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© 2011 by Mario Satz

© de la presente edición:

2011 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

Primera edición: Diciembre 2011

Primera edición digital: Diciembre 2011

ISBN-13: 978-84-9988-031-0

ISBN-epub: 978-84-9988-154-6

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados.

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Acerca de esta edición

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Sumario

Portada

Créditos

Nota previa

Sumario

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

XL

XLI

XLII

XLIII

XLIV

XLV

XLVI

Contraportada

I

En la última década del siglo pasado tuve la fortuna de visitar y conocer en Ginebra al anciano rabí Alexander Safrán, rumano de nacimiento y salvado del Holocausto gracias a la intervención de un rey y otras personas influyentes. Llevaba un libro suyo sobre Kábala para que me lo firmase y una breve carta de la persona que había hecho posible el contacto. Era un hombre casi nonagenario, frágil y pálido, dueño de unos ojos aún enérgicos y al mismo tiempo amables. Le emocionó que viniese de España, la tierra del Zohar o Libro del esplendor, el documento más importante sobre la mística judía compilado o escrito por Moisés de León a mediados del siglo XIII. Mi francés estaba quebrado por la emoción. El suyo, noté, era muy bueno, aunque lento y casi inaudible.

Nos trajeron un té. Elogié su libro, cuyas líneas subrayadas miró con atención. Tras una media hora de conversación me contó esta parábola:

–La Kábala o arte de leer nuestra tradición es como si te dieran un gran llavero con un número finito de llaves –dijo–, te indicasen el palacio alfabético que debes abrir pero no te dijesen qué llave corresponde a qué cerradura.

Sorbí mi té casi sin abrir la boca. Estábamos, recuerdo, en la biblioteca de un colegio.

Era poco más de la media tarde.

–Al principio –dijo Alexander Safrán con voz tenue–, cuesta mucho hallar la correspondencia de la primera llave con su cerradura, pero cuando eso sucede la segunda llave halla su puerta en menos tiempo de lo que hemos tardado en dar con la primera. Poco a poco, en un lapso que puede abarcar años, sí, años, las llaves van abriendo las cerraduras que les están destinadas, hasta que por fin cada llave está en el sitio que le corresponde y, abierto el mencionado palacio alfabético, ¡resulta que era inexistente! Estamos solos frente al mundo, desnudos y sin embargo pletóricos de sentido, entusiasmados con nuestro viaje de estudios, que por supuesto no termina allí.

Sólo por oír esa historia valía la pena haber viajado a Ginebra y visitar al anciano maestro.

Tardé unos instantes en comprender que otro tanto había ocurrido conmigo, que para entonces llevaba más de veinte años estudiando Kábala, desde mis tempranos escarceos en Nueva York, mis años en Jerusalén y posteriormente mi vida en Barcelona. Había dado con ciertas llaves, se me habían abierto muchas puertas, la Torá o Pentateuco se me había revelado como un auténtico, rutilante palacio alfabético y, tras la disolución de varias ilusiones, comenzaba a comprender que, más allá de los textos escritos, la Creación entera es un prodigioso milagro sustentado por números, frecuencias y metáforas. Exactamente aquello de lo que habla la Kábala.

II

לבק

La primera llave a la que tenemos que acudir se halla en un documento de la época talmúdica –siglos II-VI de nuestra era– y nos habla de la transmisión de la Ley o Torá. Recordemos antes que Torá es la palabra hebrea para referirse al núcleo central de la Biblia, el Pentateuco, es decir los primeros cinco libros: Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. El pasaje en cuestión dice: «Moisés recibió (kibel, לבק) la Ley en el monte Sinaí y la transmitió a Josué, éste a los ancianos y estos últimos a los profetas, quienes a su vez la transmitieron a los miembros de la Gran Asamblea. Estos sabios, por su parte, solían hacer tres recomendaciones: 1) juzgad con paciencia, 2) formad muchos discípulos y 3) haced un vallado en torno a la Ley». El verbo kibel indica la transmisión oral, paralela a la escrita y que llega hasta nuestros días con una vitalidad asombrosa a pesar de las vicisitudes por las que pasó el pueblo judío desde la destrucción de Jerusalén a manos de las legiones romanas en el año 70 de nuestra era común.

De kibel, tercera persona del verbo “recibir”, procede Kábala, la Tradición o Transmisión, lo recibido básicamente de boca a oído y sin lo cual es bastante difícil acceder al sentido más profundo de las enseñanzas que postula la Torá:

הלבק

De lo que llevamos dicho hasta ahora se infiere, entonces, que esta Ley, esta Torá, tiene dos caras cuando menos: la primera conformada por el texto escrito, pesado y medido y prácticamente igual a sí mismo desde los días de la academia mediterránea de Yavne Yam, escuela en la que se hizo, alrededor del año 90 de nuestra era, la primera compilación bíblica tal y como la conocemos. La segunda, aquella que, fluida, elástica, siempre abierta a los cuatro vientos de la interpretación, llamamos propiamente Kábala y responde a lo oral. Según esta cara, las palabras de los versículos bíblicos no están fijas ni son inmóviles, rotan, giran, se invierten y convocan a otras palabras en otros pasajes para extender una y otra vez los significados. Si la Biblia, que en griego indica el plural de biblion (libro) conforma una especie de antología de multitud de textos procedentes de épocas diversas, en la Biblia hebrea y para los kabalistas cada palabra en sí es una biblioteca y tiene tantas facetas como un diamante.

III

La segunda llave a considerar lleva el nombre de notarikon y es la que nos permite ver en el interior de una palabra otros vocablos, exactamente como cuando abrimos un abanico y vemos el diseño total que lo articula. Así, por ejemplo, y para continuar con la Kábala, Tradición y también Transmisión:

הלבק

En el interior de la cual hallamos, en una primera apreciación, otras tres: leb, lahab y kahal, respectivamente, corazón, llama y comunidad: el sujeto, el fenómeno y el medio social en el que eso se enciende e ilumina.

leb

ahab

kahal

בל

בהל

להק

Corazón

Llama

Comunidad

De donde inferimos que esta tradición oral, dada a una comunidad y a través de ella al mundo entero, consiste en un camino de estudio y meditación que se propone encender la llama del corazón.

Una imagen conocida en la tradición cristiana pero de clara raigambre kabalística según iremos viendo. Por otra parte, la relación de esta sabiduría con el fuego queda atestiguada en varios pasajes de la Biblia, como éste de Deuteronomio 4, 12: «Y habló el Eterno con vosotros en medio del fuego». Hay, sabemos, un eco de esta experiencia en el segundo capítulo de Hechos de los apóstoles, cuando el Espíritu Santo se manifiesta a los creyentes en lenguas de fuego.

Según nos cuenta el Zohar o Libro del esplendor, la Torá dada en el monte Sinaí a Moisés, fue escrita con fuego negro y fuego blanco. Si suponemos el primero ligado a las letras, el segundo lo será al espacio que hay entre ellas. En tanto el negro se explaya en polaridades y exclusiones que se ocupan de la tradición escrita hecha de letras disímiles, podemos decir que el fuego blanco alude a la tradición oral, más interesada, como estamos observando, en los nexos, las relaciones y la confluencia de sentidos que una sola palabra posee.

Los sabios hebreos, entonces, sostuvieron y sostienen aún que la Torá fue dada en el monte Sinaí con dos clases de fuego: negro y blanco. Por la oscuridad de sus letras, por la irregularidad de su perfil, el mundo es creado en series de opuestos, de contrario en contrario; pero desde la serena blancura que por debajo y por encima las agrupa, el universo es recreado con luz, de círculo en círculo y onda en onda.

IV

La Kábala se postula, por lo tanto, como una sabiduría del corazón o leb (בל). Palabra que convertida en número da la cifra treinta y dos, los famosos senderos a los que alude el primer gran texto propiamente dedicado a nuestra materia, el Séfer yetzirá o Libro de la formación (siglos II o IV de nuestra era), y que en una apretada mezcla de gramática, astronomía, medicina y glosas bíblicas muy a la usanza entre los místicos judíos, nos dice lo siguiente: «Por treinta y dos caminos misteriosos de sabiduría, Dios, el Eterno, el Dios de Israel, Dios viviente, elevado y sublime, que habita la Eternidad y cuyo nombre es santo, ha trazado y creado su mundo bajo tres formas: por la escritura, el número y la palabra. Diez son los números primordiales, veintidós las letras fundamentales, de las cuales tres son principales, siete son dobles y doce simples».

Así traducido se nos escapa un dato revelador: el concepto hebreo de libro o séfer está emparentado con la voz castellana “cifra”, y dado que en la Torá cada palabra aparece en un versículo numerado y tiene, además, un determinado valor, la enseñanza de la Biblia, la lectura de este libro paradigmático y único, sin duda inquietante por la abundancia de ligámenes significativos que la Kábala nos descubre y que vuelven más coherente el texto que estamos estudiando, es algo que no debe ser tomado a la ligera. Puede parecer a esta altura de nuestra exposición que estamos ante un juego, un mero pasatiempo que, por cierto, ha dado la palabra Cábala con ce como un galimatías de números y pálpitos, pero lo cierto es que este ars kabalistico que ha contado entre sus discípulos y estudiosos a personajes históricos como Maimónides y Najmánides o Bonastruc de Porta, el genio de Girona; Newton, Blake, John Dee, Paracelso y así hasta llegar a C.G. Jung, para citar sólo algunos, es mucho más profundo de lo que parece a simple vista.

A diferencia del genio oriental, más difuso y metafísico, el genio hebreo tiene, como el griego, una tendencia innata hacia la racionalidad y la medida humana de las cosas. De ahí que los números de la Ley sujeten las palabras y, al mismo tiempo, que los vocablos bíblicos puedan ser leídos como cifras, las cuales comparadas con palabras que valen lo mismo abren nuestra percepción más allá de lo previsible y hacia zonas cada vez más ricas en sentido y coherencia. Todo lo cual nos llega a través de uno de los idiomas sagrados más fascinantes del mundo, el hebreo, cuyas diamantinas sílabas cortaron, a partir de san Jerónimo y su Vulgata, casi todos los idiomas occidentales. Si Occidente debe al mundo grecorromano su arquitectura civil, sin duda debe a la Biblia judeocristiana su riqueza anímica y complejidad psicológica.

V

Que la belleza espiritual tiene que ver con el fuego, nos lo revela la palabra hebrea para “éxtasis”, hitlahabut (תובהלתה), en el interior de la cual encontramos lahab (בהל), la “llama”. Está claro que para Juan de la Cruz esta belleza, esta hermosura ígnea se torna evidente en la unio mysticaes posible, pero no registrablehabrakáhהקרבהshibcambio de alientoההhabrakáhbarakקרב