Historia de Nueva York

Los hombres blancos

Las tribus de indios iroqueses que habitaban el terreno de Nueva York vieron llegar hacia el año 1524 al italiano Giovanni da Verrazano, quien servía en esa exploración al rey de Francia. Entró por el Estrecho de Narrows y quedó maravillado con esa tierra que describió como “tan espaciosa y tan encantadora y la considerábamos enormemente rica”. Al rey de Francia, sin embargo, no le interesaban esas características, pues buscaba el paso desde Occidente hacia Oriente. Casi un siglo después, en 1609, un explorador inglés llamado Henry Hudson ponía la bandera en tierra, bajo el servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.

En 1621 el puerto que allí se construyó ya era conocido como Nueva Ámsterdam (actualmente la isla de Manhattan), y en él tuvieron lugar muchas transacciones e intercambios de mercancías, con un ir y venir imparable desde el Viejo Mundo hacia al Nuevo y viceversa, todo bajo la supervisión de lo que se llamó Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. El producto más cotizado y valorado por los holandeses –y europeos en general– eran las pieles de animales que llenaban los barcos que salían hacia Europa.

Inicios problemáticos

El interés meramente comercial que movía a los nuevos colonos pronto se vio superado por las corrupciones y las ambiciones individuales. Las condiciones materiales no eran tan favorables como sí lo eran en Nueva Inglaterra o Virginia, y la relación con los nativos comenzó a empeorar. A mediados del siglo XVII Nueva Ámsterdam no era más que una miserable barriada con unos 300 habitantes, rodeados de barro y casas que se desmoronaban, y sus habitantes padecían debido al miedo que tenían de los indios, y de sus continuos ataques. Los hábitos alimenticios no eran nada saludables, y la dieta consistía principalmente en cerveza y tabaco, incluso como desayuno, y la media de bares llegó a ser de una taberna por cada 12 habitantes.

El orden llegó con el Gobernador Peter Stuyvesant, quien al ver que llegaban colonos judíos y cuáqueros que arrancaban de la puritana Nueva Inglaterra a poblar Nueva Holanda se vio en la necesidad de implantar nuevas reglas de convivencia y conducta. Para el año 1660 las diecisiete calles de Manhattan estaban adoquinadas, y las casas habían experimentado una gran mejora, imitando el estilo arquitectónico de Ámsterdam. En 1663 ya había abogados ejerciendo en la isla y diecisiete villas periféricas en el área de la colonia. El problema era que los demás Estados Generales no miraban bien a esta colonia, por lo que en 1660 estaba totalmente arruinada. A la llegada del coronel Richard Nicholls en 1664 –con sus cuatro buques de guerra de la Armada Británica– no hubo ninguna resistencia, y Nueva Ámsterdam, con 10.000 colonos, pasó a formar parte de la corona inglesa y fue rebautizada como Nueva York, en honor al Duque de York, a quien su hermano, el rey Carlos II de Inglaterra, entregó como regalo.

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