Por amor a mi familia

La fuerza emocional
 del vínculo con nuestros padres

 

 

Eva Bach Cobacho
 y Cecilia Martí Valverde

 

 

 

Primera edición en esta colección: febrero de 2013

© Eva Bach Cobacho y Cecilia Martí Valverde, 2013

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2013

Plataforma Editorial

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Realización de cubierta:

Agnès Capella Sala

Depósito Legal:  B. 7.087-2013

ISBN Digital:  978-84-15750-94-9

 

 

«Mi felicidad es plena cuando todos los que forman
 parte de mi familia tienen un lugar en mi corazón.»

Bert Hellinger

«La familia es un árbol mágico en el interior de cada uno. Es un árbol vivo y presente en el interior de cada uno de nosotros. El árbol vive en nosotros. Yo soy el árbol. Yo soy toda mi familia.»

Alejandro Jodorowsky

«Aunque seamos conscientes de una verdad, no la haremos verdaderamente nuestra hasta que sintamos su fuerza en lo más profundo de nuestro ser. Al conocimiento del cerebro hay que añadir la experiencia del alma.»

Arnold Bennett

«Los pensamientos y emociones elevadas crean un estado de coherencia biológica que entraña un funcionamiento óptimo del ser humano a todos los niveles.»

Annie Marquier

Agradecimientos

 

Con amor y gratitud a nuestros queridos padres, Alfredo y Josefa, y Domènec y Sebi, a nuestras respectivas abuelas y abuelos, y a todos los que nos precedieron y nos dejaron la semilla de sus sueños.

De una forma especial, a mi madre y a mi tía Concha, que, debido a la pobreza de la postguerra, pasaron unos años en un orfanato sin ser huérfanas. A su madre, mi abuela Antonia, que tanto lloró por ello. Y a todas las mujeres valientes y de gran corazón como ellas. Porque, a pesar de todo, lograron seguir adelante y convertir su sufrimiento en caricias de futuro para nosotras.

A nuestros hijos, Begoña y Alicia, y Marc y Adrià (y a Jordi); a sus parejas, a mis dos nietos, Izan y Enrique, y a todos los que vendrán y nos llevarán con ellos hacia el futuro.

A todas las mujeres y hombres de nuestra familia, a los que ya se fueron y a los que siguen aquí. Porque gracias a todos ellos, hoy hay flores en nuestras vidas y estrellas en nuestro cielo.

A Gerva, por nuestras hijas y nuestro amor.

A José, compañero del alma, por su amor incondicional, su exquisitez y su calor de hogar. A su familia, que es la nuestra. Y a Imma, mi diseñadora favorita, por su cariño y buen criterio.

A nuestros queridos hermanos, Pepe, Juan, Alfre y Ester, a sus parejas y a sus hijos.

A Jordi Amenós, por regalarnos un pedacito de su alma de poeta y escribirnos un prólogo que enamora casi tanto como él.

A Isa Rubio y Mª Teresa Vidal, por su calidez, su generosidad y su deliciosa amistad.

A nuestro grupo de Matola, siempre.

A Jordi Nadal y al dream team de Plataforma, por estos cuatro años preguntando «¿para cuándo un nuevo libro?», por sus continuas atenciones y por hacerme sentir que Plataforma es «mi casa».

A mi gente de «Los Olivos», y a todo el colectivo de FAIM, por dedicarse a sembrar esperanza.

A nuestras maestras y maestros, a los autores de referencia de este libro, a nuestros amigas/os, compañeros/as, alumnos/as, a las madres, padres y profesorado que asistís a nuestras charlas y talleres, a nuestros lectores/as y a todo nuestro público en general. A todas las personas con las que aprendemos, crecemos y disfrutamos en el día a día. Y a todas las que nos obsequiáis con sonrisas agradecidas y palabras de reconocimiento, y nos dais ánimos para continuar.

 

Cecilia y Eva

Contenido

Portadilla

Créditos

Citas

Agradecimientos

Prólogo

Lo primero, tranquilizarnos

La culpa nos debilita y nos inhabilita como padres

Con la misma delicadeza y un poco más

Descubrir su valía para reconectar con su fuerza

Aunque esté escondida, deslucida o desvirtuada, está

Si algún día quieres y puedes

Sonríe a los padres y te sonreirá el hijo

El vínculo con los padres, pura vida

Cuando tú lo logras, todos lo logran contigo

¿Amar al niño sin respetar sus orígenes?

Brindarles la flor de su semilla

El talón de Aquiles, los propios padres

Dejar de anhelar lo que no es, para gozar lo que sí es

Algunos encallan en lo fácil y otros avanzan pese a lo difícil

Rescatar lo bueno y restituir la dignidad

El bálsamo de la ternura y la humildad

Pinceladas de rosa como cicatrizante natural

¿Qué tendrá de malo optar por la versión más amable?

Equivocadamente deprimidos

Los recursos personales marcan la diferencia

Y tú, ¿qué te cuentas?

Llorar primero y sonreír después

Las lágrimas no lloradas tampoco dejan ver las estrellas

Miopía selectiva

Reversionar algunas historias y reactualizar emociones

De una emoción infantil –o adolescente– a otra adulta

La transformación arranca del corazón

Si cambio el cuento, se me acaba «el cuento»

Un rayo de esperanza en la desesperanza

Puede ser por genética y también por amor

Curiosas y enrevesadas declaraciones de amor

Lo más dramático es la ausencia de la ausencia

La comida de mamá es mejor

No es un síndrome de Estocolmo con patas

Ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos

Ser como mamá, para hacerla presente cuando no está

La culpa la tiene el entrelazamiento cuántico

Somos lo que creemos que somos

Lo que nos contamos puede pesar más que lo que nos ocurre

Las personas que mueren pronto son igualmente completas y dignas

El ombligo o la marca del vínculo

Todo esto es muy bonito, pero...

La verdad siempre es liberadora

Los niños están preparados cuando lo estamos nosotros

Tengo un mensaje para ti

Arrégleme esa luz roja sin desarmar el motor

No me toques los cajones

Gobernados por el inconsciente

El razonamiento no modifica el inconsciente

Resonancias emocionales familiares

Grabaciones en modalidad hemisferio derecho

Tres memorias emocionales y solo media en buen estado

Siempre se llora con sentido, aunque a veces se desconoce

Dolor emocional acumulado

¡Qué poco sabemos de nuestros padres y antepasados!

Inmaduro y poco inteligente, pero respetable

Casi siempre es menos terrible de lo que nos tememos

Esto es un poco raro y a ti quizás no te serviría de mucho

Algunos tal vez necesiten tres o cuatro generaciones más

Saber no garantiza saber hacer

Hasta donde tu bombona de oxígeno te deje

¿Es que vamos a tener que ir todos al psicólogo?

Una herencia emocional saneada

Pasar la ITV emocional

Por nosotros mismos y también por nuestros hijos

Adolescentes, «qué maravilla»

Los padres el arco y los hijos la flecha

Ponerle ruedas a la mochila

Meteoritos que impactan en el alma

Esclavos de lo innombrable

«Microcirugía láser para el alma»

Sesiones guiadas de arqueología emocional

¿Tú crees en el oxígeno?

A mayor descontento con los propios padres, mayor exigencia hacia los hijos

Si lo vemos menos dramático, lo será

La primera puerta al padre la abre la madre

Rebajas del 50 %

Benditas equivocaciones

Gratitud hacia tus padres y confianza hacia tus hijos

La vida, un milagro que es obra de muchos

El regreso de lo reprimido

A mayor libertad emocional, menor amargura y enajenación

Renuncias de madre que pesan sobre las hijas

Solidaridades «femeninas»

Si respetamos nuestra vida, los respetamos a ellos

«Nada por obligación, todo con ilusión»

Compensar a los hijos con el amor a los nietos

Sembradores de sueños y magia

Lo quiero rosa y que brinden por mí

Escuelas de padres, escuelas de hijos

Bibliografía citada

La opinión del lector

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Prólogo

 

Decía el poeta Rainer Maria Rilke que «la tarea principal de un hombre es transformar las cosas visibles en invisibles». Planteaba este propósito invitando a llevar la vida en el corazón. Entendía que la existencia es plena y real cuando el hombre la incorpora a su interior.

He querido empezar este prólogo citando esta reflexión de Rilke porque esta proeza de integrar en nuestro corazón la vida es el gran reto que nos encontramos muchas veces los seres humanos. ¿Cómo abrir el corazón a nuestra familia: a nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros hijos? ¿Cómo hacerlo cuando la vida ha sido dura y complicada? ¿Cómo integrar lo difícil? ¿Cómo dar un buen lugar a lo que nos hiere o nos asusta? No hay una respuesta única, pero Eva Bach y Cecilia Martí han logrado algo bello, inspirador y de una gran utilidad: darnos claridad, fuerza y serenidad ante esta apuesta vital.

A través de sus cartas (tal y como hizo Rilke en su día, cultivando de forma excelente el género epistolar), nos animan a reflexionar sobre cómo amar nuestro origen. Nos invitan a estar presentes en una conversación amena, dulce, entretenida y sabia. Es como estar en la mesa de una terraza de verano entre amigos, y ser partícipe de la charla, rodeados de buena compañía. Las palabras acarician y amplían nuestro mundo interior cuando llevan mensajes de vida. Y este libro está lleno de vitalidad.

Eva y Cecilia bailan la danza de la visibilidad e invisibilidad que proponía Rilke y lo hacen, además, en las dos direcciones. Hacen visible lo que a veces no vemos con claridad en las relaciones entre padres e hijos. Alumbran lo que la niebla de nuestra racionalidad impide ver. Este libro propone, como dice Bert Hellinger, mirar «con buenos ojos» la aventura de ser padres y madres y el regalo de ser hijos e hijas. Luego nos invitan a hacerlo invisible al dejarlo descansar en nuestro corazón, para dejar la vista libre hacia un horizonte mejor.

Si algo me ha gustado siempre de las autoras, tal y como hicieron en su anterior libro El divorcio que nos une, es que son grandes maestras. Se hallan lejos –muy lejos– de modelos férreos que indiquen que está bien y que está mal. En sus cartas hay sobre todo sentido común. Leyendo este libro uno va sintiendo cómo se calma internamente ante las exigencias de los modelos sociales, filosóficos o terapéuticos. Decía Virgina Satir que las personas deberíamos tener la dignidad de sentir lo que sentimos y no lo que deberíamos sentir y la dignidad de expresar lo que expresamos y no lo que deberíamos expresar. Eva y Cecilia nos recuerdan la grandeza y libertad de ser lo que somos. La dignidad de ser hijos, padres y abuelos. Con nuestras luces y nuestras sombras, con nuestros aciertos y nuestras vergüenzas. Y nos animan a tener en cuenta nuestras emociones (algo que socialmente todavía debemos aprender). Sentir, reír, llorar es también parte de nuestro patrimonio humano.

Toda familia es una gran novela de vidas, sentimientos, anhelos y alegrías y también dolores, penas y algunas sombras. La mirada sobre la familia es también una mirada sobre el propio destino. No llegamos a ser conscientes de cómo nuestra capacidad para mirar nuestros orígenes es determinante para poder caminar en la vida y abrir la puerta del futuro.

Quizá por mi vertiente de narrador y amante de los cuentos, siempre he creído que la existencia puede ser mirada como una historia. Y aquí podríamos debatir la forma en que se escribe. Cada uno a su manera, claro está. Creo que es una narración que no pide argumentos, sino decisiones. No me refiero a decisiones de parejas o carrera, que también son importantes. Sino a decisiones de un calado más profundo. Si estamos de acuerdo con el pasado o no. Si estamos de acuerdo con nuestros padres o no. Si estamos de acuerdo con nuestra familia o no.

Canta Serrat la historia de Penélope, que esperaba día tras día a su amante que volviera de un largo viaje. Finalmente, su amado llega, y Penélope no lo reconoce. Dice la canción que ella lo miró «con sus ojos, llenitos de ayer». Las lentes con el vidrio sucio de rechazo con las que miramos a nuestro sistema familiar nos llenan los ojos de ayer. Nos impiden ver el presente, la realidad tal y como es. Ver lo doloroso, y a la vez, lo brillante de nuestro existir. Se nos nublan la vista y la mente, sumergidos en narrativas internas y en planteamientos que nos dan la razón. Nos otorgan victorias ante la vida o ante otros seres humanos. Nos erigimos en «los buenos» de la película. Sin embargo, quedamos convertidos en Penélopes sentadas en el andén para un tren que nunca llega.

El riesgo de esta ceguera por niebla argumental es que hace que el pasado se prolongue de formas silenciosas: sea en patrones de relación, salud u otros desórdenes. El compositor Ned Rorem decía de forma muy bella que «la música es el único arte que evoca la nostalgia del futuro». Nuestro ofuscamiento ante el pasado llena de melancolía nuestro futuro. Y muchas veces nos impide incluso llegar a él. O que él llegue a nosotros. Lo añoramos, con nostalgia, sin notar que somos nosotros en nuestra actitud quien lo alejamos muy a su pesar.

El gran paso liberador consiste en mirar con claridad y respeto a nuestros orígenes, a nuestros padres, a nuestros ancestros. Y también a los hechos que han sucedido –aunque se muestren feos, vergonzosos o dolorosos– e incluso a las emociones que han despertado. Con esa actitud, sin juicios ni argumentos, hacemos un gran regalo a nuestro mañana, a nuestros hijos, a nuestra vocación, a nuestros proyectos, a nuestro desarrollo. Entonces sí tenemos la posibilidad de convertir nuestra existencia en un bello cuento. Entonces sí nos enfocamos a la dicha. Nos llenamos de dignidad y volvemos a la tribu y a su fuerza, a casa, al hogar.

Vivir es, quizá, cuidar un huerto que muchos han cuidado antes y que, con suerte, otros cuidarán después de ti. Y te lo dejan un tiempo para que puedas plantar tus semillas, recoger los frutos, alimentarte y crecer. En realidad cultivar el huerto es cuidarnos. Quitar las malas hierbas de los argumentos y dejar que la alegría –y a veces también el dolor– abonen la tierra fértil. Nos llegará, entonces, la sorpresa del frutal, de las plantas mágicas y de las flores primaverales llenas de aromas y colores vivos.

Los padres son la puerta de la vida, nuestra familia es una fuente rica en recursos, sabiduría y posibilidades, tesoros brillantes que encontraremos al limpiar nuestros ojos y ver, reconocer e integrar. En un cuento de Eduardo Galeano –en su precioso El libro de los abrazos– se cuenta la historia del hijo de Santiago Kovaldoff, que nunca había visto el mar. Su padre le llevó, atravesando el territorio, a descubrir tal milagro natural. El pequeño, sorprendido ante la inmensidad y belleza del horizonte lleno de agua, le pidió a su padre que le ayudara a mirar. Y este libro es una gran ayuda para poder mirar. Una mirada limpia sobre los nuestros, para enfocarnos con fuerza y alegría al océano del futuro. Rendirnos al río de la vida, de esa fuerza ancestral que fluye desde hace miles de años, y que han cuidado muchos padres y madres antes de llegar a ti.

En los tiempos que vivimos, llenos de estrés, incertidumbre y vértigo, conviene recordar que, ante todo, somos hijos y portadores de la vida. Y en este lugar interno podemos encontrar paz y serenidad, cuando la adversidad las niegue.

Felicito a Eva y a Cecilia porque despiertan la mirada que nos descubre el amor a la familia y por invitarnos a ver, abriendo dulcemente el corazón, para convertir lo visible en invisible. Para llenar de alegría el futuro y de dignidad el presente. Se hace así consciente la escritura de la más bella de las historias, la propia vida. La existencia se transforma en una tierra fértil para nosotros y para los que vengan.

Un abrazo lleno de estima, y gratitud, a las autoras.

Jordi Amenós Álamo

Terapeuta y narrador

Montcada i Reixac

 

 

Lo primero, tranquilizarnos

 

Querida Cecilia:

¿Qué te parece si, a partir de ahora, comenzamos así nuestras conferencias? «Queridas madres, queridos padres: lo primero es tranquilizarnos». ¿Y por qué lo primero es tranquilizarnos? Pues porque no lo hacemos tan mal. Y si queremos hacerlo mejor, tenemos que recuperar la calma y la confianza en nosotros mismos. Y lograr que se nos trate con más respeto y consideración. No puede ser que cuando nuestros hijos hacen algo mal insinúen que la culpa es nuestra y cuando hacen algo bien nos digan que hemos tenido suerte con la criaturita.

A menudo pensamos que hay que cambiar a los padres y a mí me parece que lo que conviene cambiar es básicamente la mirada y la manera de interpretar algunas cosas. Necesitamos mirarlos con buenos ojos, ser capaces de comprender actitudes y comportamientos que solemos juzgar a la ligera y con poco corazón, y dejar de perseguir un modelo idealizado de familia que no existe ni existirá.

Después de más de veinticinco años de trabajar con familias, dentro de la escuela y fuera de ella, jamás me he encontrado ningún padre o madre que me haya dicho que podría educar y tratar mejor a sus hijos, pero que ha decidido hacerlo mal para traumatizarlos, fastidiarlos o amargarse la vida unos a otros. He tenido –y sigo teniendo– ocasión de conocer a tipologías muy diferentes de padres y, detrás de los más atormentados o desdichados, casi siempre hay algún drama humano que los supera y los tiene atrapados. Y muchas veces, el simple hecho de poder reconocerlo, nombrarlo y legitimarlo produce sorprendentes y rápidas transformaciones.

Una de las primeras cosas que hace falta es dejar de culpar a los padres. Cuando un niño hace una trastada y alguien dice: «la culpa es de sus padres», habría que añadir que también es un poquito de los que culpan a esos padres. Porque culpándolos les denigran, les quebrantan la confianza, les coartan la iniciativa… Y, lo peor de todo, les quitan la dignidad. Y sin dignidad no somos nadie para educar.

 

 

La culpa nos debilita y nos inhabilita como padres

 

Secundo tu propuesta, querida Eva. A la mayoría de padres nos conviene mucho tranquilizarnos. Y cuando se nos culpa de educar mal a nuestros hijos es imposible relajarnos y es imposible educar. No hay nada que paralice más a un padre o una madre que una culpa grande. Un sentimiento de culpa mayúsculo nos debilita internamente, dinamita nuestra autoridad natural y nos inhabilita para ejercer las responsabilidades que nos corresponden.

Si nos consideramos un mal padre o una mala madre y arrastramos una culpa grande, ¿cómo vamos a poner límites a nuestros hijos?, ¿cómo vamos a decirles un «no»? Si nos equivocamos, nos sentiremos peor aún y, por tanto, consentiremos que hagan lo que quieran. Les daremos total libertad para sentirnos más aliviados. Pero la libertad también entraña riesgos, y sensación de desprotección por su parte, y puede volverse en contra nuestro si no somos capaces de delimitarla de alguna manera.

Necesitamos recuperar la confianza, la autoestima, la intuición, el criterio propio. También la autoridad que hemos perdido, sin hipotecar la flexibilidad y la amplitud de miras que hemos ganado. Y dejar de pensar que lo hacemos todo mal o que hay una única manera de hacerlo bien.

Como sociedad somos realmente implacables con los padres. Como hijos, podemos ser más duros aún. Ponemos el calificativo de mal padre o mala madre con una ligereza que da escalofríos. Una muchacha que no llegaba a la trentena estaba indignada con su padre porque a veces no se acordaba de felicitarla por su cumpleaños. ¡Santo cielo, hijica! Yo conocía al padre y sabía que les había dado una educación, un nivel de vida y unos viajes por todo el mundo que muchos querrían para sí. Le dije que su padre celebraba su vida todos los días matándose a trabajar para darles lo mejor a ella y a sus hermanos. Me respondió que esto era muy poético pero no dio el brazo a torcer. Lo peor es que buena parte de la sociedad le daría la razón y puede que hasta la compadeciera.

Mientras sigamos cuestionando a los padres de este modo, por todo y por nada, ellos se sentirán cada vez más confundidos, desorientados y culpables, y los hijos se crecerán cada vez más ante los padres. Y así no hay quién los eduque.