La épica del desencanto
Bolivarianismo, Historiografía y Política en Venezuela
TOMÁS STRAKA
@thstraka

Introducción

Así, como quien sale a la calle con el uniforme de mariscal del abuelo, para ocultarse bajo sus galas, de ese modo Venezuela ha hecho del historicismo la base ideológica de su proyecto como nación. Sin importar cuán raídas estén, en ellas, como recuerdo de tiempos mejores, encontramos inspiración y consuelo. La inspiración para transformar a la sociedad, al mundo entero si es posible, según el dictamen de nuestros sueños. El consuelo, cuando no lo logramos, de ver nuestras llagas cubiertas por las charreteras de las viejas victorias.

No es la primera vez que lo hacemos, ni somos el único país que lo ha hecho. Pero sí constituimos uno de los ejemplos más acabados del fenómeno. Un caso clínico –casi podríamos decir con uno de los autores que acá vamos a estudiar– de ese uso de la historia como pábulo de regímenes políticos de esa casi promiscuidad entre la historiografía (es decir, de determinadas versiones de la historia) con los proyectos políticos que se basan en una visión determinada de la misma, así como en la idea de destino que quienes la leyeron aseguraron encontrar. El problema de la relación entre historia y política, de la relación entre las lecturas políticas de la historia y las justificaciones historiográficas de lo político, es el que ocupará las siguientes páginas.

Pero no se trata de una aproximación al historicismo político sin más. Dos circunstancias fueron el detonante de los trabajos que acá se reúnen: primero, la explosión de Bolivarianismo que sacude al país desde 1999, cuando, entre otras cosas, pasó a titularse «República Bolivariana»; y, segundo, la «rebelión» en su contra de muchas de las voces más atendidas de la historiografía venezolana, que se expresó en polémicos, muy documentados –y aún más vendidos– libros que se editaron entre el 2003 y el 2007.

Lo primero, para bien o para mal, explica un marco de trastornos que no han dejado nada igual, o por lo menos no exactamente igual, en ninguna de las instancias de la vida venezolana. Es un marco en el que los ciudadanos de a pie, esos que normalmente no reparaban en la reflexión histórica, se han visto obligados a afrontarla, a indagar en una experiencia colectiva que trascienda la suya y en la que esperan encontrar alguna clave capaz de explicarle la situación que los rodea, bien sea para celebrarla o para combatirla. La necesidad de entender cómo fue que llegamos a donde estamos, qué es en concreto lo que encierra el Libertador, cuyo nombre al parecer es un ensalmo que sirve para todo; cómo es posible que con base en su gesta de hace dos siglos se pretenda construir un futuro, ha hecho que más de uno repase lecciones olvidadas de sus días escolares o se ponga, cosa impensable hace años, a leer libros de historia. Naturalmente, la invocación sistemática de la figura y de las ideas de Simón Bolívar como respaldo para las más variadas decisiones, muchas con un impacto inmediato en la cotidianidad de los ciudadanos, no es una novedad desconocida en los anales de nuestros discursos políticos. En su esencia se practica desde, por lo menos, el último tercio del siglo XIX, pero ni eso estaba claro en la mayoría de los venezolanos, que sumergidos en el Bolivarianismo lo aceptaban como algo dado de cuyas raíces no tenían memoria; ni era, salvo en los círculos académicos, un problema que los inquietara. Hubo de esperarse hasta que en su nombre se planteara la transformación de sus vidas, indistintamente de que eso les entusiasmase o les generara espanto, para que comprendieran que no se puede vivir en el historicismo de una forma impune, que la carencia de una conciencia histórica meridianamente amoblada suele pagarse con un precio muy alto.

En otras palabras: estudiar el historicismo bolivariano, adentrarnos en algunos de los caminos y fases que se nos insinúan, es estudiar algo que en Venezuela va bastante más allá de lo ideológico, lo político e incluso lo historiográfico. El país que busca lustre con el uniforme apolillado del abuelo, tiene una relación mucho más honda, sociocultural, psíquica, vivencial con él, que cualquier otro que simplemente evoca a un héroe o a un pasado primordial para un fin político determinado.

Lo cual nos lleva al segundo punto: a la rebelión de los historiadores. Es decir, la rebelión del gremio que tradicionalmente más había hecho por crear el Bolivarianismo y que ahora, escarmentado, ha querido conjurar a su propia criatura (aunque en cuanto tal, hay que admitir, la criatura es responsabilidad de bastantes más sectores, como veremos). Esto en sí es un hecho trascendental, tanto para la historiografía como para el conjunto de la cultura de la sociedad venezolana, porque marca el inicio, al menos en un sector de la misma, de una relación distinta con su pasado, es decir, con ella misma, y en consecuencia de la forma cómo se concibe en el presente y para el porvenir. El historiador Germán Carrera Damas fue, probablemente, el primero en plantearse las cosas de este modo. Con su fundamental Culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, aparecido en 1970, marcó un hito, un antes y un después, no sólo en la historiografía venezolana, sino en general en nuestra historia de las ideas. Carrera Damas analizó la manera en la que el Bolivarianismo se había vuelto a lo largo de una centuria el culto fundacional de la República; un expediente creado en el siglo XIX por las elites venezolanas para darle cohesión a un Estado-Nación entonces desternillado por jalonamientos raciales y regionales. Como Bolívar era un punto de encuentro, como su amor era una coincidencia entre todos los venezolanos, ese culto del pueblo se hizo ideología en cuanto culto para el pueblo y, por extensión, una ideología para dominarlo, un sacramento para legitimarse políticamente.

De ese modo Carrera Damas volteó el problema, ajustándolo al visor que hoy le vamos a dar: el problema no es si Bolívar está o no de acuerdo con algo, el problema es: ¿por qué debe estarlo? ¿Por qué hacerle tanto caso a lo pensado por un hombre, cuyas virtudes por demás no negamos, de dos siglos atrás? ¿Por qué un venezolano no puede simplemente disentir de Bolívar, como en efecto lo hemos hecho tantas veces, como lo hicimos entre 1826 y 1830, y por eso no convertirse en una especie de traidor a la patria? ¿Por qué toda propuesta debe buscar coincidencias con el Libertador para que sea legítima? Tal vez, mientras la República y la nacionalidad cuajaban, como en efecto lo hicieron (porque en esto el expediente fue muy, pero muy exitoso), era comprensible la postura: cuestionar la capacidad absoluta del Libertador para determinar todo lo bueno y todo lo malo, era discutir la base última de legitimación del Estado (indistintamente de que éste haya nacido, precisamente, contraviniendo su última voluntad). Pero una vez logrado esto, a mediados del siglo XX, las cosas cambian. Es el paso, por decirlo también en términos de Carrera Damas, del proyecto nacional al proyecto democrático: ahora Bolívar, en vez de una solución, podía llegar a ser un obstáculo para alcanzar la libertad.

Nos explicamos: en una república basada en la gesta heroica de los militares de la Independencia, el Libertador por sobre todos, y gobernada durante más de un siglo por otros caudillos y militares que se declaraban sus herederos y ejercían sus gobiernos autoritarios alegando seguir su camino, era difícil reconducir el culto bolivariano, ya esencial para su identidad, en la consolidación de una propuesta civilista, liberal y republicana, como se intentó desde 1930 y, con algún éxito, se logró con la democracia a partir de 1958. Para los historiadores que vamos a estudiar, cuando en 1999 otro militar, aunque éste socialista, Hugo Chávez, inicia la llamada Revolución Bolivariana, lo que ocurre es la simple vuelta al Bolivarianismo-militarismo (en rigor pretorianismo) de un Juan Vicente Gómez o un Antonio Guzmán Blanco, a lo sumo revestido por una tenue capa de socialismo. Declarar a la República Bolivariana la «V República», en el entendido de que entre 1819 –cuando acaba la Tercera– y 1999, todo, o casi todo había sido en vano; de que era indispensable amputar ese lapso purulento, para reconectarnos con la Gesta Heroica, que en su sentido más amplio apuntaba a un remoto futuro socialista, avivó sus temores. El Bolivarianismo, concluyeron algunos, había llegado demasiado lejos, es algo así como una patología que no nos permite caminar solos, sin tutelajes militares, como corresponde a los demócratas. Cuando Carrera Damas, que volvió al ruedo con su tesis de la «ideología de reemplazo», que identifica en el Bolivarianismo de Chávez un fenómeno similar al de los nacionalismos de Europa Oriental y de la ex Unión Soviética, que buscaron en sus pasados heroicos un discurso que sustituyera al socialista, cuya quiebra los dejó huérfanos; o cuando Elías Pino Iturrieta, Manuel Caballero y hasta Guillermo Morón, cuatro de los más célebres y leídos historiadores venezolanos, en consecuencia declararon que hay que hacer algo al respecto, que ya es llegado el momento de liberarnos del tutelaje del Libertador, crearon una circunstancia inédita en la historia y la historiografía venezolanas, llena de posibilidades para comprender las transformaciones más importantes en la segunda mitad del siglo XX: ya los historiadores, que tradicionalmente habían sido los custodios por excelencia del buen nombre y la mejor memoria del gran hombre, empezaron a pedir que se le relegue a un lugar menos estruendoso en el panteón de los héroes nacionales.

Que se le respete, porque ninguno le regatea un lugar prominente; que en conjunto se mantengan los héroes, los «Padres de la Patria», porque no hay pueblo que no los tenga (ni menos que no los necesite), pero que dejen de ser un fardo que nos impida caminar hacia el porvenir. Lo notable es que llegan a esa conclusión no –o no sólo– por un arbitrio ideológico –aunque, claro, como veremos, hay de eso– ni por el imperativo moral de zafarse de un culto al que consideran atentatorio contra la libertad, sino como consecuencia de algo más amplio. Llegan por la revisión crítica del conjunto de la historia y la historiografía venezolanas que emprenden dentro del marco de uno de los procesos más importantes, como poco estudiados, de nuestro devenir: el de la «revolución historiográfica» que se desarrolla con los procesos de profesionalización del oficio de historiador y de democratización política iniciados en 1936, y que adquieren su despliegue pleno en 1958. Es decir, no llegaron a estas conclusiones por “demócratas” o «antichavistas» –pese a que, ostensiblemente, lo son– sino porque el análisis de lo que se había escrito de nuestra historia, así como las nuevas investigaciones realizadas con métodos científicos, les hizo ver que el rey estaba desnudo; que el culto tenía más de dispositivo ideológico que de narración apegada a la verdad; que a la corneta de Clío se le había puesto una sordina llena de intereses políticos. Tal es, en resumen, la rebelión de estos historiadores.

Son dos, entonces, los objetivos de los trabajos que acá se presentan: primero, demostrar cómo el debate en torno a la memoria de Bolívar ha sido, pero sobre todo sigue siendo, fundamental en el diseño de la república venezolana, con todo lo que pueda decirse de esto; cómo la «rebelión» en contra suya nos dice bastante más de nuestra sociedad, de nuestra identidad y de nuestro proyecto político como colectivo de lo que pueda parecer por la polémica y la coyuntura política en que se produjo. Para eso recorreremos algunos itinerarios, a veces anunciados, otras veces apenas esbozados, por los clásicos –Carrera Damas, Napoleón Franceschi, Castro Leiva– y por otros más recientes –Pino Iturrieta, Caballero– sobre el tema. También se convocaron a los historiadores a quienes éstos adversan, sobre todo en la hora actual del chavismo, aunque debemos admitir que uno de los aspectos en los que el alcance del trabajo se restringe, es en que no se les dedica un capítulo entero para sí solos, lo que es una tarea que queda pendiente. El problema del Libertador dentro del marco del debate por la libertad como modo esencial de vivir, es decir, de la democracia tal como la entendemos hoy, que se da desde 1930 y se replantea hoy; el forjamiento de un culto por el Estado, a través de narrativas o de obras pictóricas; y la manera en la que, cuando el culto ya está forjado, las nuevas instituciones se «inventan» una tradición –en este caso lo veremos con el Ejército y la Iglesia modernos– para legitimarse con él, nos demuestra que ya antes de titularse oficialmente así, Venezuela había sido, desde hacía años, una «República Bolivariana».

El segundo objetivo, en el que no nos detuvimos en específico, pero que tratamos transversalmente, es más, digamos, teórico: el de la historia como forma de representación social, y la historiografía como parte de la historia cultural, es decir, no sólo como «historia de la historia», sino como la de toda la cultura que la produjo.

Las primeras dos partes del libro: «Bolívar en el debate por la libertad (Crítica de un discurso épico)» y «Una épica contra el despecho (Sobre la creación del discurso a través de dos de sus rapsodas)», esperan responder al objetivo inicial, ser una especie de anverso y reverso del Bolivarianismo viéndolo en ambas caras de su curva: cuando empezó a cuestionársele, al menos por unos sectores, a mediados del siglo XX, y cuando se erigió como gran lenitivo para nuestros males en el XIX. La tercera parte, «Las tradiciones inventadas (El nacimiento de una república bolivariana)», se aproxima un poco más a lo segundo; aunque el capítulo IV, sobre la obra de Tito Salas y sus grandes implicaciones políticas, puede ubicarse un poco entre las dos.

Con el rumor de los sobresaltos políticos en el fondo, los textos que conforman el presente trabajo se escribieron y, en algunos casos, sus avances fueron publicados, entre el 2003 y el 2008. Tal vez sorprenda la variedad de enfoques y disciplinas convocados: desde el problema del pretorianismo, venido de la sociología de lo militar, hasta el de la historia eclesiástica; de la historia del arte y hasta la de la literatura. Comoquiera que eso, cuando menos, podría generar sospechas en el lector, es necesario darle algunas explicaciones sobre los pormenores de sus redacciones.

La mayor parte de los capítulos fueron producto de los cursos del doctorado que cursamos en la Universidad Católica Andrés Bello durante ese período, bajo la dirección de los profesores Napoleón Franceschi, Miguel Hurtado Leña y Domingo Irwin. Con el primero, en un seminario sobre el culto al héroe en Venezuela, desarrollamos lo que, sin cambios fundamentales, constituye el capítulo IV. Fue publicado posteriormente en el Nº 28 de la revista Montalbán, que edita el Instituto de Investigaciones Históricas «Hermann González Oropeza, sj», de la Universidad Católica Andrés Bello en su campus de Caracas, donde laboramos, con fecha de junio de 2005. Otro tanto puede decirse del capítulo VI, que es producto del seminario sobre pensamiento bolivariano que dictó Hurtado Leña. Fue publicado, en una versión muy parecida a la que acá aparece, en el Nº 11 del Anuario de Estudios Bolivarianos (año X, 2004), que edita el Instituto de Investigaciones Históricas Bolivarium, de la Universidad Simón Bolívar, de Caracas.

El capítulo V se redactó para el seminario sobre relaciones civiles y militares en Venezuela, que coordinó Domingo Irwin. Es un texto que ha corrido con la generosidad de los lectores. Publicado en el Nº 40 (julio-diciembre 2003) de la revista Tiempo y Espacio, que edita el Centro de Investigaciones Históricas «Mario Briceño Iragorry», del Instituto Pedagógico de Caracas; el profesor Irwin lo recogió para el volumen colectivo que editó con Frédérique Langue bajo el título de Militares y poder en Venezuela. Ensayos históricos vinculados con las relaciones civiles y militares venezolanas (Caracas, Universidad Pedagógica Experimental Libertador/Universidad Católica Andrés Bello, 2005). Fue un libro muy exitoso, que ya agotó su primera edición. Esto, así como el hecho de que fue concebido dentro del conjunto de los demás trabajos y del interés que despertó, nos movieron a incorporarlo nuevamente a este volumen.

El primer capítulo fue una recensión que en la medida en que iba siendo escrita, fue adquiriendo cada vez más volumen, hasta convertirse en un ensayo: nada menos que el que plantea la tesis fundamental que estructura el resto de la obra. Constituye, con el capítulo II, los únicos textos escritos con la intención inicial de ser acá recogidos. No obstante, en el segundo capítulo se retoman, en un todo mayor, muchas ideas que ya fueron publicadas en 1999 en un trabajo titulado «Los marxistas y la guerra de Independencia. Historia y política en Venezuela, 1939-1989», que apareció en un número monográfico de Tierra Firme (Nº 65, enero-marzo 1999), sobre historiografía. Aunque es la obra de un veintiañero que apenas comienza su maestría (fue escrito un par de años antes) y ya algunos de sus conceptos, cierta radicalidad juvenil y en general la redacción, nos sonrojan, en su momento gustó lo suficiente como para haber sido citado varias veces. Lo que acá se presenta en realidad es otra cosa; diez años de lecturas y un poco más (el tiempo nos dirá qué tanto) de madurez, generaron un texto nuevo. Finalmente, el capítulo III se redactó para una obra colectiva sobre Eduardo Blanco, que actualmente está navegando por los Sargazos, en búsqueda de una edición.

En su versión original, el capítulo VI fue dedicado a la memoria del padre Pedro Leturia, sj (1891-1955), renovador y modernizador de la historia eclesiástica en América Latina, así como maestro de esa escuela de jesuitas-historiadores en la que se formó Hermann González Oropeza, sj (1922-1998). Sirvan estas líneas para renovar los votos de admiración por sus obras y, también, para humildemente pedirles que nos envíen su bendición, desde allá, en donde están. También para agradecerle a Domingo Irwin, Napoleón Franceschi y Miguel Hurtado Leña, nuestros maestros en el Pedagógico de Caracas con los que felizmente nos reencontramos en la Universidad Católica: ellos, lo saben, son responsables de todo lo que de bueno tengan estos trabajos; mientras –también lo saben– que por lo que haya de malo, sólo podemos pedir disculpas por no haber aprendido bien su lección. Otro tanto le debemos a Elías Pino Iturrieta y Manuel Donís, cuyo trato cotidiano en el Instituto de Investigaciones es una cátedra cuyas trazas en este libro se encontrarán por todas partes; así como al gran amigo y colega Agustín Moreno, nuestro iniciador en las lides de la historia eclesiástica y la teología, que tanto ayudó en nuestra formación y que queda a las claras en el capítulo VI; y a Marianne Perret-Gentil, mi compañera, cuyo amor siempre me ha dado inspiración para luchar. A todos ellos, muchas gracias.

Caracas, a día de San Fidel, 2008,
Y a Santa Calíopa, Mártir, 2009.

Notas

1. Véase el Capítulo II de esta obra.

2. Un caso prototípico de esta línea argumental es el que sigue: «La derecha venezolana, y los intelectuales y publicistas que le sirven, ahora enemigos declarados de Bolívar, hablan de un nuevo culto al Libertador, que Chávez estaría estimulando y promoviendo en beneficio propio. No entienden nada, o no quieren entender. Movidos por un rechazo apriorístico a menudo irracional, o por intereses distintos a los del país, parecen haber perdido por completo no sólo la perspectiva histórica sino la capacidad misma de entender el presente en que se mueven. Más allá de detalles menores, de árboles que impiden ver el bosque, lo que se desarrolla hoy en Venezuela bajo la dirección de Chávez en torno a Bolívar no es otra cosa que un intento serio y sostenido, el primero que se hace en el país, de rescatar a Bolívar para las luchas del pueblo, para animar y fortalecer un proceso de cambios revolucionarios continuos en los que sigue vivo el pensamiento y las luchas del gran Libertador venezolano…», Vladimir Acosta, «El ‘Bolívar’ de Marx», en El Bolívar de Marx, 2ª ed., Caracas, Alfa, 2007, p. 88.

3. Véase Luis Castro Leiva, De la patria boba a la teología bolivariana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1984.

4. Véase Luis Castro Leiva, Sed buenos ciudadanos, Caracas, IUSI/Alfadil, 1999.

5. Véase G. Carrera Damas, Una nación llamada Venezuela, 4ª ed., Caracas, Monte Ávila Editores, 1991; «La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia: doscientos años de esfuerzo y un balance alentador», en: Búsqueda: nuevas rutas para la historia de Venezuela (ponencias y conferencias), Caracas, Contraloría General de la República, 2000, pp. 33-119; y Venezuela, proyecto nacional y poder social, 2ª ed., Mérida (Venezuela), ULA, 2006.

6. Véase el capítulo V de esta obra.

7. Cfr. Carrera Damas, «Para una caracterización general de la historiografía venezolana actual» en Historia de la historiografía venezolana (textos para su estudio), 2ª reimpresión de la segunda edición, Caracas, 1996, Tomo I, pp. 9-18; y El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, 5ª ed., Caracas, Alfadil Ediciones, 2003.

8. Véase Jorge Bracho, El discurso de la inconformidad. Expectativas y experiencias en la modernidad hispanoamericana, Caracas, Fundación CELARG, 1997. En el capítulo III se desarrolla este punto extensamente.

9. Carrera Damas, El culto a Bolívar..., pp. 142 y 218.

10. Véase T. Straka, «Setenta años del Pedagógico de Caracas: notas para una historia de la cultura venezolana», Tierra Firme, Nº 95, julio-septiembre 2006, pp. 335-351.

11. José Hernán Albornoz, El Instituto Pedagógico: una visión retrospectiva, Caracas, Ediciones del Congreso de la República, 1986, p. 17. Esta sección fue elevada a Departamento de Geografía e Historia en 1947, véase AAVV, 60 aniversario del Departamento de Geografía e Historia del Instituto Pedagógico de Caracas, Caracas, UPEL, 2007.

12. Cfr. Inés Quintero, «La historiografía» en: E. Pino Iturrieta, La cultura en Venezuela. Historia mínima, Caracas, Fundación de los trabajadores de Lagoven, 1996; Robinson Meza y Yuleida Artigas Dugarte, Los estudios históricos en la Universidad de Los Andes (1832-1955), Grupo de Investigación sobre Historiografía de Venezuela/Cuadernos de Historiografía Nº 1, Mérida (Venezuela), 1998; y María Elena González Deluca, Historia e historiadores de Venezuela en la segunda mitad del siglo XX, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2007.

13. Véase Gladys Páez, «Institutos y centros de investigación histórica en Venezuela», Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XII, Nos 23/24, pp. 101-114.

14. Inés Quintero, op. cit., p. 78.

15. Véase Reinaldo Rojas, Federico Brito Figueroa, maestro historiador, Barquisimeto, Fundación Buría/Centro de Investigaciones Históricas y Sociales «Federico Brito Figueroa» UPEL-IPB, 2007. Hemos estudiado ambos casos, el primero con algún detenimiento, y el segundo tangencialmente, en: T. Straka, «Federico Brito Figueroa: política y pensamiento historiográfico en Venezuela (1936-2000)», Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XVIII, Nº 36, 2001, pp. 21-50; y «Geohistoria y microhistoria en Venezuela. Reflexiones en homenaje de Luis González y González», Tiempo y Espacio, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, Vol. XXIII, Nº 46, 2006, pp. 205-234.

16. E. Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana, Madrid, Catarata, 2003, p. 9.

17. Ibidem, pp. 22-23.

18. Ibid., p. 21.

19. Cfr. ibid., pp. 29-30.

20. Ibid., p. 60.

21. Ibid., pp. 40-41.

22. Ibid., pp. 244-245.

23. G. Carrera Damas, El Bolivarianismo-militarismo. Una ideología de reemplazo, Caracas, Ala de Cuervo, 2005, p. 13.

24. Ibid., p. 43.

25. «La desorientación ideológica producida por la crisis del socialismo, no ya del autocrático sino también de su más elaborada versión teórica, es decir la socialista soviética, ha obligado a los sobrevivientes latinoamericanos del socialismo autocrático a procurarse una salida que les permita lograr alguna participación política sin tener que enfrentar la para ellos imposible tarea de autovaloración crítica. Para esto han seguido la penetración y degradación de movimientos antes vistos por ellos con desdén, si no con franca hostilidad, tales como la teología de la liberación, el ecologismo, el indigenismo, y la antiglobalización; desdeñadas por la muy poderosa y doctrinaria razón de que no podían ser centro de su acción la lucha de las masas lideradas por la clase obrera y, antes bien, eran estigmatizadas como naderías de la clase media». G. Carrera Damas, op. cit., p. 211.

26. Véase Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo, «Aproximación a un inventario comentado de la bibliografía de Germán Carrera Damas», Historiográfica, revista de estudios venezolanos y latinoamericanos, Nº 1, Mérida (Venezuela), ULA, 1999, pp. 105-163; Juan Carlos Contreras, «La caracterización de la historiografía venezolana según Carrera Damas», Dialógica, Vol. 3, Nº 3, Maracay, UPEL, 2006, pp. 113-164; y «Germán Carrera Damas: su labor historiográfica», en AAVV, Ensayos de crítica historiográfica, Mérida (Venezuela), Grupo de Investigaciones sobre Historiografía de Venezuela/ULA, 2007, pp. 78-86.

27. G. Carrera Damas, op. cit., pp. 80-81.

28. Ibidem, p. 81.

29. Ibid., p. 162.

30. Angelina Lemmo, De cómo se desmorona la historia, Caracas, UCV, 1973.

31. Guillermo Morón, Memorial de agravios, Caracas, Alfadil Ediciones, 2005, p. 129.

32. Ibid., p. 128.

33. Ibid., p. 127.

34. Ibid., p. 133.

35. Idem.

36. Idem.

37. Manuel Caballero, Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, 2ª ed., Caracas, Alfadil Ediciones, 2006, p. 12.

38. Ibid., p. 13.

39. Ibid., p. 21.

40. Ibid., p. 13.

41. Citado por ibid., p. 50.

42. Para una semblanza del autor, véase Vanesa Peña Rojas, Manuel Caballero, militante de la disidencia, Caracas, Los Libros de El Nacional, 2007.

43. Inés Quintero, «Bolívar de izquierda, Bolívar de derecha», http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=93720706 (consultado el 31 de marzo de 2008).

44. Se refiere la autora a la carta firmada en Popayán el 6 de diciembre de 1829, en la que dice: «... si algunas personas interpretan mi modo de pensar y en él apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable; con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates», Obras completas, Caracas, Librería Piñango, s/f, p. 379.

45. I. Quintero, op. cit., pp. 4-5 y 6-7.

46. Germán Carrera Damas, El Bolivarianismo-militarismo, una ideología de reemplazo, Caracas, Ala de Cuervo, 2005, p. 211.

47. Tierra Firme, Caracas, Nº 65, 1999, pp. 75-90.

48. Véase Ángel J. Cappelletti, Positivismo y evolucionismo en Venezuela, Caracas, Monte Ávila Editores, 1994.

49. Véase John Lynch, Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850, Madrid, Editorial Mapfre, 1993; y Elena Plaza, La tragedia de una amarga convicción. Historia y política en el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), Caracas, UCV, 1996.

50. Véase Elías Pino Iturrieta, Positivismo y gomecismo, 2ª ed., Caracas, Academia Nacional de la Historia (ANH), 2005.

51. Cfr. Augusto Mijares, La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana, 2ª ed., Madrid, Afrodisio Aguado S.A., 1952; Silvia Mijares de Lauría, Sociedad civil. Alcance del concepto de sociedad civil en nuestra historia. Su necesidad y vigencia, Caracas, Tierra de Gracia, 1996; Lionel Muñoz, La patria adulta. La historiografía y la historia en el pensamiento de Augusto Mijares, Caracas, UCAB, 2001.

52. Sobre esta obra, véase Antonio Mieres, Una discusión historiográfica en torno de Hacia la democracia, Caracas, ANH, 1986.

53. Véase Germán Carrera Damas, Historiografía marxista de Venezuela y otros temas, Caracas, Universidad Central de Venezuela (UCV), 1967.

54. Desarrollamos el punto en el Capítulo I. Cfr. José Hernán Albornoz, El Instituto Pedagógico: una visión retrospectiva, Caracas, Ediciones del Congreso de la República, 1986, p. 17; Inés Quintero, «La historiografía» en: E. Pino Iturrieta, La cultura en Venezuela. Historia mínima, Caracas, Fundación de los Trabajadores de Lagoven, 1996; Robinson Meza y Yuleida Artigas Dugarte, Los estudios históricos en la Universidad de Los Andes (1832-1955), Grupo de Investigación sobre Historiografía de Venezuela/Cuadernos de Historiografía Nº 1, Mérida (Venezuela), 1998; y María Elena González Deluca, Historia e historiadores en la segunda mitad del siglo XX, Caracas, ANH, 2007.

55. Cosa en la que lo siguieron muchos otros; véase: Arturo Arado, «El supuesto positivismo de Bolívar», Estudios latinoamericanos de historia de las ideas, Caracas, Monte Ávila Editores, 1978, pp. 41-69.

56. Manuel Caballero estudia con detenimiento el caso en Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, Caracas, Alfadil, 2006, pp. 57-101.

57. Vid capítulo V.

58. Véase Luis Cipriano Rodríguez, «Bolivarismo y anticomunismo en Venezuela (1936)», Tiempo y Espacio, Año III Nº 5, Caracas, Instituto Pedagógico de Caracas, 1986, pp. 51-62.

59. Véase Inés Quintero y Vladimir Acosta, El Bolívar de Marx, Caracas, Alfa, 2007.

60. G. Carrera Damas, El Bolivarianismo-militarismo…, p. 81.

61. G. Carrera Damas, «Estudio preliminar. La crisis de la sociedad colonial», Anuario, tomos IV-V-VI, vol. I, Instituto de Antropología e Historia, UCV, 1969, pp. XIII-LXXXIX.

62. Caracas, UCV, 1964, pp. VII-CLXIV; esta obra será publicada de forma separada más adelante, con el título de Boves.

63. Cfr. G. Carrera Damas, El Bolivarianismo-militarismo…, p. 81.

64. Ibidem, p. 80.

65. Cfr. Germán Carrera Damas, Historiografía marxista… y Emergencia de un líder. Rómulo Betancourt y el Plan de Barranquilla, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1994; Naudy Suárez, «Rómulo Betancourt y el análisis de la Venezuela gomecista (1928-1935)», en AAVV, Rómulo Betancourt: historia y contemporaneidad, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1989, pp. 187-241; y Manuel Caballero, «Para un análisis histórico del Plan de Barranquilla», en El Plan de Barranquilla, 1931, Serie Cuadernos de Ideas Políticas Nº 2, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 2007, pp. 5-63.

66. Manuel Caballero, «Del comunismo a la socialdemocracia a través del leninismo», en AAVV, Rómulo Betancourt: historia y contemporaneidad, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1989, pp. 161-176.

67. Rómulo Betancourt, «Bolívar auténtico y Bolívar falsificado», Antología política, Vol. I, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 1990, p. 288.

68. Ibidem, p. 289. A lo que agrega que «sólo unidas lograron las colonias españolas independizarse políticamente de la metrópoli; y sólo unidas en un solo haz de naciones luego de destruir los menudos recelos de vecino a vecino que el enemigo extranjero azuza y ahonda, podrán estas nacionalidades librar nuevas batallas por la segunda independencia, para desalojar de sus posiciones a las fuerzas conquistadoras de afuera y a los gobiernos traidores de adentro».

69. Ibid., p. 290.

70. Rómulo Betancourt, «El pensamiento bolivariano en su fuente original», La revolución democrática en Venezuela, Caracas, s/n, 1968, tomo II, p. 227.

71. Rómulo Betancourt, «Vallenilla Lanz, máximo exponente de la prostitución intelectual, ha muerto», Selección de escritos políticos 1929-1981, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 2006, pp. 87-88.

72. Manuel Caballero, Ni Dios, ni Federación. Crítica de la historia política, Caracas, Editorial Planeta, 1995, p. 146.

73. Ibidem, p. 257.

74. Carlos Irazábal, Hacia la democracia, Caracas, Pensamiento vivo ediciones, s/f, p. 4.

75. Ibid., p. 28.

76. Ibid., p. 77.

77. Revísese, al respecto, su obra: La revolución en la historia de América Latina, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1989.

78. M. Kossok, «El contenido de las guerras latinoamericanas de emancipación en los años 1810-1826», Teoría y Praxis, Revista Venezolana de Ciencias Sociales, Nº 2, 1968, Caracas, pp. 27-40.

79. M. Caballero, «Del comunismo a la socialdemocracia…», op. cit., p. 117.

80. «Der Iberische Revolutionzyclus 1789-1830, Bermerkunge zu ienem Thema de vergleichenden Revolutionsgeschichte», Anuario, Instituto de Antropología e Historia de la UCV, tomos VII-VIII, 1971, pp. 235-258.

81. F. Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, Caracas, UCV, 1987, tomo IV, p. 1300.

82. Véase F. Brito Figueroa, «Entrevista imaginaria con Laureano Vallenilla Lanz: ‘Las revoluciones son fenómenos inevitables’», y el ensayo: «Laureano Vallenilla Lanz y la comprensión histórica de Venezuela colonial», ambos recogidos en sus 30 ensayos de comprensión histórica, Caracas, Ediciones Centauro, 1991, pp. 1-19 y 21-54.

83. Ibid., p. 1281.

84. Hugo Chávez Frías, «Presencia del pensamiento de Zamora en el movimiento bolivariano», Suplemento Cultural, encartado en Últimas Noticias, Caracas, 16 de mayo de 1993, pp. 8-9.

85. Karl Marx y Frederich Engels, La Revolución en España, 3ª ed., Barcelona, Editorial Ariel, 1970, pp. 145-160.

86. «El artículo de Carlos Marx sobre Simón Bolívar y Ponte [como erradamente lo llama, confundiéndolo con su padre] más que una nota biográfica sobre un destacado personaje de la historia latinoamericana, como correspondería al formato neutro y descriptivo de una enciclopedia, constituye un juicio político contrario a la persona y actuación pública de Bolívar», Inés Quintero, «Bolívar dictador, Bolívar revolucionario», El Bolívar de Marx…, p. 29.

87. Jerónimo Carrera, «Prólogo» a Bolívar visto por los marxistas, Caracas, Fondo Editorial Carlos Aponte, 1987, p. 14.

88. J.A. Cova, «El Libertador y el odio soviético», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, Vol. XXXV, Nº 139, julio-septiembre 1952, pp. 334-335.

89. Véase en R. Betancourt, Hombres y villanos, Caracas, Grijalbo, 1987, pp. 19-47.

90. En carta a Federico Engels del 14 de febrero de 1858, lo llama «canalla, cobarde, brutal, miserable», y lo compara, el muy racista, con Souluque. Cfr. Inés Quintero, «Bolívar dictador…», p. 29.

91. Tales son las tesis de Vladimir Acosta en: «El ‘Bolívar’ de Marx», en El Bolívar de Marx…, pp. 49-97.

92. Tierra Firme, año I Nº 3, Caracas, 1983, pp. 175-184.

93. Ibid., pp. 179-180.

94. G. Carrera Damas, El Bolivarianismo-militarismo…, pp. 43-48.

95. Cfr. Salvador Morales Pérez, Encuentros en la historia: Cuba y Venezuela, Barquisimeto (Venezuela), Instituto de Cultura de Cojedes/UMSNH, 2005, pp. 75-90.

96. Una compilación de testimonios al respecto puede leerse en el clásico: AAVV, Venezuela a Martí, La Habana, Publicaciones de la Embajada de Venezuela en Cuba, 1953.

97. Irazábal, op. cit., p. 106.

98. A. Shulgovski, Cátedra bolivariana. El proyecto político del Libertador, en Jerónimo Carrera, op. cit., p. 95.

99. Max Zeuske, «Bolívar y Marx», op. cit., p. 181.

100. Jerónimo Carrera, «Bolívar revolucionario», en op. cit., p. 211.

101. M. Zeuske, «Bolívar y Marx», op. cit., p. 182.

102. F. Brito Figueroa, Historia económica y social…, tomo IV, 1321.

103. Citado por Manuel Caballero, Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, 2ª ed., Caracas, Alfa, 2006, p. 50.

104. J.R. Núñez Tenorio, Bolívar y la guerra revolucionaria, 2ª ed., Caracas, UCV, 1977, p. 15.

105. Ibid., p. 19.

106. Ibid., p. 23.

107. Ibid., pp. 26-27.

108. Carrera Damas es más drástico en su definición: «suerte de confusas alternativas ideológico-políticas validas de procedimientos que combinan el más rancio autoritarismo con la más desenfadada demagogia, y cargadas de contenidos liberales y socialistas, si bien estos últimos han sido hasta ahora más bien retóricos». El Bolivarianismo-militarismo…, p. 13.

109. Ibid., pp. 56-58.

110. «La coronación de Eduardo Blanco. Discurso de la señorita Julia Páez Pumar», El Universal, Caracas, 1º de agosto de 1911, p. 4.

111. «Y entiéndase que para mí, como para todos, la obra de Blanco es Venezuela heroica. Sus demás trabajos, novelas, cuentos –hasta un drama– no son su obra. No es el autor de Cuentos fantásticos, ni el de Zárate, ni el de Linfort, ni el de Fauvette: Eduardo Blanco es el autor de Venezuela heroica». Santiago Key-Ayala, «Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela heroica» [1916], en Germán Carrera Damas (compilador): Historia de la historiografía venezolana (textos para su estudio), Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1997, tomo II, p. 270.

112. Véase Jorge Bracho, El discurso de la inconformidad. Expectativas y experiencias en la modernidad hispanoamericana, Caracas, Fundación CELARG, 1997.

113. Para un seguimiento de este acto, véase Coronación de Don Eduardo Blanco, Caracas, Litografía y Tipografía del Comercio, 1911.

114. «La coronación de Eduardo Blanco...», op. cit.

115. «Coronación del autor de Venezuela heroica. Palabras de Eduardo Blanco», El Universal, Caracas, 29 de julio de 1911, p. 4.

116. Véase el capítulo IV.

117. «Coronación del autor de Venezuela heroica. Palabras de Eduardo Blanco», El Universal, Caracas, 29 de julio de 1911, p. 4.

118. L. Vallenilla Lanz, «El Gendarme Necesario», El Cojo Ilustrado, Año XX Nº 475, 1º de octubre de 1911, pp. 542-546 (se trata de una versión preliminar de la que aparecería ocho años después en su Cesarismo democrático).

119. Para el pensamiento de Vallenilla Lanz, véase Elena Plaza, La tragedia de una amarga convicción. Historia y política en el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), Caracas, UCV, 1996.

120. J.V. González, «Páginas de la historia de Colombia y Venezuela o vida de sus hombres ilustres», Selección histórica, Caracas, Monte Ávila Editores, 1979, p. 17.

121. Juan Vicente González, «Mis exequias a Bolívar. 1831», en ibid., p. 123.

122. Sobre Montenegro y Colón, véase Napoleón Franceschi, Vida y obra del ilustre caraqueño don Feliciano Montenegro y Colón (Su aporte historiográfico y contribución al desarrollo de la educación venezolana de la primera mitad del siglo XIX), Caracas, Alcaldía de Caracas, 1994; y Feliciano Montenegro, Vol. 70, Biblioteca Biográfica Venezolana, Caracas, 2007: y Lucía Raynero, Clío frente al espejo. La concepción de la historia en la historiografía venezolana (1830-1865), Caracas, ANH, 2007, pp. 19-58.

123. Juan Vicente González, «Mis exequias a Bolívar. 1831», en ibid., p. 124.

124. Ibidem., p. 125.

125. Sobre el punto, véase Germán Carrera Damas, El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de historia de las ideas en Venezuela, 5ª ed., Caracas, Alfadil Ediciones, 2003; Luis Castro Leiva, De la patria boba a la teología bolivariana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1991; Napoleón Franceschi, El culto a los héroes y la formación de la nación venezolana, Caracas, s/e, 1999; y Elías Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana, Madrid, Catarata, 2003.

126. J.V. González, «Fermín Toro», Selección histórica, p. 153.

127. Ibid., «28 de octubre», p. 314.

128. Cecilio Acosta, «Deberes del patriotismo. A Clodius», en Doctrina, Biblioteca Popular Venezolana/Ministerio de Educación Nacional, 1950, p. 27.

129. C. Acosta, «El doctor José María Samper», Doctrina, p. 86.

130. G. Carrera Damas, El culto a Bolívar..., p. 142.

131. Ibidem, p. 218.

132. Augusto Mijares, «El último venezolano» en El último venezolano y otros ensayos, Caracas, Monte Ávila Editores, 1991, p. 33.

133. Ibid., p. 34.

134. A pesar de estar ubicado entre los más altos exponentes del romanticismo historiográfico y del culto a los héroes patrios, por haber puesto en duda las bondades de la Guerra a Muerte, fue prohibido su uso en las escuelas por resolución del Ministerio de Fomento de 19 de enero de 1876. No obstante, su éxito fue tal que se hicieron al menos tres ediciones más (1891, 1895 y 1904), con los ajustes del caso, y en 1909 fue aprobado por la Academia Nacional de la Historia, autoridad pública en lo referente a este aspecto, y de la que Felipe Tejera era miembro fundador. En 1923 el texto fue epicentro de un encendido debate por su utilización por los jesuitas en el Colegio San Ignacio. Comoquiera que el profesor de historia de Venezuela era un jesuita español y el manual el de Tejera, la intelectualidad liberal denunció los peligros de una enseñanza «anti-patriótica». Véase Rafael Fernández Heres, Polémica sobre la enseñanza de la historia de Venezuela en la época del gomecismo, Cuadernos «Historia para todos», Nº 31, Caracas, 1998.

135. E. Pino Iturrieta, Las ideas de los primeros venezolanos, Caracas, Monte Ávila Editores, 1993.

136. Vid Mirla Alcibíades, «Colegios privados para niños y niñas en la Caracas republicana (1830-1840): conductas, normas y procederes», Revista de Pedagogía, Caracas, UCV, Nº 58, pp. 145-169.

137. Para el caso del siglo XIX, véase Nikita Harwich Vallenilla, «La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de Venezuela en el siglo XIX», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Nº 282, abril-junio 1988, pp. 349-387.

138. G. Carrera Damas, Formulación definitiva del proyecto nacional: 1870-1900, Caracas, Cuadernos Lagoven, 1988, p. 54.

139. Cfr. G. Carrera Damas, El culto a Bolívar..., pp. 294 y ss.

140. Vid Rafael Fernández Heres, La Instrucción Pública en el proyecto político de Guzmán Blanco: ideas y hechos, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987.

141. Un estudio ineludible de lo que representó el fasto: Rafael Ramón Castellanos, Caracas 1883 (Centenario del natalicio del Libertador), Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1983, dos tomos.

142. Manuel María Ponte, «Eduardo Blanco», El Universal, Caracas, 29 de julio de 1911, p. 4.

143. Felipe Tejera, Perfiles venezolanos [1881], Caracas, Fuentes para la Historia de la Literatura Venezolana, Nº 5, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1975, p. 358.

144. S. Key-Ayala, op. cit., p. 538.

145. M.M. Ponte, op. cit., p. 4.

146. S. Key-Ayala, op. cit., p. 281.

147. Mariano Picón Salas, Formación y proceso de la literatura venezolana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1984, p. 105.

148. José Martí, «Venezuela Heroica, por Eduardo Blanco, Imprenta Sanz», Revista Venezolana, [Nº 1, Caracas, julio de 1881], edición crítica, Caracas, UCV, 1993, p. 56.

149. Guillermo Tell Villegas, «Carta a Eduardo Blanco», Revista Venezolana [Nº 2, Caracas, 15 de julio de 1881], edición crítica, Caracas, UCV, 1993, p. 86.

150. S. Key-Ayala, op. cit., p. 536.

151. M. Ponte, op. cit., p. 4.

152. F. Tejera, op. cit., p. 356.

153. Se casó en 1890, a los 52 años, con su prima Trinidad Blanco. R.J. Lovera De-Sola, «Eduardo Blanco en su contexto (a propósito de los cien años de Venezuela heroica)», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, tomo LXV, Nº 258, Caracas, abril-junio de 1982, p. 446. Comoquiera que hay una dedicatoria a sus hijos en una edición de 1883, pensamos que bien pueden tratarse de segundas nupcias, o de la posibilidad de que en su vida de aventuras haya tenido hijos en relaciones no matrimoniales.

154. Cfr. S. Key-Ayala, op. cit., p. 271.

155. Ibid., p. 274.

156. Según Key-Ayala, de niño el más atlético que intelectual Blanco «tembló alguna vez a la voz atiplada y a la severidad un tanto mentida del maestro; pero del gran escritor, metido a pedagogo, sólo conservó recuerdos cariñosos, picantes anécdotas, el amor a Francia y el persistente hasta incorregible descuido de los preceptos gramaticales voceados en la cátedra» (p. 275). Probablemente los recuerdos de don Eduardo habrán sido así: González ni le dio clases de historia, ni él estaba entonces interesado en ser historiador; pero eso no obsta –como el mismo Key-Ayala señala en la frase que citamos más arriba– que su influencia historiográfica fuera notable.

157. Cuando en 1863 se retira del servicio activo, Páez le escribe: «La resolución que U. ha tomado de retirarse del servicio, y consiguientemente de mi lado, confieso a U. que me ha causado sorpresa y pesar. Yo que profeso a U. el cariño de un padre, me creía querido por U. como si fuera mi hijo...». Esta carta de 1º de mayo de 1863 ha sido reproducida en varias partes; acá la tomamos de Oscar Sambrano Urdaneta y Domingo Miliani, Literatura hispanoamericana, Caracas, s/n, 1972, tomo I, p. 230.

158. Se trata, naturalmente, del trabajo suyo que hemos venido citando a lo largo de este artículo. Leído inicialmente como conferencia en 1916, como tributo de amistad y admiración, ha sido luego reproducido en numerosas partes.

159. S. Key-Ayala, op. cit., p. 273.

160. S. Key-Ayala, op. cit., p. 274.

161. Idem.

162. Mariano Picón Salas, op. cit., p. 104. No obstante, una lectura contemporánea ha revalorado su aporte a la literatura fantástica latinoamericana. Véase Carlos Sandoval, El cuento fantástico venezolano en el siglo XIX, Caracas, UCV, 2000.

163. Cfr. Mirla Alcibíades, Manuel Antonio Carreño, Biblioteca Biográfica Venezolana vol. 12, Caracas, Editora El Nacional, 2005, p. 69.

164. S. Key-Ayala, op. cit., p. 270.

165. Luis Correa, «El último centauro», El Universal, Caracas, 31 de enero de 1912, p. 1.

166. Eduardo Blanco, Venezuela heroica, Caracas, Colección Palma Viajera, Eduven, 2000, p. 146.

167. Ibid., p. 244.

168. Ibid., p. 193.

169. Ibid., p. 90.

170. Ibid., p. 388.

171. L. Correa, op. cit., p. 1.

172. E. Blanco, op. cit., p. 331.

173. Ibid., p. 265.

174. Ibid., p. 307.

175. Ibid., p. 25.

176. Ibid., p. 27.

177. Ibid., p. 59.

178. Ibid., p. 90.

179. Ibid., p. 191.

180. Ibid., p. 282.

181. Ibid., p. 155.

182. Ibid., p. 305.

183. Ibid., p. 35.

184. Pedro Pablo Barnola, Eduardo Blanco, creador de la novela venezolana: estudio crítico de su novela Zárate, Caracas, Ministerio de Educación, 1963.

185. O. Sambrano Urdaneta y D. Miliani, op. cit, p. 231.

186. Ibid.

187. M. Picón-Salas, op. cit., pp. 105-106.

188. L. Correa, op. cit., p. 1.

189. Eloy G. González, «Palabras pronunciadas por el señor Eloy G. González, en el Cementerio General del Sur, en el acto de enterramiento del señor D. Eduardo Blanco», El Cojo Ilustrado, año XXI, Nº 482, Caracas, 15 de enero de 1912, p. 74.

190. Citada por Sambrano Urdaneta y Miliani, op. cit., p. 233. Hacen esta nota al pie: «Esta dedicatoria, escrita de puño y letra de Eduardo Blanco, permaneció inédita hasta 1954, cuando Raúl Carrasquel y Valverde la incluyó en la edición de Las noches del Panteón, p. 182».

191. Peter Burke, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica, 2001, p. 177.

192. Acá entenderemos por tal a la reconstrucción deliberada de un hecho o proceso anterior con el fin de rescatarlo para las generaciones futuras.

193. «Ley sobre el uso del nombre, la efigie y los títulos de Simón Bolívar», en G. Carrera Damas, Historia de la historiografía venezolana (textos para su estudio), Caracas, Universidad Central de Venezuela (UCV), 1997, tomo II, pp. 411-414.

194. G. Carrera Damas, op. cit., p. 411.

195. Ibidem, p. 413.

196. Cfr. Elías Pino Iturrieta, El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana, Madrid, Catarata, 2003.

197. G. Carrera Damas, op. cit., p. 412.

198. Napoleón Franceschi, «El culto a los héroes: una visión del problema a partir de una muestra de la producción intelectual venezolana del siglo XIX», Tiempo y Espacio, Nº 14, 1990, p. 18.

199. Cfr. El rostro de Bolívar, Caracas, Ediciones Macanao, 1982.

200. Guillermo Meneses, Libro de Caracas, Caracas, Concejo Municipal del D.F., 1967, p. 113.

201. Enrique Planchart, La pintura en Venezuela, Caracas, Equinoccio, 1979, p. 87.

202. Alfredo Boulton, Historia de la pintura en Venezuela, Caracas, Editorial Arte, 1968, tomo II, p. 250.

203. Juan Calzadilla, Pintura venezolana de los siglos XIX y XX, Caracas, Inversiones Barquín, 1975, p. 60.

204. Citado en idem.

205. Rafael Pineda, La pintura de Tito Salas, Caracas, Ernesto Armitano Editor, 1974, p. 115.

206. unto al estudio de Pineda, los dos cuadernos de Rafael Páez, Tito Salas (Pintores venezolanos Nº 1, Edime, Madrid, 1979) y Tito Salas: pinturas bolivarianas