Autora

Noelia Santarén

Título

Galantus Nivalis, la matriz cristalina de la mente eterna

© 2018 Noelia Santarén

© 2018 Ediciones Especializadas Europeas SL. CIF: B-61.731.360

EEEliteraria (www.eeeliteraria.com/)

info@eeeliteraria.com

Portada: José D. Valero

ISBN 978-84-948349-5-0

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Noelia Santarén

Galantus Nivalis, la matriz cristalina de la mente eterna






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 GLOSARIO DE TÉRMINOS Y PERSONAJES


Aloha: pillywiggin del Reino de la Primavera que ayuda a Ópula.

Amarylis Bianca o Reina de las Nieves. 

Bignonia o Reina de la Primavera.

Ciudad de cristal: lugar de entrega de la Vara del Tiempo.

Clara: humana, madre de Janiel y amiga de Ópula.

Carmelia: anciana que forma parte del séquito real del Reino del Otoño, junto con Gaspar.

Clarkia: hada de las nieves.

Desdoblamiento morontial: técnica parecida a la proyección fractal con la diferencia de que en el desdoblamiento morontial el cuerpo físico no está involucrado, sólo la consciencia. 

Diantyhus: el boletus pecosus perteneciente a la familia de los Crocus que acompaña a Ópula al Pantano de las hojas caídas.

Esfera de la permanencia: esfera de luz que las tuktas tienen en el centro de sus pechos. Tiene la capacidad de conectar con cualquier energía que exista.

Galantus Nivalis: nombre botánico de la flor también denominada campanilla de invierno.

Gaspar: el secretario real del Reino del Otoño.

Gazania o Reina de las Hojas.

Grainé o Reina del Verano.

Larvas: seres creados por el Señor del Olvido que convierten la luz de los humanos en arena.

Loreleis: hadas musicales del agua.

Maga del Recuerdo o Lady Áster: misterioso y poderoso personaje que vive en el interior de la Montaña del no-tiempo, donde también se ubica la Sala de los Registros. 

Mundo de Faerie o Siddhe: dimensión paralela a la de los humanos donde habitan infinidad de seres.

Ópula: es la protagonista. Ópula pertenece a la tribu de las tuktas y ha sido elegida para llevar a cabo el Pacto de la Continuidad.

Pacto de la Continuidad: trayecto que tiene como finalidad energizar la Vara del Tiempo.

Piscina de la memoria ancestral: en su interior flotan los orbes del conocimiento.

Pixies: hadas climáticas del Reino de la Primavera, diminutas y tremendamente juguetonas.

Proyección fractal: técnica que permite viajar entre dimensiones usando la energía como punto de contacto entre dos destinos. Se basa en el principio holográfico del universo según el cual cada parte contiene el todo en sí mismo.

Señor del Olvido: ser que vive en la Gruta del pliegue del tiempo.

Taquión del Corazón: cristal de color perla maxim con forma de icosaedro. Se encuentra en la Ciudad de Cristal y es quien recibe la energía de la Vara del Tiempo. 

Telón de la apariencia: malla energética que separa planos y dimensiones. 

CAPÍTULO 1. LA RECEPCIÓN REAL

La ardilla se frota las manos y antes de colarse por un resquicio que hay en el tronco de un abedul, se queda quieta durante unos segundos y escudriña el bosque. Una ligera niebla se adueña del paraje. Pequeñas peladuras de castañas se arremolinan por el suelo y las hojas muertas yacen desperdigadas por el boscaje tapizándolo con el olor de un otoño que ya se aleja. El bosque está en silencio. No así sus habitantes, quienes, pendientes del día que se aproxima, trabajan duramente para que todo esté perfecto. 

Ópula espera sentada en una de las salas del interior del gran roble. Ópula es una tukta. Tiene el pelo de color malva y lo lleva corto con el flequillo largo y despeinado. Un gracioso mechón que se mueve a su antojo, como si fuera una antena, corona su cabeza. Sus ojos lilas esconden llamativos ribetes rosados. Cuando usa sus habilidades, una aureola de color verde brillante aparece alrededor de su iris. 

En estos momentos se siente indecisa, observando esas paredes de madera que despiertan en ella sentimientos de algo que no sabe definir. Es la primera vez que la llaman del Reino del Otoño. Ya ha viajado en otras ocasiones al mundo de Faerie o de Siddhe y, de hecho, de alguna manera también es su mundo, pero nunca lo ha visitado sola. Y es muy consciente de que se acerca el día del Pacto de la Continuidad.

La tribu de los tuktas es muy parecida a la familia de las hadas y, sin embargo, no son hadas. Para empezar, no tienen ni alas ni las orejas alargadas y están asociadas al poder de los elementos; tierra, agua, aire y fuego. Esto les confiere una habilidad muy preciada, que es la de poder viajar por las dimensiones. Una tukta es capaz de adecuar su energía a los lugares o planos por donde se mueve. Claro que no todas las tuktas han decidido ejercer el oficio de saltador cuántico. También hay otras funciones, como estabilizadores frecuenciales, soldadores de mallas electromagnéticas, afinadores de rejilla cristalina, etc. 

Las tuktas se aparecen cuando y donde se las requiere. Y para ello disponen de algo maravilloso dentro de sus cuerpecitos. Porque el rasgo distintivo de una tukta no es ni su pelo color malva, ni sus ojos de doble tono, ni sus manos de 4 dedos…, sino la esfera de luz iridiscente que está incrustada dentro de sus pechos. Ellos la llaman la esfera de la permanencia. Las tuktas más pequeñas la suelen tener de colores chillones y muy vivos, mientras que las esferas de las ancianas son de tonos más tranquilos y enormemente brillantes. Gracias a estas esferas, las tuktas pueden conectarse con cualquier ser o lugar, siempre y cuando sientan la energía de su destino, es decir, la energía de la persona, cosa o lugar.

 —Ópula, su majestad se dispone a recibirte ahora mismo —informa un ser mayor con apenas unos mechones de pelo blanco que le tapan las orejas mientras permanece de pie con la puerta abierta. Ópula traga saliva y camina hasta quedar a su altura.

—No temas, pequeña, anda entra —la anima y espera unos segundos para cerrar la puerta.

Una sala alta y espaciosa se abre ante ella. La madera de las paredes y del suelo ha sido pulida hasta quedar suave como una pieza de orfebrería. Pequeñas antorchas cuelgan de argollas colocadas en las esquinas y queman una grasa de mantequilla que desprende el olor más maravilloso del mundo. Ópula lo aspira con satisfacción mientras avanza con pasos temblorosos hasta donde se encuentra el séquito real. Su majestad está sentada alrededor de una mesa que ha sido tallada en el árbol y que se eleva del suelo como si fuera un champiñón gigante. El séquito está compuesto por la Reina del Otoño, cuyo porte sofisticado a la vez que amable sorprende a la tukta, Gaspar, el secretario real y mano derecha de su majestad, y Carmelia, una anciana de edad imposible de precisar cuya sabiduría la hace indispensable en la vida diaria del reino.

—Ópula, eres bienvenida a esta pequeña reunión en la que se decidirá el destino de la Vara del Tiempo —pronuncia solemnemente Gaspar, de pie, con la mano derecha sobre el pecho y la izquierda reposando en las lumbares. La Reina lo observa con una sonrisa divertida, dándole a su secretario la concesión de pronunciarse y de hacer su trabajo. Carmelia frunce el ceño y chasquea la lengua—…ya sabes que el Pacto de la Continuidad es la celebración más importante para las hadas del mundo de Siddhe y también debes saber que has sido seleccionada de entre centenares de seres para portar la Vara del Tiempo hasta la Ciudad de Cristal, esto…, ejem, el día previamente mencionado, para sellar el Pacto de la Continuidad con las Hadas de las Nieves o el Reino del Invierno, lo que es lo mismo, las cuales a su vez y en su respectivo día festivo se la pasarán a las Hadas de las Flores o el Reino de la Primavera, las cuales, a su vez y en su respectivo día festivo se la pasarán a las Hadas de las Aguas o el Reino del Verano y éstas, dicho sea de paso, cerrarán el ciclo. Todo eso sucederá en un mismo instante, por supuesto, porque el tiempo se adapta a nuestras necesidades.

Gaspar se pone el puño delante de la boca y carraspea suavemente, coge aire y continúa hablando. La reina, paciente y sin dejar de sonreír observa a Ópula, que está rígida y con la vista clavada en Gaspar.

—Como iba diciendo, tú, Ópula, has sido elegida de entre un millar —Carmelia deja escapar un bufido ante la exageración de Gaspar, antes había dicho un centenar— para realizar el recorrido de la Vara del Tiempo que, por cierto y dicho sea de paso, ya ha sido trazado por un servidor con el consentimiento, por supuesto, de nuestra amadísima majestad, la Reina de las Hojas.

El secretario abre un brazo a modo de presentación de la reina y da por finalizado su parlamento. Ella toma la palabra, incorporándose.

—Dime pequeña, ¿cómo te sientes? 

Su voz, suave y aterciopelada acaricia a Ópula quien, después del discurso que acaba de escuchar, no puede evitar pensar que no es la adecuada para la función para la que ha sido elegida. Recuerda la llamada; estaba paseando por un tramo dimensional de color rojo y amarillo, con una energía parecida a la suavidad del interior del capullo de una castaña y, de repente, su esfera de la permanencia empezó a emitir destellos eléctricos de color plateado. Lo recordaba como si hubiera pasado hace mucho, pero, en realidad, acababa de suceder. Al momento se había proyectado hacia el Reino de las Hojas. Para una tukta es muy fácil acudir de forma inmediata al lugar de su llamada.

—Yo…, majestad, yo… digo…, es todo un honor estar aquí ante vos. —Inclina la cabeza hasta casi tocarse las rodillas y allí se queda. Gaspar estira un poco más la cabeza en señal de aprobación y Carmelia, no pudiendo controlar ya su impaciencia, se levanta de su silla bruscamente.

—Con vuestro permiso, Reina de las Hojas —su majestad la mira de soslayo y ladea suavemente la cabeza, intrigada—, mira niña, acércate. —Ópula obedece. — Como cada año, es tradición en el mundo de Siddhe que una tukta lleve a cabo el Pacto de la Continuidad que mantiene unidos a los cuatro reinos con el Reino de Cristal. Se realiza en otoño, que es la época en que la naturaleza se renueva. Por lo tanto, debe empezar por el Reino de las Hojas. ¿Lo has entendido?

Ópula da un golpe de cabeza ante esos ojos que parecen llegar hasta el último rincón de sus pensamientos.

—Quiero que lo digas —Carmelia la analiza con mirada astuta.

—Sí señora —bisbisea Ópula —, conozco bien el ritual y prometo realizar mi función a la perfección.

Carmelia la escruta durante unos breves segundos más, pensativa.

— ¿Y bien? —pregunta la reina, acariciándose el mentón con su dedo. Ópula se fija en la elegancia con la que ha pronunciado esas dos palabras y en cómo su mera presencia crea una atmósfera relajada y segura.

—Mmmm…, —Carmelia duda, sin dejar de mirar a Ópula. Se rasca el cuero cabelludo y ladea la cabeza como para observar el perfil de la muchacha. Finalmente entorna los ojos y sonriendo exclama:

— ¡Me gusta!

Su boca deja entrever una cavidad oscura y mellada dentro de la cual apenas relucen dos pares de dientes.

—Estupendo —aplaude su majestad—, quiero darte la enhorabuena, querida Ópula. Si eres tan amable de tomar el té conmigo, te explicaré con todo lujo de detalles cuál será el recorrido trazado para este año. 

—Muchas gracias, majestad. —Ópula se permite el primer esbozo de sonrisa del día. La voz de la reina tiene una modulación suave y delicada que la calma al instante.

—Entonces no perdamos más tiempo, acompáñame —la reina la toma del brazo y se la lleva consigo hacia la Sala de la vara.


CLARA Y SU NUEVA HABILIDAD

—Oye, Marisa, ¿te levantaste de la cama ayer por la noche para comer pepinillos en vinagre? —pregunta Clara a su mejor amiga. 

Ambas trabajan en la misma agencia de viajes; Clara como redactora de una revista de turismo y Marisa como asistente contable y administrativo. Su amiga la mira con aprensión, pues no hace ni dos días que se ha puesto otra vez a régimen.

 — ¿Es que ahora me espías o qué? —espeta. Clara le quita importancia al asunto alegando que lo ha soñado. Pero no se trata de un sueño, sabe el número exacto de pepinillos que Marisa comió, así como el pijama de piratas que vestía y también sabe que, después de los pepinillos, la emprendió con el queso y con el chorizo. Aunque eso prefiere no decírselo. Ha estado en su cocina, por lo menos una parte de ella ya que su cuerpo no ha salido de la cama. 

Clara lleva semanas sintiéndose rara. Le ocurren experiencias extrañas. De modo que al salir del trabajo quiere visitar una tienda de minerales para comprarse un brazalete de ónix negro.

Mira a su amiga Marisa que lleva toda la mañana peleándose con unas facturas y procura concentrarse en el trabajo. Últimamente le cuesta mucho hacerlo. Se frota la cara con las manos y suspira. Oye, de lejos, la música de fondo que Marisa siempre se empeña en poner. Multitud de notas que se pierden en el tiempo. Algunas de ellas tan efímeras que el oído apenas puede percibirlas y, no obstante, la música perdura en el recuerdo, piensa Clara mientras se concentra en la melodía que sale del reproductor de audio. 

“No importa que escuches una canción una sola vez en la vida, a veces es suficiente para no olvidarla jamás. ¿De qué están hechos los recuerdos? No recuerdo el sabor dulce, sino el bombón que me dieron aquella tarde de cumpleaños. Y no sé lo que es el tacto en sí, sino la caricia de mi hijo, de mi marido o la de mi madre. El recuerdo no es uno, sino un conglomerado de ellos. No es el dulce del bombón lo que recuerdo, también el brillo de la superficie del chocolate, la preciosidad de su estética abombada coronada de crocant de almendra y el sol entrando a raudales por la ventana del comedor. Puedo separar todo eso y quedarme con el recuerdo del sabor del bombón, pero entonces no sabe igual. Sin ese contexto, el chocolate ha perdido ese toque mágico que lo hace tan especial y que mi memoria atesora con ansia”.

Clara parpadea con fuerza y se obliga a acabar el artículo que tiene entre manos. O se da prisa o no podrá ir a la tienda de minerales.

Ahora en su casa, sentada en el rincón de la ventana de su dormitorio, recuerda las palabras que le ha dicho la dependienta mientras le envolvía el brazalete: “No olvide lavarlo con agua nada más llegar a casa, los minerales son mucho más que piedras, son energía en acción. Llévelo siempre puesto, especialmente por la noche, y no deje que nadie se lo toque. No olvide limpiarlo cada vez que lo necesite, una vez por semana estaría bien, y cárguelo con la luna o con tierra, de lo contrario su brazalete dejará de tener fuerza.

Clara se acaricia la muñeca donde lleva los minerales y se mete en la cama. Se suelta la goma que le recoge el pelo y apaga las luces. 


EL SEÑOR DEL OLVIDO

Muy lejos de allí, pero muy cerca de cualquier parte, vive el Señor del Olvido en la gruta del pliegue del tiempo. El Señor del Olvido observa con interés el mapa que tiene delante de sus ojos. Chasquea la lengua haciendo ventosa con sus gruesos labios y se deja caer sobre el sillón, que cruje bajo el peso del maestro y se adapta a esa chepa parecida a una enorme joroba. 

—Ayer no estaba —susurra, meditabundo—, ha aparecido otra chispita.