portada.jpg

 

 

 

 

 

48 horas conmigo

 

 

 

 

Alvaro Cabezón Estévanez

portadilla.tif 

 

 

 

 

 

© Alvaro Cabezón Estévanez

© 48 horas

 

Diseño de portada: Jaime Irazabal Petuya


ISBN papel: 978-84-686-8104-7

ISBN digital:  978-84-686-8106-1

 

Depósito legal: M-4273-2016

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

 

 

 

 

 

 

 

Dedicado a todas las personas
que estaban en mi mente

cuando mi corazón dejaba de funcionar.

Cada uno fue un latido que me ayudó
a seguir entre vosotros.

Sonia, te quiero.

 

Prólogo

 

 

Algo no iba bien. Aquella noche estaba siendo rara y dentro de mí notaba unas sensaciones extrañas.

Todo empezó a la hora de cenar, cuando Reki, nuestro hijo de 13 años, vomitó, siendo otra víctima más de la gastroenteritis que ya había golpeado a su madre el día anterior. Así que decidimos que el pobre chaval durmiese con ella y yo me fui al sofá de la sala, ya que mi maltrecha espalda no acepta muy bien dormir en una cama tan blanda como la del niño.

Durante la noche, fueron varias veces las que mi mujer tuvo que asistir al muchacho, pero no fue eso algo que me afectara en demasía. Desde la sala no era capaz de oírles. Lo que sí me sobresaltó fue el intercomunicador que tenía en la mesa. Con él podía controlar a nuestro bebé, Izzy, de once meses, y me pareció raro que tosiera. Así que me levanté a mirar cómo se encontraba, cuando vi que su madre la sujetaba en brazos.

—Ha vomitado —me dijo—, y Reki acaba de hacerlo por tercera vez —remató.

Y así se nos fue yendo la noche, atendiendo a los niños hasta las cuatro de la mañana, cuando por fin los dos se quedaron tranquilos.

En la sala ya se escuchaban los vehículos más madrugadores por lo que no me quedó otro remedio que irme a la cama de Reki, un poco contrariado.

«¡Qué demonios! —pensé—. Prefiero dormir mal un rato que no pegar ojo en toda la noche».

Y fue en ese preciso momento cuando me noté raro. Pensé de inmediato que iba a ser otra víctima del virus. Mis antecedentes y mi facilidad para contagiarme de esa dichosa enfermedad hicieron que cerrara los ojos pensando que en cualquier momento iba a salir disparado al baño.

¡Ojala hubiera sido así! No podía estar más equivocado. El caso es que dormí tranquilo hasta las ocho de la mañana. Ni soñé con lo que me ocurriría al día siguiente.