activamente los textos no solo como escritores o lectores, sino también como miembros de categorías sociales, grupos, profesiones, organizaciones, comunidades, sociedades o culturas”9. Además, el discurso se produce, comprende y analiza en concordancia con las características del contexto. Existe así mismo un grado de reciprocidad entre poder y discurso, que es visto por este autor como el lugar desde donde se puede persuadir a miembros de grupos sociales para que hagan lo que otro grupo demanda. Las relaciones de poder se vuelven entonces muy complejas, pues pueden presentarse diversos patrones de respuestas. Los disidentes se forman una opinión propia y con frecuencia hacen caso omiso del discurso del poder; otros, por el contrario, logran un acceso parcial al discurso público adquiriendo ciertas formas de contrapoder.

Si bien el interés de esta obra gira en torno al conocimiento de los textos escritos por los docentes de Historia, Sociología y Antropología de la Universidad de Antioquia en los años sesenta, es importante anotar que la renovación de los estudios sociales estuvo ligada a la presencia de la Fundación Ford durante este periodo, por lo cual la revisión de los informes elaborados por sus funcionarios también serán objeto de estudio. En este sentido, se plantea el análisis de contenido en tanto atañe principalmente a los textos escritos.10 Se propone la distinción de las publicaciones de los actores sociales: informes, cartas, artículos, ensayos y libros. El estudio de documentos íntegros11 permitirá orientar la investigación a través de la elaboración de una serie de cuadros donde se especifique la subdivisión en categorías de análisis, lo que proporcionará indicaciones acerca de sus tendencias. En consonancia con Maurice Duverger, la idea básica de un análisis de contenido consiste en agrupar en cierto número de categorías preestablecidas los elementos de un texto (ya sean palabras, frases, párrafos u otros) según sea la unidad analítica escogida. Entre los términos susceptibles de identificación en los textos, están: materialismo histórico, dialéctica, marxismo, capital, estructuralismo, sistema social, conciencia colectiva, lucha de clases, acción social y funcionalismo.

Se considerará la ubicación de párrafos dentro de cada categoría de análisis,12 que incluye temas tratados, teorías y la identificación de métodos de investigación de los docentes. En palabras de este autor, “estudiar la evolución de los puntos de interés en las obras”. En palabras de Renán Silva, “estudiar la renovación de los estudios sociales en el plano de docencia, la investigación”13 y la publicación.

NOTAS ..............................

1. Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii (Buenos Aires: Katz Editores, 2010), 13.

2. Etnólogo francés. Wasigny, 7 de mayo de 1876 - París, 25 de marzo de 1958.

3. Amagá, Antioquia, 1912 - Medellín, 2003.

4. Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii.

5. Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii, 9.

6. Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii, 12.

7. Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina ii, 18.

8. Teun A. Van Dijk, El discurso como interacción social (Barcelona: Gedisa, 2001).

9. Van Dijk, El discurso como interacción social, 22.

10. Maurice Duverger, Métodos de las ciencias sociales (Barcelona: Ariel Sociología, 1996), 166.

11. El documento completo en su forma original, sin reducir el estudio a columnas seriadas o páginas del mismo.

12. La diferencia con la semántica cuantitativa, que no se apoya en ninguna previa determinación de categorías y en la que la selección de vocablos y sus vínculos y asociaciones se hace directamente, sin que medien las diversas categorías preestablecidas.

13. Renán Silva, La conexión chilena: el avance y la modernización de los estudios históricos en América Latina en los años 1960 (texto inédito cedido por el autor).

 

2. El aporte de la intelectualidad latinoamericana en el surgimiento de nuevos discursos sociales

En algunos países de América Latina, hacia inicios del siglo XX, ya se distinguían algunos personajes de los letrados tradicionales, y se parecían más a los intelectuales modernos. A medida que se ingresa en este siglo, se pueden registrar a hombres y mujeres, escritores, artistas, difusores, eruditos, expertos o ideólogos en papeles que los hacen socialmente más visibles, en palabras de Carlos Altamirano, “actores del debate público, el intelectual como ser cívico —‘conciencia’ de su tiempo, intérprete de la nación o voz de su pueblo, tareas acordes con la definición de los intelectuales como grupo ético”1. Altamirano destaca el ensayo de José Enrique Rodó, Ariel (1900), en el cual se percibe una orientación de descontento frente a la unilateralidad cientificista y utilitaria de la civilización moderna, al tiempo que se menciona la reivindicación de la identidad latina frente a la América anglosajona. Seguidores suyos fueron Francisco y Ventura García Calderón del Perú, Carlos Arturo Torres de Colombia y Gonzalo Zaldumbide de Ecuador.

Otro de los personajes que tuvo alto nivel de influencia sobre las élites culturales de esta parte del continente fue el español José Ortega y Gasset. En la planeación del Instituto de Estudios Generales de la Universidad de Antioquia en 1966, por ejemplo, aparece, al pie de los programas y áreas de estudio del mismo, una inscripción que modela la base sobre la cual se implementaría este Instituto:

La sociedad necesita buenos profesionales —jueces, médicos, ingenieros—, y por eso está ahí la Universidad con su enseñanza profesional. Pero necesita, antes que eso y más que eso, asegurar la capacidad en otro género de profesión: la de mandar. En toda sociedad manda alguien —grupo o clase, pocos o muchos. Y por mandar no entiendo tanto el ejercicio jurídico de una autoridad como la presión e influjo difusos sobre el cuerpo social. Por eso es ineludible crear de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee. Esa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser antes y más que ninguna otra cosa la Universidad.2

Si bien pueden encontrarse personajes destacados en la primera mitad del siglo XX, el grado de comunicación cultural entre las ciudades latinoamericanas y sus crecientes centros de recepción intelectual fue más bien reducido. Así, la publicación en revistas, la fundación de editoriales, academias y el establecimiento de debates, aparecieron en una determinada ciudad caracterizándose como más próspera o cosmopolita. Dice Altamirano: “Pero ninguna fue, para las otras, ese centro en que se produce la canonización intelectual y al que los aspirantes concurren o vuelven la mirada, para ver qué dirección toma el mundo del espíritu, qué tendencias teóricas o estéticas seguir”3.

La escena cultural estaba alimentada de las influencias norteamericanas y europeas, desde la ciencia, el arte, la poesía, las ideas, hasta las modas, la cocina, etc. En este sentido, desviar la mirada hacia América Latina, que era por entonces una referencia borrosa, no era común, excepto para aquellos escritores exiliados o que viajaron por iniciativa propia a Europa o a Estados Unidos, donde la presencia del subcontinente fue interpretada de una forma distinta. Tales fueron los casos de los profesores José Fernando Ocampo Trujillo y de Orlando Fals Borda quienes, luego de terminar sus estudios de especialización en Estados Unidos, regresan a Colombia con una nueva visión del quehacer intelectual y con el interés de generar un ambiente de comunicación entre los sectores academicistas y profesionales.

El dinamismo que empieza a tener la antigua estructura de poder local en atención a la integración capitalista, el patrón social decimonónico que primaba en el subcontinente empezó a transformarse con el incremento del volumen de trabajadores asalariados y con la formación de las clases medias, particularmente de las clases medias urbanas, que en la segunda mitad de la centuria habrán de convertirse en la gran cantera para el reclutamiento de intelectuales.

El campo intelectual o capital intelectual, concepto acuñado por Pierre Bourdieu4, dejó de ser paulatinamente el espacio privilegiado de las élites en tanto las universidades adquirieron una nueva actividad de recepción estudiantil frente a las antiguas formas de socialización intelectual como los cafés, las redacciones de diarios y las reuniones con motivo de alguna celebración familiar.

Algunas universidades que desempeñarán un importante papel en la formación de especialistas en ciencias sociales y en disciplinas humanísticas en sus países se crearon ya en el siglo XX —como la Universidad Nacional de México o la Universidad de San Pablo. Las que sobrevivieron a los trastornos del siglo XIX, tras una historia que en algunos casos llegaba hasta la Colonia, se encontrarán en la necesidad de renovarse para hacer frente a los retos de la modernización del saber y a la presión de nuevos aspirantes, procedentes de las clases medias, sobre esas casas de estudio que funcionaban como bastiones de las élites tradicionales.5

Fue la universidad el medio a través del cual se abrió la posibilidad a la vocación intelectual de una práctica remunerada, convirtiéndose así mismo en el espacio de formación y conformación de comunidades académicas interesadas en el desarrollo de las Ciencias Sociales y Humanas. Fue igualmente el espacio donde se constituyeron nuevas relaciones entre intelectuales y el Estado, tanto desde el papel de servidores públicos como de asesores de algunas de sus dependencias, especialmente agrícolas y de desarrollo social. Esta solidificación de los vínculos entre la cultura y la política estuvo acompañada por la cristalización de un nuevo actor en el campo intelectual, el especialista, típico de la etapa modernizadora iniciada a finales de los años cincuenta, decidido a ocupar espacios de intervención y planificación en la estructura del Estado.6 Entrados los años sesenta, esta concepción del intelectual cambiaría al interior de las Ciencias Sociales. El ánimo de transformar la sociedad ocuparía su ejercicio, denominándose ahora intelectual comprometido.

Esa convicción creciente entre los sectores intelectuales de transformar la sociedad implicaba la definición del espacio universitario como una institución burguesa, que debía ser recreada y “puesta al servicio de esta transformación para que exprese su compromiso militante con los intereses nacionales y populares”7.

El proceso de modernización de la sociedad latinoamericana, evidenciado en la ampliación de las instituciones educativas, de los intermediarios culturales como universidades, bibliotecas, museos y editoriales, y en la ampliación del mercado de bienes simbólicos, como libros y prensa cultural, fue el medio en el que se desencadenaron analistas sociales y políticos. Se abrió paso a un nuevo intelectual independiente de los partidos políticos y del Estado. El nuevo tipo de intelectual dominante es el científico social, quien se define contra el Estado y por una utopía social, perspectiva que los llevó a militar en las diversas organizaciones políticas y militares de izquierda formadas durante los años sesenta. “El mundo de los intelectuales se alteró sustancialmente. Encontramos que el científico social es el nuevo arquetipo del intelectual, que existe una clara tendencia a la construcción de medios autónomos para la difusión del pensamiento, así como un rechazo del orden establecido”8.

La transformación de la situación nacional e internacional conllevó al surgimiento de nuevos actores sociales y a cambios del tipo y la función de los intelectuales. Como señala Miguel Ángel Urrego, “el contexto se modificó a raíz del fortalecimiento de la vida urbana, el crecimiento de la oferta educativa, la profundización de los procesos de modernización —la laicización, por ejemplo—, y una mayor cobertura de los medios de comunicación”9. De igual manera, sucesos internacionales como la Revolución Cubana estimularon una lectura política alterna a la ideología de los partidos tradicionales colombianos y al capitalismo norteamericano.

El aspecto que definía su orientación intelectual era la afirmación del cambio que diera sentido a cualquier tipo de actividad humana. Es decir, la transformación de las condiciones de existencia tenía importancia a partir del compromiso con una revolución social, no entendida como la conquista del poder político, sino como la revolución a través de cualquier tipo de proceso cultural que pusiera en cuestión el capitalismo. De esta manera, la revolución tenía importancia si se vinculaba con la transformación de la vida individual y lograba dar respuesta no solo a los problemas materiales, sino a una pregunta por el sentido de la vida, por una filosofía crítica de la vida cotidiana.

Intelectuales y fundamentación metodológica y teórica en Ciencias Sociales

En el marco de las transformaciones sociales que se manifestaron a partir de la segunda mitad de la década de los veinte, algunos pensadores colombianos iniciaron la tarea de investigar las bases y sentidos de la sociedad colombiana. Se destacan como precursores de la sociología colombiana autores como Alejandro López, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Arteta y Luis López de Mesa.

Los investigadores Nora Segura y Álvaro Camacho refieren de modo sintético los aportes dados por cada uno de los anteriores personajes en el proceso de configuración de la ciencia sociológica. Para ellos, Alejandro López es un exponente de un espíritu moderno que trata de combinar la teoría económica con el análisis sociológico a partir del examen de las necesidades materiales y no materiales del individuo. Armando Solano es reconocido por su notable ensayo sobre la Melancolía de la raza indígena. Con tono ensayístico, este autor analiza la tensión entre los procesos de modernización de la sociedad colombiana y los efectos que produce en las condiciones de vida del campesinado andino. La obra de Luis Eduardo Nieto Arteta es uno de los primeros intentos de analizar la historia y la economía colombiana desde una perspectiva cercana al marxismo. Su caracterización de las dos economías y sociedades de la Colonia y primera mitad del siglo XIX —“la de Occidente, esclavista y minera, y la del Oriente, agrícola y manufacturera”— constituyen la base a partir de la cual analiza la historia económica desde una perspectiva que su autor reclama como sociológica y que se acerca mucho a una economía política. La obra de López de Mesa ha sido reconocida como un esfuerzo para conceptualizar la conformación de Colombia como nación10.

A continuación se hará referencia explícita a una de las discusiones planteadas por López de Mesa acerca del estudio del comportamiento de la sociedad y de otros autores que, de una u otra forma, aportaron en la fundamentación teórica y metodológica de las Ciencias Sociales, algunos de los cuales tuvieron cierta relación con la Universidad de Antioquia.

LUIS LÓPEZ DE MESA

Luis López de Mesa11, referente importante en el proceso de constitución de la Sociología en Antioquia, hizo parte de un contexto en el cual la mayoría de quienes tenían a su cargo la enseñanza de esta ciencia social eran abogados de formación y/o médicos. “La misma producción intelectual de esta generación de sociólogos reflejó su perfil intelectual: el ensayo político, la historia de las ideas, el libro de texto y el tratado llegaron a convertirse, en efecto, en los géneros más extendidos”12. Sin profundizar en la vasta obra de este autor, solo se relacionará un aparte de una carta enviada al señor Juan Friede en 1963, donde se permite disertar sobre la sociología y la filosofía de la historia, en respuesta a un estudio enviado por Friede sobre la génesis de la interpretación histórica, según así lo comenta.

En su presentación, López de Mesa trata algunos puntos importantes, los cuales permitirán leer su concepción acerca de temas de la época como la raza y la geografía en la historia. Diferenciando que el conocimiento histórico a nivel universal venía dado por las grandes sociedades y no por pequeñas comunidades aisladas, “aldehuelas”, como las refería exactamente. Su prelación por el número de la comunidad y la amplitud geográfica de la misma, se correspondían con la concepción de las grandes civilizaciones: Grecia y Roma. A lo cual agrega que solo las comunidades son históricas, pues es lo social lo que da soporte al “sujeto actuante de ella”.

El estudio del comportamiento de la sociedad debía darse a través de la reunión de aspectos fundamentales, como lo eran: “[...] el ambiente social que estimula la expresión del yo, delimita sus anhelos e informa a su modo la personalidad; el ambiente geofísico, que determina placentera o difícil la vida y la obra de sus habitantes, los recursos económicos y comerciales que aseguren un tiempo libre para el culto de la espiritualidad; una organización política que garantice el desenvolvimiento de la personalidad honestamente fecunda; una lengua rica en expresividad y autoexpansión; un patrimonio cultural que robustezca la propia determinación histórica; una estirpe espiritualmente vigorosa, que ambicione ser egregia y pueda serlo”13.

Según López de Mesa, los procesos culturales de largo alcance fueron favorecidos por las circunstancias del ambiente geofísico en cuestión.

Es verosímil suponer que los moradores de la estepa o del desierto se figuren sus dioses y sus comunas con índole diferente de la que los vernáculos de la selva; que árabes por ende, conciban muy diversamente sus mitos de los que los indostanos admiten, aquellos en la soñación del espejismo, estos en la intrincación de la naturaleza indómita; que el mesopotámico contemple el mundo muy otro que el germano del Rhin, o el inglés isleño que el francés y el ruso. Algo más nos indica así el disímil temperamento de los arios que fueron a uno u otro continente, la India o Europa, y a una u otra latitud, Suecia o Sicilia. Yo he advertido algo así como una característica sui géneris en la impronta que el hombre recibe de su residencia continental, y anotado que Asia es de suyo religiosa, Europa, tecnológica y razonable; África (del norte al menos) pasional; América del Norte muéstrase pragmática, en tanto que las del Centro y Sur encarnan la emotividad, la versatilidad y la incuria, como lo descubre su preferencia por la oratoria, la poesía, el periodismo y los vaivenes de su política interna, su religiosidad estético-litúrgica en vez de la ético-social de los yanquis, su caudillismo de revolución en lugar del liderato o jefatura de superación.14

En el caso específico colombiano, la polaridad de sus habitantes es explicada por este autor por las diferentes mixturas genealógicas demarcadas en los diferentes territorios del país. “La línea limítrofe que vaya del Riohacha a Ipiales, al oriente predomina lo español y aborigen, al occidente, lo español y africano”15.

Luis López de Mesa, médico de profesión, se interesó por instruirse en temáticas que no se correspondían directamente con dicha formación; no obstante, sus escritos pusieron de relieve la discusión sobre asuntos sociales que, tras su muerte, acaecida en 1967, fueron objeto de estudio por parte de sociólogos, antropólogos e historiadores formados en universidades públicas y privadas de Colombia.

LUIS PÉREZ BOTERO

Asiduo lector y profuso elaborador de reseñas de textos de teoría de la historia, sociología, filosofía y literatura, el profesor Luis Pérez Botero16 deja escritas sus propias concepciones acerca del deber de un profesional de estas áreas. En consonancia con los postulados de López de Mesa con respecto a las posibilidades y limitaciones de las características geográficas de esta parte del continente, señala, siguiendo los argumentos de Alberto Schweitzar y su libro Civilización y Cultura, que la crisis de la civilización y el consecuente ocaso de la cultura se debe a la pérdida de la concepción ética de la historia y al desconocimiento de un destino histórico común, “el destino de hoy, el que debemos realizar ya, y el destino que se va realizando lentamente, por un determinismo múltiple en el que, al lado de la voluntad libre, cuentan también los factores del medio, de la raza, de la época y de muchos otros factores que sumados dan grandes resultados”17.

Ahora bien, si para Pérez Botero esta parte activa y tangente de la realización histórica era importante, lo era mucho más la capacidad de interpretar la corriente de hechos que cotidianamente se sucedían, pues, a su entender, había una división entre lo que se consideraba teoría histórica y vivencia histórica, esta última referida especialmente a hechos sociales, movimientos laborales, cambios económicos, crisis, medios de subsistencia, educación, entre otros. Como un llamado a los profesionales de las Ciencias Sociales, profundizó en la necesidad de elaborar teorías históricas, interpretar la evolución histórica y el porqué de los cambios históricos, asegurando que “nada sustantivo ha producido en este dominio nuestra patria”18, como lo han hecho especialistas de la filosofía de la historia a nivel internacional.

[...] nombres de resonancia mundial como Toynbee, Mannheim, Mumford. Al lado de los conceptos spenglerianos fueron colocados otros más modernos y técnicos. La civilización y la cultura fueron relacionadas con las distintas psicosis. Clásico a este respecto es el estudio de Herbert Goldhamer y de Andrew Marshall. Por otra parte, Robert Ezra Park estudia la cultura en relación con la raza. Así el proceso cultural va adquiriendo nuevos aspectos. Patrick Gardiner en 1959 publicó un estudio sobre las teorías de la historia en la que aparecen selecciones del pensamiento historicista desde Vico, Kant, Herder, Condorcet, Hegel, Comte, Mill, Marx, hasta los citados autores Spengler, Toynbee, Dilthey, Croce, Mannheim. Mientras los unos se complacen en las teorías interpretativas de la historia y de lo que de aquí se siguió, el historicismo, otros hacen la crítica a las ideas reinantes. A este grupo pertenece Karl R. Popper con su libro La miseria del historicismo.19

El conocimiento de dichos autores llevó al profesor Pérez Botero a proponer la elaboración de textos que permitieran referenciar procesos históricos relativos a esta parte del continente americano. Aunque priorizaba los temas históricos, los referentes de otras Ciencias Sociales como la Filosofía y la Sociología determinaron su obra. La reseña del texto La teoría sociológica, de Nicholas S. Timasheff, profesor de sociología en la Universidad de Fordham, da cuenta de un gran interés por esta ciencia social, “este texto proporciona al lector entrar al estudio de las corrientes sociológicas de nuestro siglo, como: el resumen de la obra de Comte, de H. Spencer, de Lester Wars, de Durkheim, de Cooley y W. I. Thomas, de Pareto, de Max Weber. Este texto sirve igualmente de guía para la historia de la sociología”20. Asunto importante en un contexto en el cual, como lo menciona Pérez Botero, los estudios sociológicos estaban absorbiendo la atención de muchos investigadores “que trabajan en campos distintos a los de las ciencias de la naturaleza” y que precisan la lectura de las teorías de los grandes sociólogos, sus bases filosóficas y científicas. Esto, luego de anotar que “en nuestros días se prefiere la investigación directa de los hechos a la pura teoría”.

La transversalidad en los intereses académicos de Pérez Botero quedó plasmada en su texto Bases filosóficas y sociológicas de El Memorial de Agravios, de 1967. La estructura del índice ofrece una vista panorámica de las perspectivas a través de las cuales abordó este documento y de su escritura metódica:

Introducción

I Hechos históricos

II El ambiente social de la Independencia

III Los principios jurídicos

IV El contenido político

V Las tesis de filosofía

VI Interpretación sociológica

VII Valores literarios

VIII Por qué se llamó “Memorial de Agravios”

Conclusiones finales21

Es de señalar cómo, en la parte VI, “Interpretación sociológica”, aclara: “El contenido sociológico de la ‘Representación del Cabildo de Santa Fe’ encierra puntos de sumo interés para entender los cauces por los cuales va la evolución de los núcleos sociales en nuestra patria. Pero debemos anotar ante todo que el ‘Memorial’ citado no enfoca dichos temas en su aspecto sociológico, puesto que la ciencia social todavía no había hecho su aparición dentro del panorama de las ciencias, sino que solamente hace referencia a hechos de sumo interés para el estudio sociológico de la Colonia”22.

Esta explicación inicial refrenda cómo abordó el documento y cómo debe ser interpretado por el lector. Expone, bajo los preceptos de Gierke —especialista en derecho privado alemán—, los principios de organización de la sociedad en los movimientos independentistas, los cuales no giraban ya sobre el antiguo postulado de una ley que se acataba pero no se cumplía, sino elaborada por los mismos, quienes la debían acatar. “Así apareció ese primer principio de organización social que dejó de ser el principio de dominación, según la nomenclatura de Gierke, y pasó a ser el principio de la colaboración. No se trató de mantener el dominio (Herrschaft) sino la comunidad (Gemeinschaft). Aquí no se buscó un principado, ni se quiso una suma de poder para entregársela a un soberano sino que se deseó y se proporcionó un mínimum de derechos para todos los ciudadanos, para hacer descansar la sociedad no sobre un punto, sino sobre todos los puntos que constituyen cada uno de los asociados”23.

Introduciendo nuevo vocabulario y líneas explicativas acerca del fenómeno social en esta época de la historia de Colombia, Pérez Botero va en contracorriente del pensamiento racista y determinista de Luis López de Mesa.

En discusión con algunos autores y sus teorías acerca de la representación colectiva de la realidad social y de los cambios sociales efectuados en este periodo, agrega de forma tajante, con respecto al primer punto: “No se puede decir que la representación colectiva de la realidad social en la Nueva Granada estuviera confinada a la rivalidad entre los individuos, según la teoría de Darwin, ni tampoco que aquí se diera un proceso de opresión y resistencia a la manera como lo representa la hipótesis Marxista; ni aún se puede hablar aquí en nuestro suelo de una separación de razas. Lo que sí parece que se presentó fue el hecho evidente de una competencia abierta entre grupos dirigentes, con iguales derechos a dirigir la comunidad, a la manera como Pareto los describe”24.

El ascenso de las clases medias en la escala social debido a las posibilidades educativas y los méritos personales, encontró un nuevo matiz en la obra de Pérez Botero, cuya adquisición, de acuerdo con su interpretación, estaba limitada por los detentadores de los privilegios y dueños del poder político. Asunto que se sumó a la apertura de un cambio social significativo, que trajo como resultado la emancipación. Una vez más, y poniendo de presente la lectura de nuevos teóricos, argumenta sobre este punto: “No podríamos decir, de acuerdo con Saint Simon que era un periodo de crisis, de cambios bruscos de estructura social, pues todavía no se habían verificado esos cambios, ni tampoco con Durkheim podemos hablar de un periodo dinámico simplemente. Más me parece que se podría llamar este periodo, con la nomenclatura de Bagehot diciendo que fue el periodo de discusión, contrapuesto al periodo anterior que fue de tradición y al periodo siguiente que fue un periodo de sustitución”25.

Una de las tesis de valor sociológico que rescató Pérez Botero del “Memorial...”, fue la consideración acerca de los tipos raciales, “la mezcla de sangres no desdora, ni la dignidad de ser legítimos representantes de la nación [...]”, tesis que contrarió la dominación española y su vieja concepción racial, para cuya consolidación se arguyó “la constitución misma del pueblo español en el que se mezclan las sangres del fenicio, el cartaginés, el romano, el godo, el vándalo, el suevo y el habitante de Mauritania. ¿Quién ante este hecho, podrá reclamar pureza de estirpe?”26.

Esta declaración abierta fue considerada por su analista como un adelanto hacia las premisas sociológicas con respecto al tema de la distinción racial, pues autores como Sheidt, Wahle, Gordon Childe, Robertson, Brunhes, Hobhouse, habían llegado solo al punto de afirmar: “lo más probable es que no hay razas puras y las mezclas de razas son favorables a la transculturación”27.

Con respecto al tema debatido de la discriminación racial, el autor no escatima oportunidad en dar su posición a este aspecto:

Un gran sociólogo y psicólogo, Ziehen, por su parte afirma que todos los tipos constitucionales se encuentran en toda las razas, por donde se puede colegir que las cualidades inherentes a los mismos tipos deben encontrarse también en todas las razas. Paterson ha demostrado que son negativos los resultados conseguidos cuando se ha tratado de investigar las cualidades de carácter y de temperamento correlacionando rasgos rubios y morenos. Finalmente, los estudios de Brigham durante la guerra europea, y de los cuales se deduce la superioridad de la raza alpina sobre las demás razas, a decir del mismo Brigham, están sujetos en sus conclusiones definitivas a una revisión de los mismos tests empleados en las investigaciones. En conclusión, ni el color de la pigmentación, ni la forma y proporción del cráneo, ni la estatura y proporciones corporales, ni los rasgos faciales como la forma y dimensiones de la boca, nariz y los párpados, nada de esto decide cuando se trata de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano y la nación se encuentra plenamente representada en cualquiera de sus ciudadanos así sea de una raza u otra.28

El estudio de “El Memorial de Agravios”, que, bien lo afirmó Pérez Botero, no fue tan conocido o divulgado como hubiera sido posible, su lectura, después de algunos años de redacción, permite “reencontrar metas no halladas a las que se encaminaba nuestra independencia política”29. Lo que permite la lectura de sus reflexiones es una apuesta por la renovación de los estudios históricos y por la inclusión de discusiones teóricas que ofrezcan una nueva visión del acontecer en un determinado contexto.

LUIS EDUARDO ACOSTA HOYOS

Una nueva arista con respecto al método de lectura sale a la luz cuando el profesor Luis Eduardo Acosta Hoyos30 publica su texto Metodología de la investigación, técnicas de apuntes (1967). Ante la magnitud de ideas, teorías y de lecturas que hace un individuo, la necesidad de perfeccionar un método para controlar las referencias bibliográficas demarcó una nueva perspectiva con respecto a la compilación de información. Uno de los planteamientos puestos en conocimiento a través de la Revista Universidad de Antioquia, fueron los modelos de ficha de apuntes, pues, a su entender, “nuestros universitarios y en general la gente que se dedica a estos menesteres de la inteligencia se ven a calzas prietas para llevar el control de lo que leen”31.

Según Acosta Hoyos, la poca puesta en práctica de técnicas simples como la confección de fichas de apuntes, las cuales permitirían ordenar y estar actualizados en los avances de la ciencia, ha llevado a carecer de un método riguroso de investigación científica. En este sentido, declara: “en nuestra universidad las publicaciones investigativas son planta exótica; y aún nuestros profesores, no digamos los alumnos, pasan años y años de su vida universitaria sin producir siquiera un artículo que refleje sus inquietudes; desde luego existen profesores que publican pero ellos tan sólo son excepciones honrosas que confirman la regla. Nuestras universidades pasan de esta manera a convertirse en meras repetidoras de las teorías ya sentadas o de los inventos realizados”32. Dentro de las ventajas descritas de este método de fichaje, señala, entre otras, la facilidad para tomar la ficha —de cartón preferiblemente—, completarla, coleccionarla, ordenarla, consultarla y conservarla. Incluye además en su exposición tres tipos de fichas: para referencias textuales, para resúmenes y para consignar ideas propias. Las partes en las que se dividió la ficha eran las siguientes:

  1. Encabezamiento, o sea la palabra o frase escrita en mayúsculas en la parte superior de la ficha y la cual debe indicar exactamente el tema de que trata el apunte hecho.
  2. El texto del apunte, el cual va a dos espacios de máquina del encabezamiento, y es el cuerpo del apunte mismo.
  3. La fuente, la cual debe ir a continuación del texto y es la que indica la obra de donde se tomó el material33.

“Ya que no basta la atención para poder grabarnos algo, es conveniente que llevemos el control de lo que queremos se quede en nosotros”34, decía Acosta Hoyos.

En este mismo año de 1968, un nuevo artículo aparece reforzando la idea de la investigación como método efectivo de la docencia universitaria.35 Allí, Humberto Echeverry C., su autor, señala la necesidad de dotar al estudiante de los instrumentos, técnicas y actitudes del investigador para su máximo desempeño del ejercicio profesional o para la función docente a la cual se enfrentará posteriormente.

Consideraba, en este sentido, una triple labor de la universidad hacia sus educandos: formar profesionales, formar docentes a nivel universitario y formar investigadores.36 Basado en la idea fenomenológica de la metodología de la investigación, de acuerdo a los postulados de Bernardo A. Houssay y Karl Jaspers, este autor puntualiza su importancia así: “de la investigación científica dependen la salud, el bienestar, la riqueza, el poder y hasta la independencia de las naciones. Les permite sobrevivir y progresar en medio de una competencia mundial en la que triunfan los países que han dado mayor ayuda a los hombres de ciencia y han llegado a una alta jerarquía por la cantidad y número de centros de investigación [...]”. Y añade: “[...] la investigación científica es una de las bases principales de la civilización actual. Ella ha mejorado el bienestar de los hombres, los ha liberado de la esclavitud del trabajo pesado y ha hecho en vida más sana, más bella y más rica en espiritualidad”37.

La lectura e interpretación de textos, documentos, las discusiones sistematizadas en torno a un tópico definido, los cursos de técnicas de investigación