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La colina del frío

 

 

 

Marc Tello

 

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© Marc Tello

© La colina del frío

 

ISBN papel: 978-84-685-0094-2

ISBN digital: 978-84-685-0096-6

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

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El último hálito de Carlos Ramos

 

 

 

 

Sus colmillos blancos relucen con la luz tenue y grisácea de la luna. Sus ojos me miran de un modo demoníaco. Mi corazón se encoge al sentir el frío hielo de su iris. Antes de que me hipnotice, me lanzo a correr por el bosque. Los árboles me retienen con sus afiladas ramas, me arañan la piel, me hacen sangrar en la cara y en los hombros mientras sus raíces me enredan los tobillos, y cada paso me cuesta más. Ella lo tiene todo a su favor, este es su bosque, su guarida centenaria. Yo no soy más que un intruso.

Mi aliento se entrecorta cuando oigo sus pasos cerca, muy cerca. ¿Por qué tuve que ser tan curioso? Puede que me maten esta noche por el vicio de querer saber algo que ningún humano debería ni siquiera imaginar. Corro y salto en el último instante. La raíz retorcida de un fresno sale furiosa a mi encuentro. Está casi encima, corre más.

Los aldeanos lo saben, conocen el terrible secreto. Intentaron mantenerme alejado. Salta esa piedra, ella está cerca, corre más. Pero no escuché. Como siempre, no escuché. Mamá tenía razón, mi vanidad me causará algún día un gran problema. Pensé que aquello solo eran estúpidas habladurías de estúpidos aldeanos. ¡Maldita sea mi vanidad! El más humilde de los granjeros es más inteligente que yo, pues sabe que hay cosas en las que uno no debe mezclarse nunca. Creo que nunca he corrido tanto ni tan rápido. Esto también es obra suya, su amor retorcido me ha cambiado.

Me detengo en el lago y miro a mí alrededor. No la veo. La luna llena se refleja en su inmensidad en las cristalinas aguas del lago. La tranquilidad serena mi alma. Si sobrevivo a esta noche, juro por mi alma que creeré a las gentes de este lugar y sus buenas intenciones. Aguanto la respiración y escucho a mi alrededor. Nada. Quizá la haya despistado. Me dejo caer sentado en el suelo, recuperando el aliento. Levántate otra vez, sigue corriendo hasta casa, no estarás seguro en ningún otro lugar.

Qué razón tenía mi abuelo cuando decía que a la naturaleza no se la puede domesticar. Los árboles parecen haber recobrado su tranquilidad, su mansa actitud nocturna. Pero una arcada de terror vuelve a invadir mi corazón. Siento su aliento gélido en mi nuca, dudo en si girarme o no... Si lo hago no debo mirarle a los ojos... Los ojos... ¡Es ella otra vez! Arranco a correr con la poca fuerza que me queda dentro. Sorteo de nuevo las raíces de los árboles, que se alzan del suelo riéndose otra vez de mí. La luna me mira con furia, por unos instantes me creí más listo que el monstruo por haberle despistado, y he cometido el mismo error. Aguanta un poco más, corre más, ya casi estamos en casa. ¡Por tus huesos corre más! No escuches sus gemidos, no oigas sus gruñidos, ¡corre, corre!

Los árboles ya han desaparecido, estoy en el claro de mi casa. Ya veo la puerta... Saca las llaves con cuidado... Si ahora caen será el fin, llego a la puerta. ¡Haz que esa mano deje de temblar! ¡Encaja llave maldita! ¡Encaja en la cerradura de una vez! ¡Estoy dentro…! Una victoria momentánea, ese monstruo viene a por mí.

Siempre dejo las ventanas cerradas, pero me aseguro de que todo está cerrado. Cogeré el rosario de la abuela, ah... Ella sí que sabía, todo lo sabía, ¡Y pensar que alguna vez la vi como una pobre supersticiosa de pueblo! ¡Que necio fui!

Me pondré el rosario en el pecho. Casi es una estupidez, apenas sé rezar, ¡Nunca me interesó creer en nada!, Me encomiendo a Dios con súplicas desesperadas y llorosas. Si ella existe, Dios también debe de existir. ¿Por qué tuve desafiar una verdad con siglos de existencia en estos parajes? Me odio a mí mismo por acabar con mi propia vida.

Todos los aldeanos me lo dijeron al poner los pies es esta tierra; “No vayas a la casa del otro lado del lago... está maldita. Aquella joven... brutalmente asesinada por su marido, ahora no puede descansar en paz. No pises su tierra, o la liberarás.”

¡Y voy yo y profano su tierra, la molesto, por eso ahora estoy maldito! La muerte no tardará en visitarme. No podré salir con vida de esta, tengo esa fúnebre seguridad. No pienses así, eso no te ayudará. Mi corazón se resigna a latir, hasta que ella llegue. Es la Némesis que caerá sobre mí por méritos propios. Cierro los ojos, tiemblo de terror. ¡Ah Dios ten piedad de mí!

Algo golpea la ventana situada detrás de mi sillón. Me giro... no veo nada. Me levanto. Miro por la ventana. Toda la casa está a oscuras, así que puedo ver el exterior con la claridad de la luna. Escudriño todos los rincones. Nada, ni tan solo viento, pero noto su presencia aunque el bosque está tranquilo. Vuelvo al sofá, con el rosario en la mano, y miro por la ventana que tengo enfrente.

Un rayo de luz de luna, brillante y luminoso, entra por mi ventana. El Rayo es extrañamente denso, pequeños haces de luz revolotean en su interior, fluctuando como olas de un mar embravecido. Una silueta se va dibujando dentro de mi salón, la luz de la Luna la perfila. Ahora la veo con claridad, es irremediable... es mi fin...

Es increíble ser testigo de cómo un demonio de más de seiscientos años de antigüedad puede ser tan hermoso. Dolorosamente bella. Ese tipo de belleza desgarradora, que se hiende en tu alma, que te arrebata la inteligencia, y que va más allá de lo físico. Su cabello castaño revolotea como si en mi salón hubiera un huracán. Sus dos ojos verdes son dos pozos esmeraldas en los que toda la humanidad podría caer y no se llenarían. La voluptuosidad de su cuerpo es el resultado del sueño de todos los hombres de la historia.

No debo dejarme llevar por su extremada belleza. Debo hacer algo para evitar su hechizo. En un intento de salvar mi vida, alzo el rosario de mi abuela, sin apartar la vista de ella. En su cara se dibuja una sonora carcajada que muestra la textura amenazadora de sus colmillos. ¡No quiero morir sin haber luchado antes defender mi vida!, Me alzo y lanzo el puñetazo más brutal que mi cuerpo me permite. Ella lo esquiva con suma facilidad, sin borrar su sonrisa. Me vuelvo desesperado, pero ella no hace ningún gesto, se limita a mirarme con la ternura de una madre. Oigo su voz, pero sus labios no se mueven:

“No temas, ven conmigo, y yo te protegeré a lo largo de los siglos.”

Sus ojos se han instalado en mis pupilas. Es tan encantadora, tan dulcemente irresistible... Se abalanza suave y delicadamente sobre mi cuello, donde posa sus labios. Este es mi triste final, o quizás mi dulce despertar.