Cubierta

Abraham H. Maslow

El hombre
autorrealizado

Hacia una psicología del Ser

Editorial Kairós

Sumario

  1.  
    1. Prólogo a la segunda edición
    2. Prólogo a la primera edición
  2.  
    1. Parte I:
      Un campo más amplio para la psicología
      1. 1. Introducción: hacia una psicología de la salud
      2. 2. Lo que la psicología puede aprender del existencialismo
    2. Parte II:
      Desarrollo y motivación
      1. 3. Motivación de la deficiencia y motivación del desarrollo
      2. 4. Defensa y desarrollo
      3. 5. La necesidad de conocer y el miedo al conocimiento
    3. Parte III:
      Desarrollo y conocimiento
      1. 6. Conocimiento del ser en las experiencias-cumbre
      2. 7. Experiencias-cumbre como experiencias de identidad aguda
      3. 8. Peligros del conocimiento del ser
      4. 9. Resistencia a ser clasificado
    4. Parte IV:
      Creatividad
      1. 10. Creatividad en las personas que se autorrealizan
    5. Parte V:
      Valores
      1. 11. Datos psicológicos y valores humanos
      2. 12. Valores, desarrollo y salud
      3. 13. La salud como trascendencia del medio ambiente
    6. Parte VI:
      Tareas futuras
      1. 14. Proposiciones básicas de una psicología del desarrollo y de la autorrealización
  3.  
    1. Apéndice A
    2. Apéndice B
    3. Notas
    4. Bibliografía

Este libro está dedicado
a Kurt Goldstein

Prólogo a la segunda edición

Muchas cosas han acontecido en el mundo de la psicología desde que este libro vio la luz por vez primera. La psicología humanista —así suelen denominarla— se ha afianzado ya sólidamente como alternativa viable frente a la psicología objetiva, behaviorista (mecanomórfica), y el freudismo ortodoxo. Su biografía es abundante y crece rápidamente. Aún más: empieza a utilizarse, especialmente en la educación, industria, religión y administración, terapia y autoperfeccionamiento, así como por parte de organizaciones, publicaciones e individuos “eupsiquistas”.

Debo reconocer que considero esta corriente humanista dentro de la psicología como una revolución en el sentido prístino y más verdadero de la palabra, en el sentido en que Galileo, Darwin, Einstein, Freud y Marx llevaron a cabo las suyas; es decir, una corriente que aporta nuevas formas de percibir y pensar, nuevas representaciones del hombre y la sociedad, nuevos enfoques de la ética y los valores, nuevas direcciones que seguir.

Esta tercera psicología es, en la práctica, un aspecto de una Weltanschauung global, de una filosofía de la vida, de una nueva concepción del hombre, los inicios de otros cien años de trabajo (siempre que podamos, naturalmente, evitar antes un holocausto). Cualquier persona de buena voluntad, cualquier persona que esté de parte de la supervivencia, tiene aquí una buena labor que llevar a cabo, un trabajo eficaz, honesto y satisfactorio, que puede dar pleno sentido a su vida y a la de otros.

Esta psicología no es puramente descriptiva o académica, sino que induce a la acción e implica consecuencias. Contribuye a la realización de una manera determinada de vivir una persona, no sólo en cuanto individuo, dentro del propio psiquismo, sino también en cuanto a ser social, miembro de la sociedad. De hecho, colabora a que adquiramos conciencia de cuán interrelacionados están en la práctica estos dos aspectos vitales. Por fin, el mejor “colaborador” es la “persona adecuada”. Es demasiado frecuente ver cómo la persona enferma o inadecuada, al intentar ayudar, lo único que produce es perjuicio.

También debo confesar que considero la psicología humana, esta tercera fuerza psicológica, como algo transitorio; como un allanamiento del camino hacia una cuarta psicología aún “más elevada”, una psicología transpersonal, transhumana, centrada en el cosmos más que en el bien y las necesidades del hombre, que trascienda la naturaleza del hombre, su identidad, autorrealización, etc. Aparecerá pronto un Journal of Transpersonal Psychology, dirigido por aquel mismo Tony Sutich que fundó el Journal of Humanistic Psychology. Estos nuevos estadios pueden muy bien constituir un ofrecimiento de compensación tangible utilizable, efectiva, al “idealismo frustrado” de muchas personas, especialmente gente joven, sumidas en callada desesperanza. Estas psicologías prometen desembocar en la filosofía de la vida, el sustitutivo de la religión, la escala de valores, todo el programa vital que tales personas echan de menos. Sin la trascendente y transpersonal, nos volvemos enfermos, violentos y nihilistas, y quizá también desesperanzados y apáticos. Necesitamos algo “superior a nosotros mismos” que respetar y en que confiar en un sentido nuevo, naturalista, empírico, no-eclesial; quizás al modo de Thoreau, Whitman, William James y John Dewey.

Creo que otra labor que hay que realizar antes de que podamos encontrarnos en posesión de un mundo bueno es la elaboración de una psicología nacida de la composición y el amor a la naturaleza humana, más que del sentimiento de aversión y el derrotismo. Las correcciones introducidas por mí en esta edición tienen que ver principalmente con lo que vengo diciendo. Dondequiera que ha sido posible sin necesidad de recurrir a una costosa refundición del texto, he procurado clarificar mi psicología del mal (“el mal considerado desde arriba”, más bien que desde abajo). Una lectura cuidadosa detectará con facilidad estas refundiciones, aun cuando se hallen extremadamente condensadas.

Esta charla en torno al mal puede parecer a los lectores de este libro una paradoja, una contradicción a sus tesis fundamentales; pero no lo es bajo ningún concepto. Hay en el mundo hombres buenos, fuertes, triunfadores: santos, sabios, líderes esforzados, dirigentes, políticos de segunda fila, hombres de estado, hombres fuertes, vencedores más que perdedores, constructivos más que destructivos, padres más que hijos. Tales personas están a la vista de quien quiera estudiarlas como yo lo he hecho. Pero también es verdad que su número es muy reducido, aunque podrían ser muchos más, y que a menudo son tratados mal por quienes les rodean. De modo que nos veremos obligados a estudiar también este último aspecto, este temor a la bondad y grandezas humanas, esta incomprensión en torno a cómo ser bueno y fuerte, esta incapacidad de encauzar la propia cólera hacia actividades productivas, este miedo a la madurez y la divinización que con ella llega, esta aprensión a sentirse virtuoso, respetuoso de sí mismo, digno de amor y consideración. Especialmente, deberemos aprender cómo sobreponernos a esta tendencia disparatada a permitir que la compasión por el débil engendre el odio hacia el fuerte.

Es ésta la clase de investigación que recomiendo con la mayor urgencia a los psicólogos jóvenes y ambiciosos, a los sociólogos y a cuantos se dedican al estudio de las ciencias sociales en general. A aquellas otras personas que quieran contribuir en la construcción de un mundo mejor, les recomiendo encarecidamente que consideren la ciencia —la ciencia humanista— como un medio de conseguirlo, un medio excelente y necesario, quizás el mejor de los medios.

Lo que sucede es que estamos en posesión de un caudal suficiente de conocimientos lo bastante fidedignos como para lanzarnos a la construcción de Un Mundo Bueno. No poseemos los conocimientos necesarios para enseñar a los individuos a amarse los unos a los otros, no por lo menos con un cierto grado de seguridad. Estoy convencido de que la mejor solución estriba en el avance del conocimiento. Mi Psychology of Science y el Personal Knowledge de Polanyi son claras demostraciones de que la vida de la ciencia puede ser también una vida de pasión, belleza, esperanza para la humanidad y descubrimiento de valores.

Reconocimiento

Quiero agradecer la subvención que me fue otorgada por el Ford Foundation’s Fund for the Advancement of Education. Con ella costearon no sólo un año de excedencia para mí, sino también dos abnegadas secretarias: Mrs. Hilda Smith y Mrs. Nena Wheeler, a quienes desde aquí deseo expresar mi gratitud.

Dediqué desde el principio este libro a Kart Goldstein, por muchas razones. Quiero expresar ahora mi deuda para con Freud y las teorías que desarrolló, así como las anti-teorías que éstas a su vez se produjeron. Si tuviera que expresar en una sola frase lo que la psicología humanista ha significado para mí, diría que es un ensamblaje de Goldstein (y la psicología de la forma) con Freud (y las diversas psicologías psicodinámicas), unido todo al espíritu científico que me enseñaron mis profesores de la Universidad de Wisconsin.

A.H. MASLOW

Prólogo a la primera edición

Ha sido para mí tarea ardua la de escoger título para este libro. El concepto de “salud psíquica”, aunque imprescindible aún, posee varias deficiencias intrínsecas a la hora de utilizarlo con propósitos científicos, que serán sometidas a discusión en lugares apropiados a lo largo del libro. Lo mismo sucede con “enfermedad psíquica”, tal como Szasz (160a) y los psicólogos existencialistas (110, 111) han subrayado recientemente. Podemos usar todavía estos términos normativos y, de hecho, por razones heurísticas debemos utilizarlos en este momento; con todo, estoy convencido de que resultarán anticuados dentro de diez años.

Un término mucho más adecuado es el de “autorrealización” tal como yo lo he utilizado. Subraya la “plenitud humana”, el desarrollo de la naturaleza del hombre basada en la biología, y es por tanto (empíricamente) normativo para toda la especie más bien que para determinados tiempos y lugares; es decir, está menos en función de la cultura. Se adapta al determinismo biológico más que a los patrones axiológicos histórico-arbitrarios, de culturas específicas, como acontece frecuentemente con los términos “salud” y “enfermedad”.

Sin embargo, aparte de su torpe acuñación literaria, dicho término ha demostrado deficiencias imprevistas, como la de parecer:

  1. Implicar egoísmo más que altruismo.
  2. Menospreciar los aspectos de deber y dedicación a las funciones vitales.
  3. Pasar por alto los vínculos que nos unen a los demás y a la sociedad, así como la dependencia de la realización individual respecto a una “buena sociedad”.
  4. Pasar por alto el carácter solicitatorio de la realidad no-humana y su fascinación e interés intrínsecos.
  5. Pasar por alto la superación del yo y la auto-trascendencia.
  6. Subrayar, por implicación, la actividad frente a la pasividad o receptividad.

Ha resultado así a pesar de mis cuidadosos esfuerzos por descubrir el hecho empírico de que las personas que se autorrealizan, son altruistas, abnegadas, autotrascendentes, sociales, etc. (97, capítulo 14).

La palabra self 1 parece incomodar a muchos, y mis redefiniciones y descripción empírica se ven a menudo indefensas ante el poderoso hábito lingüístico de identificar self con selfish2 y con la pura autonomía. Asimismo, he descubierto, para desaliento mío, que algunos psicólogos inteligentes y capaces (70, 134, 157a) persisten en tratar mi descripción empírica de las características de las personas que se autorrealizan, como si tales características fueran un invento arbitrario mío, en lugar de un descubrimiento.

A mi parecer, “plenitud humana” evita algunas de estas falsas interpretaciones. Del mismo modo, “menoscabo humano” o “privación de crecimiento” resultan más adecuados como sustitutivos de “enfermedad” e incluso, quizás, de neurosis, psicosis y psicopatía. Estos términos, por lo menos, son más útiles para una teoría general psicológica y social, si es que no lo son también para la práctica terapéutica.

Los términos “Ser” y “Llegar a Ser” tal como yo los utilizo a lo largo de este libro son aún más adecuados, aunque no gocen todavía de difusión suficiente para hacerse de uso común. Es una lástima, porque, como veremos, la psicología del Ser es realmente muy distinta de la psicología del Llegar a Ser y de la psicología de la Deficiencia. Estoy convencido de que los psicólogos deben encaminarse en esta dirección: reconciliar la psicología del Ser con la psicología de la Deficiencia, es decir, lo perfecto con lo imperfecto, lo ideal con lo real, lo empírico con lo existente, lo intemporal con lo temporal, la psicología del fin con la psicología de los medios.

Este libro es una prolongación de mi Motivation and Personality, publicado en 1954. Ha sido compuesto siguiendo aproximadamente las mismas pautas, es decir, elaborando un fragmento al mismo tiempo que una estructura teórica más amplia. Es la anticipación de una labor todavía no realizada, dirigida hacia la construcción de una psicología y una filosofía generales, comprensivas, sistemáticas y de base empírica, que comprendan las cimas y las profundidades de la naturaleza humana. El último capítulo constituye hasta cierto punto un programa para esta labor futura y sirve de puente para llegar a ella. Es un primer intento de ensamblar la “psicología de la salud y el crecimiento” con la dinámica psicopatológica y psicoanalítica, lo dinámico con lo helístico, el Llegar a Ser con el Ser, lo bueno con lo malo, lo positivo con lo negativo. Dicho de otra manera, es un esfuerzo por levantar sobre las bases psicoanalítica y científico-positiva de la psicología experimental, la superestructura Eupsíquica, de psicología del Ser y metamotivacional de la que carecen ambos sistemas, rebasando sus limitaciones.

He descubierto que es muy difícil hacer comprender a los demás mi posición, que supone un respeto y a la vez una impaciencia frente a estas dos psicologías comprensivas. Son muchos los que insisten en el dilema de ser o bien pro-freudianos o bien anti-freudianos, de estar a favor de la psicología científica o en contra de ella, etc. En mi opinión, todos estos lealismos son estúpidos. Nuestro trabajo consiste en integrar estas diversas verdades en la verdad total, que debe ser nuestra única lealtad.

Para mí resulta completamente claro que los métodos científicos (considerados en un sentido amplio) son los únicos medios decisivos de que podemos disponer para estar seguros de poseer realmente la verdad. Pero también en este punto se cae con excesiva facilidad en una falta interpretación y en la dicotomía entre una posición pro-científica y anti-científica. He escrito ya sobre este tema (97, capítulos 1, 2 y 3). Éstos intentan ser una crítica del cientifismo ortodoxo del siglo XIX, y me propongo proseguir con este empeño de ampliar los métodos y el campo de la ciencia a fin de que pueda asumir las tareas de las nuevas psicologías, personales, empíricas (104).

Hay una inadecuación total entre la ciencia, tal como es concebida tradicionalmente por la ortodoxia, y estas tareas. Pero también estoy seguro de que no hay ninguna razón para que la ciencia se autolimite a los métodos considerados ortodoxos. No hay ninguna razón para que renuncie a problemas como amor, creatividad, valor, belleza, imaginación, moral y alegría, dejándolos del todo en manos de los “no-científicos”: poetas, profetas, clérigos, dramaturgos, artistas o diplomáticos. Todas estas personas pueden tener intuiciones maravillosas, plantear las cuestiones que deban plantearse, proponer hipótesis susceptibles de comprobación e incluso estar en lo cierto y poseer la verdad en muchas ocasiones. Pero, por más seguros que ellos mismos se sientan, jamás conseguirán que la humanidad lo esté. Tan sólo pueden convencer a quienes ya están de acuerdo con ellos y quizás a algunos más. La ciencia es el único camino para introducir la verdad en quien se muestra remisa a ella. Sólo la ciencia puede vender las diferencias caracterológicas en los modos de percibir y las creencias. Sólo la ciencia puede progresar.

Con todo, subsiste el hecho de que ha llegado a una especie de punto muerto y (en algunas de sus manifestaciones) puede ser considerada como una amenaza y un peligro para la humanidad o, por lo menos, para las cualidades y aspiraciones más elevadas y nobles de la humanidad. Muchas personas sensibles, especialmente artistas, temen que la ciencia ensucie, que divida las cosas en vez de integrarlas y que, por tanto, tenga más de muerte que de creación.

Nada de esto es necesario a mi juicio, lo único que se requiere para que la ciencia se convierta en una ayuda para una positiva realización humana es que se amplíe y profundice la concepción de su naturaleza, objetivos y métodos.

Confío en que el lector no encuentre esta afirmación inconsecuente con el tono más bien literario y filosófico de este libro. En cualquier caso, no es ésta mi opinión. La confección de un boceto a grandes rasgos de una teoría general exige este tipo de tratamiento, por lo menos actualmente. Quizá contribuya también a este efecto aparente el hecho de que la mayor parte de los capítulos de este libro fueron concebidos originariamente como conferencias.

Este libro, como el anterior, está lleno de afirmaciones basadas en investigaciones piloto, retazos de evidencia, observación personal, deducción teórica y pura premonición. Se encuentran enunciadas generalmente de modo que pueda probarse su veracidad o falsedad. Es decir, se trata de hipótesis que, como tales, se presentan como susceptibles de comprobación más bien que como doctrina definitiva. Son, claro está, relevantes y pertinentes; dicho de otro modo, su posible corrección o incorrección tiene importancia para otras ramas de la psicología. Son decisivas. Deberían por tanto ser fuente de investigación y confío en que lo sean. Por estas razones, considero que este libro se asienta en el terreno de la ciencia, o de la presciencia, antes que en el de la exhortación, filosofía personal o expresión literaria.

Unos breves trazos acerca de las corrientes existentes en la psicología contemporánea pueden servir para situar este libro en el lugar que le corresponde. Las dos teorías comprensivas acerca de la naturaleza humana que, hasta hace poco, más han influenciado a la psicología, son el freudismo y el behaviorismo positivista y experimental. Las restantes teorías eran menos comprensivas y sus seguidores formaban grupos de tendencias heterogéneas. Sin embargo, en los últimos años estos diversos grupos se han ido aglutinando rápidamente en torno a una tercera teoría cada vez más comprensiva acerca de la naturaleza humana, algo así como una “Tercera Fuerza”. Este tercer frente incluye a los partidarios de Adler, Rank y Jung, así como a los neofreudianos (o neoadlerianos) y a los postfreudianos (psicólogos analíticos del ego y escritores como Marcase, Wheelis, Marmor, Szasz, N. Brown, H. Lynd y Schachtel), que toman el relevo de los psicólogos del organismo, de creciente influencia. Lo mismo sucede con la terapia gestaltista, los psicólogos gestaltistas y lewinianos, los de la semántica general, y psicólogos de la personalidad como G. Allport, G. Murphy, J. Moreno y H.A. Murray. Otra corriente de nueva y poderosa influencia es la de la psicología y psiquiatría existenciales. Otros importantes contribuidores pueden ser encasillados como psicólogos del ego, psicólogos fenomenólogos, psicólogos del crecimiento, psicólogos rogerianos, psicólogos humanistas, etc. Es imposible presentar una relación completa. Una manera más sencilla de agruparlos, consiste en hacerlo alrededor de las cinco publicaciones en las que este grupo suele presentar sus trabajos, todas relativamente nuevas. Se trata del Journal of Individual Psychology (Universidad de Vermont, Burlington, VT), el American Journal of Psychoanalysis (220 W. 98 th St., New York 25, NY), el Journal of Existential Psychiatry (679 N. Michigan Ave. Chicago 11, 111.), la Review of Existential Psychology and Psychiatry (Universidad de Duquesne, Pittsburgh, PA), y la más reciente, el Journal of Humanistic Psychology (2637 Marshall Drive, Palo Alto, California). Tenemos además la revista Manas (P.O. Box 32, 112, El Sereno Station. Los Ángeles 32, California), que aplica este punto de vista a la filosofía personal y social del no-especialista inteligente. La bibliografía recogida al final del libro, aunque incompleta, constituye una buena muestra de los escritos de este grupo. Este mismo libro se incorpora a esta corriente de pensamiento.

Reconocimiento

No repetiré aquí los nombres de aquellas personas a quienes expresé ya mi agradecimiento en el prólogo de mi Motivation and Personality. Deseo ahora añadir tan sólo los nombres que siguen.

He sido singularmente afortunado con respecto a los colegas de mi departamento, Eugenia Hanfmann, Richard Held, Richard Jones, James Klee, Ricardo Morant, Ulric Neisser, Harry Rand y Walter Toman, todos los cuales han ejercido el papel de colaboradores, oyentes, críticos y compañeros de discusión en diversos apartados de este libro. Quiero desde aquí testimoniarles mi afecto y respeto, además de agradecerles la ayuda que me han prestado.

He tenido durante diez años el privilegio de sostener continuos debates con un colega erudito brillante y escéptico, el doctor Frank Manuel, del Departamento de Historia en la Universidad Bradeis. No sólo he gozado de su amistad, sino que he adquirido gran cantidad de conocimientos.

He mantenido una relación similar con otro amigo y colega, el doctor Harry Rand, psicoanalista practicante. Durante diez años hemos estado investigando juntos y de modo sistemático los significados profundos de las teorías de Freud. Como fruto de esta colaboración, se ha publicado ya un trabajo conjunto (103). Ni el doctor Manuel ni el doctor Rand están de acuerdo con mi punto de vista; tampoco lo estaba Walter Toman, psicoanalista también, con el que he sostenido muchas discusiones y debates. Quizá sea ésta precisamente la razón por la que su colaboración me ha ayudado a precisar mis propias conclusiones.

El doctor Ricardo Morant y yo hemos colaborado en seminarios, experimentos y en diversas publicaciones. Esto ha contribuido a acercar mi posición a las tendencias dominantes en la psicología experimental. Los capítulos 3 y 6 deben mucho a la ayuda del doctor James Klee.

Los animados pero amistosos debates en el Graduate Colloquium de nuestro Departamento de Psicología con éstos y mis otros colegas, así como con nuestros estudiantes graduados, han sido fuente continua de información. Del mismo modo he aprendido mucho de los contactos diarios formales e informales con muchos miembros y personal del claustro de Brandeis, que constituyen un grupo de intelectuales tan instruido, sofisticado y argumentativo como pueda darse.

He aprendido mucho de mis colegas del Simposio sobre Valores Humanos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) (102), especialmente de Frak Bowditch, Robert Hartman, Gyorgy Kepes, Doroty Lee y Walter Weisskopf. Adrian van Kaam, Rollo May y James Klee me introdujeron en la lectura del existencialismo. Frances Wilson Schwartz (179, 180) fue el primero en informarse acerca de la educación artística creativa y sus muchas implicaciones con respecto a la psicología del crecimiento. Haldous Huxley (68a) fue de los primeros en convencerme de la necesidad de tomar en serio la psicología de la religión y del misticismo. Felix Deutsch me ayudó a conocer el psicoanálisis desde dentro, experimentándolo. Mi deuda intelectual para con Kurt Goldstein es tan grande que te he dedicado este libro.

Gran parte de esta obra ha sido escrita durante un año sabático que debo a la inteligente política administrativa de mi universidad. Quiero también dar las gracias a Ella Lyman Cabo Trust por una subvención que me ha librado de toda preocupación monetaria durante dicho año. Es muy difícil realizar un trabajo teórico continuado durante el curso académico ordinario.

Verna Collette ha hecho la mayor parte del trabajo mecanográfico de este libro. Quiero agradecerle su singular solicitud, paciencia y laboriosidad, por las que le estoy reconocido en extremo. Debo también agradecimiento, por la ayuda que me han prestado como secretarias, a Gwen Whateli, Lorraine Kaufman y Sandy Mazer.

El capítulo 1 es una versión revisada de un fragmento de una conferencia pronunciada en la Cooper Union, en Nueva York, el 18 de octubre de 1954. El texto completo fue publicado en Self, dirigido por Clark Moustakas (Harper & Row, 1956) y es transcrito aquí con la autorización del editor. Ha sido también reproducido en Success in Collage, de J. Coleman, F. Libaw y W. Martinson, Scott (Foresman, 1961).

El capítulo 2 es una versión revisada de un informe leído en el Simposio sobre Psicología Existencial en la convención de 1956 de la Asociación Americana de Psicología. Se publicó por primera vez en Existentialist Inquiries, 1960 (1, 1-5) y lo reproducimos aquí con permiso de dicha publicación. Desde entonces ha sido reproducido en Existential Psychology, de Rollo May (dir.), Random House, 1961, y en Religious Inquiry, 1960 (28, 4-7).

El capítulo 3 es una versión condensada de una ponencia presentada en el Simposio sobre Motivación de la Universidad de Nebraska, el 13 de enero de 1955, y publicada en el Nebraska Symposium on Motivation, 1955. M.R. Jones (dir.), University of Nebraska Press, 1955. La reproducimos aquí con la autorización del editor. Ha sido reproducida también en el General Semantics Bulletin, 1956, números 18 y 19 (32-34) y en Personality Dinamics and Effective Behavior, de J. Coleman, Scout, Foresman, editado en 1960.

El capítulo 4 fue originalmente una disertación dada en la Conferencia sobre Crecimiento de la Merril-Palmer School, celebrada el 10 de mayo de 1956. Se publicó en el Merrill-Palmer Quarterly, 1956 (3, 36-47) y lo reproducimos aquí con la autorización de esta publicación.

El capítulo 5 es una revisión de la segunda parte de una conferencia pronunciada en la Universidad de Tufos, que sería publicada íntegramente en The Journal of General Psychology en 1963. La utilizamos aquí con permiso de esta publicación. La primera mitad de la conferencia recopila toda la evidencia existente para justificar la defensa de una necesidad de tipo instintivo de conocer.

El capítulo 6 es una transcripción revisada de una alocución presidencial pronunciada ante el Departamento de Caracterología y Psicología Social de la Asociación Americana de Psicología el 1 de septiembre de 1956. Se publicó en el Journal of Genetic Psychology, 1959 (94, 43-66) y es reproducida aquí con permiso de esta publicación. Fue también reproducida en el International Journal of Parapsychology, 1960 (2, 23-54).

El capítulo 7 es una versión revisada de una conferencia pronunciada por primera vez en un acto celebrado en memoria de Karen Horney sobre identidad y alienación, en la Asociación para el Desarrollo del Psicoanálisis, en Nueva York, el 5 de octubre de 1960 y publicado en American Journal of Psichoanalysis, en 1961 (21, 254). La utilizamos aquí con el permiso de esta publicación.

El capítulo 8 fue publicado por primera vez en el número de Kurt Goldstein del Journal of Individual Psychology, en 1959 (15, 24-32) y lo reproducimos aquí con permiso de esta publicación.

El capítulo 9 es una versión revisada de un informe publicado por primera vez en Perspectives in Psychological Theory (B. Kaplan y S. Wapner, dirs.), Internacional Universities Press, 1990, una colección de ensayos en honor de Heinz Werner. Lo reproducimos aquí con permiso de los directores y del editor.

El capítulo 10 es una versión revisada de una conferencia pronunciada el 28 de febrero de 1959 en la Universidad Estatal de Michigan (East Lansing, Michigan), como parte de una serie de conferencias sobre la creatividad. Esta serie ha sido publicada bajo el título de Creativity and Its Cultivation (H.H. Anderson), Harper & Row, 1959 y la reproducimos aquí con la autorización del director y los editores. Ha sido también reproducida en Electro-Mechanical Design, 1959 (números correspondientes a enero y agosto), y en General Semantics Bulletin, 1959-1960, números 23 y 24 (45-50).

El capítulo 11 es una revisión y ampliación de una disertación pronunciada en la Conferencia sobre Nuevos Conocimientos respecto a los Valores Humanos, el 4 de octubre de 1957, en el MIT. Ha sido reproducida en New Knowledge in Human Values, dirigido por A.H. Maslow, Harper & Row, 1958, y utilizada aquí con permiso de los directores.

El capítulo 12 es una conferencia pronunciada en el Simposio sobre Implicaciones Investigativas de la Salud Mental Positiva, organizado por la Asociación de Psicología de Eastern, el 15 de abril de 1960. Ha sido publicada en Journal of Humanistic Psychology, 1961 (1, 1-7) y reproducida aquí con la autorización de dicha publicación.

El capítulo 14 es una versión revisada y ampliada de un informe escrito en 1958 para la Asociación para la Supervisión y Desarrollo Curricular (ASCD), Persceiving, Behaving, Becoming: A New Focus for Education (A. Combs, dir.), declarado Libro del Año (1962) de la ASCD, NEA, Washington, D.C., capítulo 4, (págs. 34-39), copyright © 1962 by Association for Supervision and Curriculum Development, NEA y reproducido con la debida autorización. En parte, estas proposiciones constituyen un resumen de todo este libro y del escrito por mí anteriormente y, en parte también, es una extrapolación programática hacia el futuro.

Parte I: Un campo más amplio para la psicología

Parte II: Desarrollo y motivación

Parte III: Desarrollo y conocimiento

Parte IV: Creatividad

Parte V: Valores

Parte VI: Tareas futuras

1. Introducción:
Hacia una psicología de la salud

Está surgiendo sobre el horizonte una concepción nueva acerca de la enfermedad y la salud humanas, una psicología tan estremecedora, a mi parecer, y tan llena al mismo tiempo de magníficas posibilidades, que cedo a la tentación de presentarla públicamente aún antes de que haya sido comprobada y confirmada, y antes de que pueda ser calificada como conocimiento científico fidedigno.

Los supuestos básicos que se incluyen en este punto de vista son los siguientes:


1. Cada uno de nosotros posee una naturaleza interna de base esencialmente biológica, que es hasta cierto punto “natural”, intrínseca, innata y, en un cierto sentido, inmutable o, por lo menos, inmutante.

2. La naturaleza interna de cada persona es en parte privativa suya y en parte común a la especie.

3. Es posible estudiar científicamente esta naturaleza interna y descubrir cómo es (no inventar, sino descubrir).

4. Esta naturaleza interna, en la medida en que nos es conocida hasta el momento, no parece ser intrínseca, primordial o necesariamente perversa. Las necesidades básicas (vida, inmunidad y seguridad, pertenencia y afecto, respeto y autorrealización), las emociones humanas básicas y las potencialidades humanas elementales son, según todas las apariencias, neutrales, pro morales o positivamente “buenas”. El ansia de destrucción, el sadismo, la crueldad, la malicia, etc., parecen hasta ahora no ser la naturaleza intrínseca, sino más bien reacciones violentas contra la frustración de nuestras necesidades intrínsecas, emociones y potencialidades. La ira no es mala en sí misma, como tampoco lo es el miedo, la pereza e incluso la ignorancia. Normalmente, estas cosas pueden llevar —y de hecho llevan— al mal comportamiento, pero no necesariamente. La naturaleza humana no es ni mucho menos tan mala como se creía. De hecho, puede afirmarse que tradicionalmente se han venido subestimando las potencialidades de la naturaleza humana.

5. Puesto que esta naturaleza interna es buena o neutra y no mala, es mucho más conveniente sacarla a la luz y cultivarla que intentar ahogarla. Si se le permite que actúe como principio rector de nuestra vida, nos desarrollaremos saludable, provechosa y felizmente.

6. Si se niega o intenta abolir este núcleo esencial de la persona, ésta enfermará, unas veces con síntomas evidentes, otras con síntomas apenas perceptibles; unas veces como resultado inmediato y otras con alguna posterioridad al establecimiento de la causa.

7. Esta naturaleza interna es fuerte, dominante e inequívoca como el instinto lo es en los animales. Es débil, delicada, sutil y fácilmente derrotada por los hábitos, presiones sociales y las actitudes erróneas a su respecto.

8. Aun cuando es débil, raramente desaparece en las personas normales e incluso puede ser que tampoco desaparezca en las enfermas. Aun cuando se la niegue, perdura calladamente presionando de continuo por salir a la luz.

9. Hay que conjugar de algún modo estas conclusiones con la inevitabilidad de la disciplina, privación, frustración, color y tragedia. Estas experiencias resultan convenientes en la medida en que revelan y actualizan nuestra naturaleza interior. Resulta cada vez más claro que estas experiencias guardan relación con un sentimiento de consecución, de fortaleza del ego y, en consecuencia, con un sentimiento de autorrespeto y autoconfianza saludables. Quien no ha conseguido, resistido y superado sigue dudando de su propia capacidad de hacerlo. Esto resulta cierto no sólo si lo aplicamos a los peligros que vienen desde fuera; lo es también en cuanto a la capacidad de control y dilación de los propios impulsos y, por tanto, de serenidad ante ellos.


Démonos cuenta de que, si tales supuestos se demuestran, auguran la creación de una moral científica, un sistema natural de valores, un tribunal de apelación suprema para la dictaminación del bien y el mal, lo justo y lo injusto. Cuanto más aprendamos acerca de las tendencias naturales del hombre, más sencillo resultará decirle cómo ser bueno, feliz, provechoso, cómo respetarse a sí mismo, cómo amar, cómo realizar sus más elevadas potencialidades. Esto supone una solución automática de muchos de los problemas de la personalidad en el futuro. La tarea de realizar parece ser la de investigar cómo es uno realmente en su interior, en el fondo, en cuanto miembro de la especie humana y en cuanto individuo particular.

El estudio de las personas que así se autorrealizan puede enseñarnos muchas cosas acerca de nuestros propios errores, nuestras deficiencias, las direcciones adecuadas en las que desarrollarnos. Cada época, a excepción de la nuestra, ha poseído su modelo, su ideal. Todos han sido sacrificados por nuestra cultura: el santo, el héroe, el caballero, el místico. Lo poco que hemos dejado ha sido al hombre adaptado y sin problemas, que como sustituto resulta muy poco brillante y de dudosa validez. Quizá podamos utilizar pronto como principio rector y modelo al ser humano desarrollándose íntegramente y autorrealizándose, aquel en quien todo alcanza un estadio de pleno desarrollo, cuya naturaleza interior se manifiesta libremente en vez de resultar doblegada, oprimida o negada.

Lo que es urgente y apremiante que reconozcamos, cada uno de nosotros en particular, es que cada vez que nos desviamos de nuestra naturaleza específica, cada atentado contra nuestra propia naturaleza individual, cada acto malo, se graban sin excepción en nuestro inconsciente y hacen que nos despreciemos a nosotros mismos. Karen Horney utilizaba un término acertado para designar esta función perceptora y recordatoria del inconsciente: decía ella que el inconsciente lo “registra” para nuestro descrédito; y si hacemos algo honesto, notable o bueno, el inconsciente lo “registra” para honra nuestra. El resultado final del proceso es de signo positivo o negativo: o bien nos respetamos y aceptamos a nosotros mismos, o bien nos despreciamos y nos sentimos miserables, indignos y repulsivos. Los teólogos acostumbraban a emplear la palabra acidia para describir el pecado de quien no hace con su vida aquello que sabe que podría realizar.

Este punto de vista no niega en ningún momento la concepción freudiana tradicional. Se suma a ella y la complementa. Para decirlo de manera más sencilla, es como si Freud adujera la parte de enfermedad de la psicología y nosotros tuviéramos que completarla con la otra mitad, la de la salud. Quizá esta psicología de la salud será fuente de nuevas posibilidades de control y perfeccionamiento de nuestras vidas, quizá pueda convertirnos en personas mejores. Tal vez resulte más provechosa que el simple preguntarse “cómo curarse”.

¿Cómo podemos fomentar este desarrollo libre? ¿Cuáles son las mejores condiciones educativas para conseguirlo? ¿Sexuales? ¿Económicas? ¿Políticas? ¿Qué clase de mundo necesitamos para que crezcan en él este tipo de personas? ¿Qué clase de mundo crearán estas personas? Las personas enfermas son producto de una cultura enferma; las personas sanas pueden existir gracias a una cultura sana. Pero es igualmente cierto que las personas enfermas añaden un grado más de enfermedad a su cultura y que las personas sanas contribuyen a la salud de la suya propia. El mejoramiento de la salud individual es un modo de enfocar la creación de un mundo mejor. Digámoslo de otra manera: existe la posibilidad real de fomentar el desarrollo individual, mientras que, por el contrario, resulta mucho más difícil la cura de síntomas neuróticos verdaderos sin una ayuda procedente del exterior. Es más o menos fácil intentar deliberadamente convertirse en un hombre más honesto; es muy difícil intentar curar las propias compulsiones y obsesiones.

El enfoque clásico de los problemas que afectan a la personalidad hace que se consideren problemas en un sentido indeseable. Esfuerzo, conflicto, culpa, falsa moralidad, ansiedad, depresión, frustración, tensión, vergüenza, autocastigo, complejo de inferioridad o indignación: todas estas cosas producen sufrimiento psíquico, alteran la eficiencia de los propios actos y escapan a todo control. Por este motivo son consideradas automáticamente como algo enfermo e indeseable y se procura “curarlas” para que desaparezcan lo más rápidamente posible.

Sin embargo, todos estos síntomas se dan también en las personas sanas o en las personas que se están desarrollando en un sentido saludable. Supón que has alcanzado un grado de estabilización entre fuerzas opuestas y estás equilibrado. ¿Acaso la estabilidad y el equilibrio, aunque buenos porque impiden que sufras, no pueden ser también malos en cuanto que impiden un desarrollo hacia un ideal superior?

Erich Fromm, en un libro muy importante (50), atacaba la concepción freudiana clásica del superego, basándose en que este concepto era completamente autoritario y relativo. Es decir, Freud supone que tu superego o tu conciencia son en primer lugar la interiorización de los deseos, exigencias e ideales de tu padre y tu madre, quienesquiera que sean. ¿Y si fueran unos criminales? ¿Qué clase de conciencia tendrías? ¿Y si tuvieras un padre de moral extremadamente rígida, que odia toda diversión? ¿Y si fuera un psicópata? Esta conciencia existe; Freud tenía razón. En gran parte nuestros ideales proceden de estas imágenes tempranas y no de los libros de la escuela dominical leídos con posterioridad. Pero hay también otro elemento en la conciencia o, si queréis, otro tipo de conciencia que todos poseemos en grado fuerte o débil. Se trata de la “conciencia intrínseca”. Se basa en la percepción inconsciente o preconsciente de nuestra propia naturaleza, de nuestra propia “vocación” en la vida. Insiste en que seamos fieles a nuestra propia naturaleza y no la neguemos por debilidad, conveniencia o por cualquier otra razón. Quien traiciona su talento, quien ha nacido pintor y en su lugar vende medias, el hombre inteligente que vive una vida estúpida, el que contempla la verdad y mantiene cerrada la boca, el cobarde que rinde sus fuerzas, todos ellos perciben en el fondo que se han hecho una injusticia a sí mismos y se desprecian por este motivo. De este autocastigo sólo puede resultar neurosis, pero hay también una posibilidad de que salga de él un coraje renovado, una justa indignación, un mayor respeto hacia sí mismo, debido a que después se ha cumplido con lo justo; en una palabra, por el camino del sufrimiento y el conflicto puede llegarse al desarrollo y el perfeccionamiento.

En el fondo, estoy rechazando deliberadamente nuestra actual distinción facilona entre enfermedad y salud, por lo menos en cuanto a los signos aparentes se refiere. ¿Significa enfermedad tener síntomas? Yo sostengo, con respecto a esto, que la enfermedad puede consistir muy bien en no tener síntomas cuando deberían tenerse. ¿Significa salud estar libre de síntomas? Yo lo niego. ¿Qué nazis estaban sanos en Auschwitz o Dachau? ¿Aquellos que sentían angustiada su conciencia o los que la poseían lozana, clara y feliz? ¿Era posible que una persona profundamente humana no sintiera en tales circunstancias conflicto, sufrimiento, depresión, cólera, etc.?

En una palabra, si me comunicas que tienes un problema de personalidad, hasta conocerte mejor no podré decirte «¡Bravo!» o «Lo siento». Depende de las razones. Y éstas, por lo que parece, pueden ser buenas o pueden ser malas.

Un ejemplo es el cambio de actitud de los psicólogos respecto a la popularidad, la adaptación e incluso la delincuencia. ¿Popular entre quiénes? Quizá sea mejor para un joven ser impopular entre los esnobs del vecindario o la camarilla del club local. ¿Adaptado a qué? ¿A una mala cultura? ¿A un padre dominante? ¿Qué pensaremos de un esclavo bien adaptado? ¿Y de un prisionero bien adaptado? Incluso al muchacho que presenta problemas de comportamiento se le mira con una mayor tolerancia. ¿Por qué es un delincuente? La mayor parte de las veces por razones de enfermedad. Pero algunas veces las razones pueden ser saludables y el muchacho quizá se limite a resistirse a que le exploten, le dominen, ignoren, desprecien y atropellen.

Evidentemente, lo que se califica como problemas de personalidad dependerá de quién sea el autor del juicio. ¿Un propietario de esclavas? ¿Un dictador? ¿Un poder patriarcal? ¿El esposo desea que su mujer permanezca infantilizada? Parece claro que los problemas de personalidad pueden ser a veces protestas en voz alta contra el quebrantamiento de la estructura ósea del psiquismo propio o de la naturaleza interna del individuo. Y me deprime tener que confesar que tengo la impresión de que la mayor parte de la gente no protesta ante estos tratos. Los aceptan y pagan por ellos años más tarde a través de síntomas neuróticos y psicosomáticos de tipología diversa, o quizás, en algunos casos, no adquieran nunca conciencia de la propia enfermedad, de haber perdido la verdadera felicidad, la verdadera realización de una promesa, una vida emocional rica y una vejez serena y fructífera; de no haber conocido jamás lo maravilloso que es crear, reaccionar estéticamente, encontrar la vida apasionante.

Debemos hacer frente también a la cuestión de si el pesar y el sufrimiento resultan deseables o necesarios. ¿Es posible de algún modo el desarrollo y la autorrealización sin sufrimiento, pesar, tristeza y zozobra? En el caso de que resulten necesarios e inevitables, ¿hasta qué punto lo son? Si el sufrimiento y el pesar son a veces necesarios para el desarrollo de la persona, deberemos aprender en consecuencia a no protegerla automáticamente contra ellos como si siempre fueran malos. Algunas veces pueden ser buenos y deseables desde el punto de vista de la bondad de los efectos. No permitir que las personas soporten su propio sufrimiento y evitárselo puede resultar una especie de sobreproteccionismo que, a su vez, implique una cierta falta de respeto hacia la integridad, la naturaleza intrínseca y el desarrollo futuro del individuo.