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REBECA

 

 

 

Pedro García Gallego

 

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© Pedro García Gallego

© Rebeca

 

Fotografías: MANBA NERA

Modelos:

Beloved (capítulo 14)

Celia M. (capítulo 13)

Laura H. (capítulo 8)

Ixy Wild (capítulos 9 y 17)

Silja K. (capítulos 2 y 6)

Venus (capítulos 10, 18 y 19)

Mistery (capítulos 1, 5, 16, 20 y 22)

Maria Luisa Ares (portada y capítulos 3, 4, 7, 11, 12, 15 y 21)

 

ISBN papel: 978-84-686-8580-9

ISBN digital: 978-84-686-8635-6

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

 

 

 

 

 

 

 

 

A todas las mujeres que se sienten bonitas sin

necesidad de tener que mirarse al espejo y, en especial,

a aquellas que alguna vez decidieron amarme.

 

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Los jadeos de ella eran tan intensos y escandalosos como también lo eran las acometidas que estaba recibiendo en su zona más íntima. Le entusiasmaba recibirle por detrás, a cuatro patas, sobre la cama. Abandonada al placer parecía invitar a su atractivo acompañante, arqueando un poco la espalda y exponiendo todo su sexo húmedo e impaciente por ser penetrado.

Aquellas manos que tanto admiraba de su amante, sujetaban con fuerza sus caderas y dirigían tan singular combate. Una danza sincronizada acompañada por gemidos, respiración acelerada, deseo, embestidas y mucha pasión se estaba librando sin otra pretensión que la de satisfacer los deseos más ocultos de ambos contendientes. El pie izquierdo de su amante estaba firme en el suelo, mientras que el derecho lo apoyaba sobre la cama, con el fin de tener mayor comodidad de movimientos y dominar a su hembra desde un lugar privilegiado. El ritmo acompasado, al principio, comenzaba suave para ir acelerándose sin previo aviso — ni lógica alguna — al mismo ritmo que se incrementaba la excitación. De repente se ralentizaba la acción para prolongar más la duración del orgasmo de ella, que no dejaba de gemir y desbordaba deseo en su mirada demandando nuevas dosis de sexo duro. Sus propios gritos implorando ser follada, como una puta, la despertaron del mejor de los sueños. Rebeca estaba exhausta, pero feliz, después de haber disfrutado de semejante intercambio de sexo, sudor y jadeos en exclusiva.

 

 

 

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¿Que llevas puesto?

— Los shorts negros que tanto te gustan... y nada más.

— Ummm, ¡cómo me excitas! ¿Y dónde tienes, ahora mismo, la mano derecha?

Rebeca no se cansaba nunca de escuchar esas dos preguntas tan habituales cuando conversaba con su amante favorito. Le parecían excitantes y aunque no la sorprendían siempre le gustaba escucharlas de sus labios.

— ¿A que no me haces una visita...?

— En veinte minutos estoy allí.

Esta noche lo tenía a su merced. Ella mandaba. Tumbada boca arriba y desnuda sobre la cama mantenía las piernas muy abiertas y flexionadas por la rodilla. Sólo podía alcanzar a ver el cabello de su amante sobresaliendo por encima de sus ingles. Él saboreaba cada milímetro de su piel con pasión. Repasaba con una destreza extraordinaria todos los pliegues de su coño, sin olvidarse tampoco de lamer cada rincón y orificio a su alcance. Succionaba su sexo con suma delicadeza sabiendo muy bien donde debía aplicar una mayor presión. Mientras tanto Rebeca le agarraba fuerte la cabeza con las dos manos para mantener la presión deseada y disfrutar como una diosa. Le apretaba contra su coño sintiendo la lengua de él dentro de su vagina. Esto le permitía a Rebeca concentrarse mucho más en el placer recibido y aumentar la sensación de dominio. Cuando ella estaba bien empapada, su amante le introducía dos dedos que le aseguraban el pasaporte al cielo.

— ¿Cómo es posible que siempre lo encuentres? — le preguntaba Rebeca entre gemidos y retorciéndose de placer.

— Tú me muestras el camino — respondía su amante con mucha serenidad.

Era un misterio morboso y excitante, pero era tan cierto como que Rebeca adoraba follar con aquel hombre. Nunca, ni una sola vez, sus dedos se habían equivocado al excitarla. Únicamente a veces le gustaba juguetear con Richard, un pequeño vibrador, que hacia las delicias de su clítoris mientras los dedos de él seguían presionando con sabiduría su punto G.

Ambos eran expertos en el sexo oral y se lo administraban generosamente sin límite. A Rebeca también le gustaba mucho darle placer con su boca, de modo que una vez saciada tras recibir dos orgasmos consecutivos, después de recuperar el resuello y la conciencia... Le lanzaba una mirada muy lasciva, avisándole que lo iba a devorar.

 

 

 

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Sabía perfectamente que él estaba esperándola completamente desnudo bajo el edredón de su cama. Rebeca terminaba su ducha lubricando todo su cuerpo de aceite corporal. Se miraba al espejo y se gustaba. De puntillas girándose a un lado y al otro admiraba su figura. Los dos embarazos no habían estropeado su vientre. Era una mujer muy atractiva. Poseía unas caderas bien definidas, sostenidas por unas piernas de infarto. Las tetas no muy grandes, pero en su sitio, un culo firme y el percing en su ombligo le hizo recordar cuantas veces su amante había jugado con el. Era la envidia de muchas jovencitas, a pesar de que acababa de alcanzar esa edad en la que las mujeres se encuentran en su mejor momento. Rebeca destilaba sensualidad por todos los poros de tu piel, lo sabía y lo utilizaba cuando era necesario.

Entró con el pelo un poco húmedo y se deslizó, también desnuda, buscando el contacto con el cuerpo de él. Se montó encima de su espalda y comenzó a mordisquear su oreja izquierda, para comprobar si estaba despierto. Introducía su lengua muy despacio, en los pliegues de su oído provocándole una excitación inmediata.

— ¿Por qué no me das un masaje de esos tan ricos?, anda...

— Con sorpresa final — respondió el.

— Por supuesto.

— Tus deseos son órdenes.